Richard Matheson
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Hoy, cuando había luz, mamá me trató de infeliz. Eres una infeliz, me dijo.
Le vi en los ojos que estaba enojada.
¿Qué querrá decir infeliz?
Hoy empezó a caer agua desde arriba. Caía
por todas partes. Por la ventana pude ver la tierra en la parte trasera. Sorbía
el agua como una boca sedienta.
Bebió demasiada y se enfermó, se puso
líquida y parda. A mí no me gustó.
Mamá
es bonita, lo sé. Donde duermo, en el rincón de paredes frías tengo unas cosas de
papel que estaban detrás de la caldera. Dice ESTRELLAS DE LA PANTALLA. En esas fotografías
se ven caras como las de papá y mamá. Papá dice que son bonitas. Una vez lo dijo.
Y mamá también, él lo dijo. Mamá tan
bonita y yo bastante pasable. En cambio, mírate bien me dijo y no puso cara
linda. Le toqué el brazo y le dije está bien, padre. Él lo apartó de un tirón para
que yo no pudiera tocarlo.
Hoy mamá me quitó un poco la cadena
para que pudiera mirar por la ventana. Entonces vi el agua que caía desde
arriba.
**-
Hoy todo está dorado por arriba. Lo sé porque me ardieron los ojos cuando miré.
Después de mirar hacia arriba, el sótano quedaba todo rojo.
Esto debe ser lo que llaman iglesia. Se
van de allá arriba. La máquina grande los traga y los hace rodar y se los
lleva. Atrás va la madrecita. Es mucho más pequeña que yo. Lo sé. Puedo ver todo
desde la ventana, todo lo que quiera.
Hoy, mientras estaba oscuro, tuve que
comer mi comida y algunas chinches. Oí algunas risas allá arriba. Me gusta
averiguar de qué se ríen. Así que saqué la cadena de la pared y me la envolví
al cuerpo. Caminé hasta la escalera y todo crujía. Cuando camino con eso, hace
ruido. Las piernas se me resbalan porque no sé caminar por las escaleras. Los pies
se me quedan pegados a la madera.
Subí y abrí una puerta. Era un lugar
todo blanco. Blanco tan blanco como las piedras que a veces caen desde arriba. Entré
y me quedé muy quieta. Escuché más risas. Me acerqué al ruido y miré a la gente.
Era mucha la gente, más de lo que yo creía. Pensé que podría reír con ellos.
Mamá vino y empujó la puerta hacia
adentro. Me golpeó y me dolió mucho. Caí de espaldas en el suelo y la cadena
hizo ruido. Yo lloré. Ella dijo chist y se llevó un dedo a los labios. Los
ojos se le abrieron muy grandes.
Se quedó mirándome. Oí que papá la
llamaba. ¿Qué se cayó?, preguntaba. Ella le dijo que la tabla de planchar. Ven
a ayudarme a levantarla. Él vino diciendo vamos, acaso eso es tan pesado que
necesitas… Al verme se puso más grande. Se le veía en los ojos que estaba enojado.
Me pegó. De un brazo solté algunas gotas sobre el suelo. No era nada bueno. Formaba
una mancha verde, muy fea.
Papá me dijo que fuera al sótano. Tuve
que ir. La luz me hacía mal en los ojos. En el sótano no es así.
Papá me ató los brazos y las piernas.
Me puso en la cama. Escuché las risas de allá arriba mientras miraba una araña
negra que se balanceaba sobre mí. Pensaba en lo que había dicho papá. ¡Oh Dios!,
y tiene sólo ocho años.
***-
Hoy papá volvió a fijar la cadena antes de que hubiera luz. Tengo que sacarla
otra vez. Dijo que hice mal en subir. Dijo que nunca más lo hiciera porque me
pegaría fuerte. Y eso duele.
Me duele. Dormí todo el día. Con la
cabeza apoyada en la pared fría. Estuve pensando en allá arriba.
****-
Pude sacar la cadena de la pared. Mamá estaba arriba. Escuché unas risitas muy
fuertes. Miré por la ventana. Vi a toda esa gente chiquita como la madrecita, y
al padrecito también. Son agradables, todos.
Hacían ruidos bonitos y saltaban por
el suelo. Movían mucho las piernas. Son como mamá y papá. Mamá dice que la
gente que está bien es así como ellos.
Uno de los padrecitos me vio y señaló
la ventana. Yo me retiré y me deslicé por la pared en la oscuridad. Me doblé
toda para que no pudieran verme. Los oía hablar cerca de la ventana y correr. Arriba
se golpeó una puerta. Oí la voz de la madrecita que llamaba. Y oí unos pasos
pesados. Me escondí en la cama. Puse la cadena en la pared y me tendí de
espaldas.
Oí que mamá bajaba. Has estado en la
ventana, me dijo. Oí su enojo. Debes quedarte lejos de esa ventana; otra vez has
arrancado la cadena.
Tomó el palo y me pegó. No lloré, no
puedo hacerlo. Pero el líquido corrió por toda la cama. Ella lo vio, se dio
vuelta e hizo un ruido. ¡Oh Dios mío, Dios mío!, dijo, ¿por qué me haces esto a
mí? Oí que el palo rebotaba en el suelo de piedra. Ella corrió hasta arriba.
Dormí todo el día.
*****-
Este día hubo otra vez agua. Cuando mamá estaba arriba oí de nuevo que la
chiquita bajaba los escalones. Me escondí en la carbonera, porque mamá se enoja
si la madrecita me ve.
Ella tenía una cosita viva. Caminaba
sobre los brazos y tenía orejas puntiagudas. La madrecita le decía cosas.
Todo fue bien hasta que la cosa viva
me olió. Subió corriendo por el carbón y me miró. Se le pusieron los pelos de
punta. Hizo un ruido de malo con la garganta. Yo siseé y eso me saltó encima.
No quería hacerle daño, pero me asusté,
porque me mordió más fuerte que la rata. Me dolió, y la madrecita empezó a
gritar. Yo apreté fuerte fuerte a esa cosita viva. Hizo unos ruidos que yo nunca
había oído. La apreté toda en una pelotita. Quedó hinchada y roja sobre el
carbón negro.
Cuando mamá me llamó, me escondí. Tenía
miedo del palo. Ella se fue. Subí con la cosita por el carbón. La escondí bajo
mi almohada y me apoyé en ella. Volví a poner la cadena en la pared.
*-
Este es otro tiempo. Papá me ajustó bien las cadenas. Me duelo porque me pegó. Esta
vez le quité de un golpe el palo que tenía en la mano; hizo un ruido y se fue con
la cara toda blanca. Salió corriendo de donde duermo y cerró la puerta con
llave.
No estoy tan contenta. Todo el día
mucho frío aquí. Cuesta sacar la cadena de la pared. Y estoy muy enojada con papá
y mamá. Ya les voy a mostrar. Voy a hacer lo mismo que hice la otra vez.
Voy a chillar y a reír fuerte. Voy a
correr por las paredes. Después colgaré cabeza abajo con todas mis piernas y me
reiré y gotearé todo verde por todas partes. Hasta que se arrepientan de no
tratarme bien.
Y si tratan de pegarme otra vez, los atacaré.
Eso es lo que voy a hacer.
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