Milia Gayoso Manzur
Son
las doce de la noche. Rita canta “Estamos todos solos” en inglés, por supuesto
no entiendo casi nada de la letra, sólo que en algún momento habla de una
ventana. De las clases de inglés en la secundaria sólo rescaté algunas palabras
que aún recuerdo. Habla de una ventana. ¿Abierta o cerrada? No puedo captar
más, creo que hay una versión en castellano, pero las traducciones nunca
reflejan la letra original. Ventana. A todo esto, creo que dejé abierta la
ventana de la cocina, tendré que levantarme a cerrarla porque si no pueden
entrar los gatos de doña Ernesta y comer el pan que quedó en la mesa, y lo que
es peor, si viene algún ladrón, la va a tener muy fácil con la ventana abierta.
La selección musical es
excelente, pasan temas suaves, tranquilizadores y que llegan muy hondo, bien
cerquita del corazón. La cena ha de estar completamente fría y aunque se la
caliente ya no va a estar muy rica. Pero a este paso, si todavía no llegó, cuando
lo haga lo que va a comer ya va a ser el desayuno. Se enfría la cena, se enfría
la ilusión, las ganas de jugar a tener diez años menos y a tirarme en sus
brazos sin ropa, sin pudor. En realidad no me prometió nada, no dijo que
llegaría temprano ni que lo esperara, pero no sé por qué pensé que debía
esperarlo con una cena especial, con un camisón nuevo, que de tan diminuto casi
no pude ponérmelo y me saltan las carnes por varios lugares.
Lo espero. Algún pájaro
hace ruidos en la planta de limón, quizás sea un gorrión perdido o el loro de
la vecina que anda de visita por todos los árboles de la cuadra. “Los pájaros
nocturnos picotean las primeras estrellas que centellean como mi alma cuando te
amo…”, dice Neruda en algún poema que leí alguna vez, antes, cuando era más
joven y tenía tiempo para leer, antes cuando no tenía cinco pares de cada ropa
para lavar. Antes cuando me despertaba a las seis para salir a trabajar y podía
acostarme a las nueve, pero ahora me levanto a las cuatro y media y como hoy,
pasada la medianoche, aún lo espero para calentarle la cena, pasarle la toalla
y preguntarle cómo le fue con el trabajo, aunque sé muy bien que a tal hora ya
no viene del trabajo sino vaya a saber de dónde.
Es hermoso este camisón.
Me costó casi veinte guaraníes, pero no me di el gran lujo de ahorrar para
comprarlo para esta ocasión. Me bañé con jabón de flores y me puse abundante
colonia, me peiné durante varios minutos los cabellos para que estén bien sedosos,
me puse crema en las piernas, en los tobillos y las manos, me limé las uñas.
Les di de cenar temprano a las criaturas y los acosté para que no molestaran,
limpié la casa como un espejo y puse las sábanas celestes, las más lindas, para
esperarle. Pero él no llega. La radio continúa lanzando canciones dulcísimas y
tristes. Voy a esperarlo despierta un rato más, quizás se acordó de que hoy es
nuestro aniversario, pero no consigue ómnibus para llegar a casa.
(Tomado
de www.cervantesvirtual.com)
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