Isaac Asimov
Johnson estaba rememorando del modo en que lo hacen los viejos y me
habían advertido que hablaría acerca de los cyborg, esas personas que cruzaron
velozmente la escena de los negocios a comienzos de este siglo XXI nuestro. Aun
así, había tomado una buena comida a su cargo y estaba listo para escuchar.
Y, como sucedió, fue la primera palabra que salió
de su boca.
–Los cyborg –dijo– no estaban regulados en aquellos
días. Hoy su empleo está tan controlado que nadie puede obtener ningún
beneficio de ellos, pero hace un tiempo… Uno de ellos hizo a esta compañía el
negocio de diez mil millones de dólares que ahora es. Yo lo elegí, ¿sabe?
–Me dijeron que no duraron mucho –dije.
–No en esos días. Se extinguieron. Cuando uno
agrega microchips en puntos clave del sistema nervioso, luego, en diez años a
lo sumo, el cableado se funde, por así decirlo. Luego se retiraron… –una
pequeña laguna– conformes, ¿sabe?
–Me extraña que alguien se sometiera a eso.
–Bueno, los idealistas estaban horrorizados, por
supuesto, y es por eso que llegó la regulación, pero no fue tan malo para los
cyborg. Sólo ciertas personas podían hacer uso de los microchips –cerca del
ochenta por ciento de ellos eran varones, por alguna razón– y, para el tiempo
en que estuvieron activos, vivieron vidas de magnates navieros. Después de eso,
siempre recibieron el mejor de los cuidados… no diferente del que recibían los
atletas de primera línea, después de todo; diez años de vida joven activa, y
luego el retiro.
Johnson sorbió de su trago.
–Un cyborg no-regulado podía influenciar las
emociones de otras personas, ¿sabe?, si estaban bien instalados los chips y
tenían talento. Podían emitir juicios sobre la base de lo que percibían en
otras mentes y podían reforzar algunos de los juicios que estaban haciendo los
competidores, o despertarlos para bien de la compañía local. No era injusto.
Las otras compañías tenían a sus propios cyborg haciendo lo mismo –suspiró–.
Ahora, ese tipo de cosas es ilegal. Es una pena.
–Escuché que esa ilegal colocación de chips sigue
haciéndose –le dije, confidente.
Johnson gruñó.
–Sin comentario –dijo, y lo dejé pasar–. Pero
incluso hace treinta años –continuó–, las cosas estaban todavía a la vista de
todos. Nuestra compañía era sólo un punto insignificante en la economía global,
pero habíamos localizado dos cyborg que deseaban trabajar para nosotros.
–¿Dos? Nunca antes escuché eso.
Johnson me miró ladinamente.
–Sí, nosotros lo arreglamos. No es ampliamente
conocido en el mundo exterior, pero devino en un reclutamiento inteligente y
eso era ligeramente –sólo una pizca– ilegal, incluso entonces. Por supuesto, no
pudimos contratarlos a los dos. Conseguir que dos cyborg trabajen juntos es
imposible. Son como los grandes maestros de ajedrez, supongo. Póngalos en la
misma habitación y automáticamente se desafiarán. Competirían continuamente,
cada uno intentando influir y confutar al otro. No se detendrían –realmente no
podrían– y se fundirían el uno al otro en seis meses. Varias compañías lo
averiguaron, a gran costo, cuando los cyborg entraron en operación.
–Puedo imaginarlo –murmuré.
–De modo que ya que no podíamos tener a los dos, sólo
a uno, queríamos al más poderoso, obviamente, y eso sólo podía ser determinado
oponiendo el uno al otro, sin permitir que se arruinaran. Me dieron a mí ese
trabajo, y estaba bastante claro que si escogía a uno que, al final, resultara
inadecuado, también sería mi final.
–¿Cómo lo hizo, señor?
Sabía que había tenido éxito, por supuesto. Una
persona no puede convertirse en el presidente del consejo de una firma de nivel
mundial por nada.
