Antonio Skármeta
Infierno
infierno la turbia imagen de lo que soy entre los copetines los bocadillos de langostines y el petit-bouche
de queso, infierno mi inflamación entre las piernas mi lomo arqueado mordiendo aun
otra maleza, otro infierno, ese que tienes tú, perra, ahí abajo, donde se combustiona
la membrana más fina de mi piel, infierno este impúdico derrame de carne mientras
hago el tango contigo (la del país lejano) y la piel de zorro de tu madre te cuelga
sobre los pliegues de tu terciopelo, y tú levitas por la alta tierra de marfil desde
donde asistes a mis contorsiones reventando un gesto, echando redondito el humo
del cigarro por la boca, eso, ah ja, y pensar aun en un día en que habría sido inteligente,
perra, y que eran mis manos las que sabían morderte la cintura, la más hábil la
derecha, y la mala era la izquierda, buscándote entre las costillas, y era un tiempo
mejor, de vez en cuando llovía en el invierno, no como estos días agónicos, los
parques incinerados, la triste tutula del Darío echando un chorrito en el parque,
y la lluvia, en cambio, está sólo en los periódicos, llueve en un país lejano y
no tan vacío como lo que eres, perrita, dulzura, amor, un país como Vietnam al que
debieras conocer para que mudaras de planeta, para que no estuvieses todo el tiempo
ahuyentándote los pájaros, para que no mancharas con tanto rouge la boca
del cigarrillo, para que no combaras así tu vientre retirándote de mi sexo mientras
bailas el tango, para que existieras, perra, fuera de esa zona, de esa nación tan
frágil, de esa nariz tan respingada donde pareces fornicar con ángeles, y tus pupilas
se dan vuelta llevando tus propios dedos del pelo descascarado de mi gamuza a la
pelusilla un poco ácida de tus muslos, ah infierno, y conduces el animal de tu arcángel
con tus propias yemas (¿quién eres, quién eres?: tu voz caliente), y se va rajando
lentamente la marca en tu carne, y yo estoy lejos de tu incendio, yo contigo bailo
tango, ni siquiera D’Arienzo o Canaro sino el francés, el de Brel, el más fúnebre,
tal vez el más bueno para abandonar la música, cremarte mis sinfonías (la que me
premiaron en Filadelfia, esa), y verte entonces apenas preocupada, la mirada violeta
dulce corriendo abstraída el hilillo rojo de celofán de una nueva cajetilla de luckis,
mientras yo repito un pasaje de violín, como si estuviera dialogando contigo, pero
tal vez ni eso, quizás lo que suena no es mío sino Tartini, o Mozart, otra mierda,
y mañana, mañana, sacudir en la casona del Arrayán la funda de los muebles (son
los pájaros que se meten por los ventanales y los cagan enteros) y uno cree que
va a llover, pero no es cierto, es sólo que todo se empantana tan fácil, los insectos
en el aire, la radio en el mismo jingle, y yo una y otra vez, tan ineludible, tan
encima, tan caliente y cercano, me viera mi madre muerta, ah-ja-ja-ja-ja, me vieran
mis alumnos del Conservatorio con esta erección matutina, con esta aniquilación
casi saludable, casi moribunda, casi lo único que me queda, perra, que me lo vas
llevando en el tango, y mi lengua se corre más abajo de tu pelo, las papilas taladran
tu selva, siempre te he visto como país, como un atlas ingenuo, un país lejano para
el que no se otorgan pasaportes, mi lengua abriéndose en la maraña, buscando seca
un trago, y luego y luego, el perfil brillante de tu oreja, y ahora encontrarlo,
vivir ahí, lamiéndote, oh cielos cielos, toda concavidad tuya es imagen de mi muerte,
es succión, es precipicio, caída libre, y quién nos viera que supiera, apenas mi
lengua que ronda la dureza de tus cartílagos, ardes, pero casi nada, yo soy un incendio
en este salón pero no importa, porque yo no existo, alguien podría describirnos,
fotografiarnos, y no habría nada, apenas la imagen de un galán insistente, la palidez
de una mina que sabe calentarse mirando a los hombres que fuman bajo los cortinajes
del salón, al que ríe con los dientes en la mitad de la pista, al que mira sombrío
