Alberto Sánchez Argüello
Allan
siempre miraba hacia el cielo. Mientras los otros niños jugaban a la rayuela o
andaban en bicicleta, él permanecía solo, sentado en las aceras contemplando el
movimiento de las nubes. Un día, no se sabe bien cómo, aprendió a domarlas. Una
mañana aparecieron flotando cumulonimbus con formas de conejo, gato y jirafa.
Él les enseñó a tomar forma y con el tiempo se hizo más ducho en aquel arte:
fue famosa su representación de la última cena, una serie de retratos de
celebridades locales y el pensador de Rodin. Ya entrando en su adolescencia
experimentó con las precipitaciones; comenzó con bromas prácticas a sus amigos
haciendo llover sobre sus cabezas en los parques, pero luego se convirtió en el
héroe de la ciudad al terminar con la racha de sequías que había diezmado los
cultivos. Por un tiempo todo estuvo bien: las nubes entretenían a la gente con
sus formas y los alimentos abundaban gracias a las lluvias regulares; pero
Allan demandaba siempre más a las nubes: quería representar lo que el viento se
llevó cuadro por cuadro y los cúmulos no lo lograban. Finalmente ocurrió el
desastre. Una mañana amaneció totalmente cubierto de nubes negras y por más que
Allan les ordenaba hacerse blancas ellas no obedecían; comenzó una feroz
tormenta, que pronto se convirtió en huracán y casas, gentes y animales volaron
por los aires. No quedó nada… De Allan no se supo el paradero, aunque hay
reportes desde el Sahara afirmando que han empezado a aparecer nubes con el
rostro de Clark Gable.
(Tomado
de www.enfrascopequeno.blogspot.com)
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