–Tuve que improvisar –dijo Johnson–. Primero,
investigué a cada uno por separado. Los dos eran conocidos por sus códigos,
para decir la verdad. En esos días sus verdaderas identidades tenían que estar
ocultas. Un cyborg que se supiera que era un cyborg era medio inútil. Ellos
eran C-12 y F-71 en nuestros registros. Ambos estaban al final de los veinte.
C-12 no tenía compromisos; F-17 estaba comprometido para casarse.
–¿Casarse? –dije, un poco sorprendido.
–Por cierto. Los cyborg son humanos, y los cyborg
masculinos son muy buscados por las mujeres. Es seguro que serán ricos y,
cuando se retiren, sus fortunas estarán habitualmente bajo el control de sus
esposas. Es un buen partido para una joven… Entonces los puse juntos, con la
novia de F-71. Deseaba ansiosamente que ella fuera guapa, y lo era. Encontrarme
con ella fue casi un impacto físico para mí. Era la mujer más hermosa que
hubiera visto jamás, alta, de ojos oscuros, con una figura maravillosa, y apenas
algo más que una insinuación de ardiente sexualidad.
Johnson pareció perderse en sus pensamientos por un
momento, luego continuó.
–Le digo que tuve la fuerte inclinación de ganar a
la mujer para mí mismo pero no era posible que cualquiera que tuviera un cyborg
lo transfiriera a un simple ejecutivo novel, que es lo que yo era en esos días.
Transferirse ella misma a otro cyborg sería otra cosa… y pude ver que C-12
estaba tan afectado como yo. No le podía quitar los ojos de encima. De modo que
permití que las cosas evolucionaran para ver quién terminaba con la joven.
–¿Y quién fue, señor? –pregunté.
–Llevó dos días de intenso conflicto mental. Cada
uno debía haber consumido un mes de sus vidas laborales, pero la joven salió
con C-12 como su nuevo novio.
–Ah, entonces usted escogió a C-12 como el cyborg
de la firma.
Johnson me miró fijo con desdeño.
–¿Está loco? No hice tal cosa. Elegí a F-71, por
supuesto. Ubicamos a C-12 en una pequeña subsidiaria nuestra. No sería bueno
para nadie más, ya que lo conocíamos, ¿sabe?
–Pero, ¿me perdí de algo? Si F-71 perdió a su
novia, y C-12 la ganó… seguramente C-12 era superior.
–¿Lo era? Los cyborg no muestran emociones en casos
como este; no emociones obvias. Es necesario para los propósitos comerciales
que los cyborg escondan su poder, de modo que la cara de póquer es una
necesidad profesional para ellos. Pero yo estaba observando muy de cerca –mi
propio trabajo estaba en riesgo– y, cuando C-12 salió con la mujer, noté una
pequeña sonrisa en los labios de F-71, y me pareció que había un brillo de
victoria en sus ojos.
–Pero perdió a su novia.
–¿No se le ocurre que quería perderla y que no
sería fácil disimular su entrega? Tuvo que trabajar sobre C-12 para que la
quisiera, y sobre la mujer para que quisiera ser querida… y lo hizo. Ganó.
Pensé sobre el asunto.
–Pero, ¿cómo pudo estar seguro? Si la mujer era tan
guapa como dijo que era… si estaba radiante de sexualidad, seguramente F-71
habría querido retenerla.
–Pero F-71 estaba haciendo que ella se viera
deseable –dijo Johnson con tono grave–. Apuntó a C-12, por supuesto, pero con
tanta fuerza que el exceso fue suficiente para afectarme drásticamente. Después
de que todo pasara, y que C-12 se quedara con ella, no estuve más bajo la
influencia y pude ver que había algo duro y podrido en ella… una especie de
brillo egoísta y depredador en sus ojos. De modo que escogí a F-71
inmediatamente y fue todo lo que podíamos desear. La firma está ahora donde
usted ve, y soy el presidente del consejo.
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