el pliegue de tu terciopelo en la esfera de tu culo, y me mira, y vuelve a tus muslos,
a la línea de tu pierna, y está bailando contigo el tango –ah, infierno–, su rodilla
va exploradora bajo el buen corte de su pantalón a abrirte un poco los muslos, a
acercarte la mejilla desierta, y tú me resistes, eres una nación remota, una especie
de Holanda ambulante, de Indostán, y yo, mierda de mí, estoy firme con la huelga
de la Sinfónica, te veo fornicar desde el palco, y yo soy el hombre que tú amas,
y yo soy el hombre que te amo, y te curvas tan fácilmente ante esa mirada extranjera,
es tan dulce tu rendición, tan flexible y maternal la línea de tu estómago, como
si un hijo lejano se te viniese replegando por tus huesos, los dedos blandamente
hundidos en tu carne caliente, y casi flotas en la alfombra, elevada como una virgen
ascendiendo, y yo debiera orarte, y otro te posee, y yo apenas existo, soy el hombre
que tú amas, pero tu vientre se ha combado para mí, mi sexo naufraga en este salón,
se muere en este tango, a ti te posee ahora un fantasma, y los trinos de la madrugada
se despedazan afuera, o es mi sangre que estrangula los pájaros, esas aves que conozco
bien, todos los pájaros que cubren la distancia desde la curva de tu hombro desnudo
hasta los árboles desertados, esa madrugada que conozco bien donde el cigarrillo
no te detiene, donde las sábanas casi grises son hostiles, casi se tragan tus piernas,
pero tú cantas algo, algún tema miserable, y yo estoy tan mal con mis calzoncillos
mirando el parque, y tú quién eres, y quién es Brel, y ahora perra qué has hecho
con mis manos por qué se me aprietan así contra tu carne liberándose donde quiero
el asesinato, y este vino que viene dando vuelta por todas partes, y ahora el estómago
que se me desplaza y se me viene haciendo un incendio como quien dice, qué país
es este, qué lobos lo habitan, qué lengua se habla tan corta de respiración, tan
inútil este jadeo turbio que me aprieta en la carne, qué me haces, qué tango es
este que me está matando sin ninguna muerte, qué Santiago, perra, esta fuerza mía
que se me dilata, es un cuarteto de Brahms el que estoy bailando y no te doy este
triunfo: ten mi amor pero no mi rabia, y ahora que me acuerdo de ese tipo, que sí,
textualmente, se muere de amor en La princesa de Clèves y la música tal vez fuera de Lully, pero esto es peor, estos
pantalones de mierda son cada vez más frágiles, mis piernas se van desnudando, tengo
un asco aquí cerca, qué especie de maricón estoy siendo por amarte, así sin hablar,
como la derrota del trompo cuando cucarrea y se desvanece en la baldosa del barrio,
quién canta, cuál es el mejor pasaje que he escrito, y ahora el roce con tu pelo,
y mi barba cada vez más pálida, mi bozo lampiño, y hasta el tórax Cristo que se
me aprieta y me estoy pegando a tu camisa, y el pecho se me descoyunta, me están
saliendo tus tetas adelante, como si estuviera gestando una granada en los flancos,
mis piernas cada vez más lacias, el terciopelo moribundo y quién me aprieta, la
madera del suelo se baja, mis pies tan pequeños en la alfombra, y yo dónde estoy,
cuál es este silencio, y tú que me estas llevando con tanta rabia, y qué me importas,
y tu sexo duro entre mis piernas como si te perteneciera, tú con tu trono a cuestas,
tu mierda de sinfonía y cuartetos, tu boca mordiéndome el cuello, ahora sí que te
picaste, sabes que se me levantó la falda, es donde me aprietas así, se me sube
la falda y los hombres ven mis ligas, contemplan cómo me corre el sudor por el muslo,
y tú me estás matando, y ya sé lo que va a pasarte, acabarás en ti, o en mí, cuando
amanezca definitivamente, y tendrás tu propia repugnancia, tu conciencia latinoamericana,
tu traje barato, pero yo estaré ahí donde tú dices, en una nación remota, ahí donde
tú dices en otra galaxia, ahí lo tienes compañero: ese es el final del tango.
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