Víctor Roura
Yo
no me hubiera percatado de no ser porque a la bióloga le pareció demasiado extraña
la mosca. Ya la había visto, días antes, merodeando a la hora de la comida o en
la noche, cuando me pongo a escribir, mas no le di importancia. Una vez, sí,
fui tras ella con una revista en la mano para liquidarla. Porque me había
fastidiado su vuelo, no por otra cosa, ya que el insecto, debo reconocerlo, no
producía ningún zumbido al momento de planear por el aire.
Dos días antes del insólito
descubrimiento, le prestamos al díptero una atención desmesurada. A las dos de la
madrugada decidí dar punto final a un texto que no tenía caso ya continuar
escribiendo para, en un acto de alta concentración, poner mis sentidos (como
una antena parabólica anda en pos de ondas para modificarlas en imágenes) en el
animal para poder saber qué clase de bicho era aquél que al volar no producía
el menor ruido.
–Es un múscido fenómeno –dijo, cautelosa,
la bióloga Fiusha Aguilar.
Dudé.
–¿No será una taquínida importada? –reflexioné,
en voz alta.
–No, los larvevóridos tienen otro color –dijo
ella.
–Me impresionan sus desplazamientos
silenciosos.
–Tal vez es de la familia de los sírfidos
y el néctar digerido ha enmudecido la presión de sus alas.
–¿Las alas pueden desplegar insonoridad?
–Depende de su tamaño, a veces…
La Fiusha Aguilar prometió, esa noche,
investigar más a fondo acerca de las moscas. Ya que la presencia de esa, según
le dictaban sus conocimientos, syritta pipiens había interrumpido mi
trabajo, y hasta cierto punto sacado de quicio, nos entretuvimos la bióloga y
yo en pormenorizar nuestra naciente relación. Nos besamos las puntas de los
pies, por ejemplo. Y de mi escritorio nos pasamos, discretamente, a la alcoba.
Ahí fue cuando observamos otra inverosímil revelación: la mosca nos siguió a
una breve distancia y se puso cómoda atrás de un librero, de manera tal que no
pudiéramos agredirla.
–Es un cariño extraño el de ese artropodito
–dijo la bióloga.
La atraje hacia mí.
–Una mosca no va a inhibir nuestras
pretensiones –dije, buscándole la boca.
Sin embargo, ella no tenía ojos sino para
el bicho.
–Nos está mirando –dijo ella.
–Aunque nos mirase un mustélido bañado en agua,
nada debe detenernos…
–No puedo, me cohíbe…
–No mires al animal, mírame a mí…
–Es como si tú me mirases –dijo.
Me hice a un lado, ofendido.
–Per… perdona, no quise lasti… marte –indicó
la bióloga.
Pero la situación ya se había enfriado. Vi
el reloj, de reojo. Más de las tres de la madrugada. Intenté dormir. Luego de
un reducido sueño (en el cual era yo objeto de una subasta y nadie quería dar
ni un peso por mí), abrí pesadamente los ojos y vi a Fiusha sentada a mi lado,
escribiendo no sé qué cosa.
–Duérmete ya –dije.
No contestó. Siguió apuntando.
–¿No me digas que estás así por la mosca? –pregunté,
adormilado.
Asintió, sin responder nada.
Cerré, entonces, los ojos.
Al despertar, la bióloga ya no estaba
conmigo. “Estoy a punto de descubrir qué clase de mosca vuela a tu alrededor”,
decía en un papel, “regreso por la tarde”. Ese viernes era día de descanso, así
que me puse a leer en la cama, luego fui a comprar algo para la comida y
escribí unas cosas pendientes. La mosca siempre estaba a mi lado, pero
inalcanzable. Nunca se acercaba del todo, de modo que no era un estorbo.
Cuando llegó Fiusha Aguilar, a las seis de
la tarde, entró con cara de pocos amigos.
–Aquí está la solución –dijo, mostrándome
un juego de imanes.
Sonreí.
–¿A poco mi mosca es una especie de terminator
animal? –dije, riéndome ya.
Fiusha no contestaba. Empezó a sacar el
material. De pronto, los minerales de óxido de hierro iniciaron su violenta
presión y, proveniente quién sabe de dónde, la mosca se aplastó con rudeza a
los imanes.
–He aquí a nuestra pipiens: ¡un
vulgar micrófono! –dijo la bióloga.
El descubrimiento me dejó helado.
–Y tal vez transmisor de imágenes, las
primeras criaturas volátiles de la internet. Alguien te está investigando –dijo
Fiusha.
–¿Qué hago?
–No sé. Si consideras que esto es un acto
de espionaje político, llama a los panistas. Si descartas este punto, investiga
con tus amigas. Alguna querrá saber qué haces cuando no estás con ella.
Este absurdo acecho me ha puesto de malas.
Mañana voy a la Secretaría de Gobernación.
O directamente a casa de la Diosa Baltazar que a últimas fechas la he visto muy
sospechosa, inquieta, taciturna, desvelada, nerviosa, de mal humor, exigente,
posesiva.
No sé qué hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario