Milia Gayoso Manzur
Se le corrió la media
exactamente sobre la rodilla. Una uña sin limar fue la causa del agujerito que
se extendió hacia norte y sur. Con fastidio buscó otro par en el cajón de la
ropa interior. Encontró las de color marrón, azul y verde oscuro, pero ninguna
negra. Desparramó todas las bombachas en la búsqueda, pero no dio con ninguna,
entonces buscó entre las cosas de su hija y encontró una muy hermosa, la media
de salir de Margarita, con mariposas de alas brillantes a los costados. “Voy a
comprarle otra”, pensó Mercedes mientras se la colocaba con cuidado para no
estropearla. Le quedaba un poco ajustada.
Se puso el vestido gris con voladitos en el escote. Alguna vez
alguien, un hombre dulce y amable, le había dicho que ese vestido la dejaba más
delgada y joven, por eso se lo ponía a menudo, para verse mejor y con la
esperanza de que lo volvería a encontrar para que le repita esos piropos. Se
había olvidado de un detalle. Se bajó las medias hasta la media pierna y se
puso talco, atrás y adelante, su bombacha azul adquirió una tonalidad más clara
y una de las mariposas de la media se llenó de puntitos blancos. Se perfumó
abundantemente, con el perfume que compraba de una proveedora a domicilio. “Ésta
es una marca famosa”, le había dicho la última vez, pero una compañera le
advirtió que aquello era una falsificación. Pero de todos modos tenía muy lindo
olor y duraba casi toda la noche, aunque a veces de tanta mezcla con varios
cuerpos, varios aromas y sudores, su olor ya no era su olor sino el conjunto de
aromas ajenos, resumidos todos en un olor extraño que le costaba sacarse por la
mañana.
Con paciencia se sentó frente al espejo y distribuyó manchones
rojos en ambas mejillas, se pasó delineador por los labios como había visto que
hacen algunas mujeres, pero el resultado no le agradó y lo uniformó todo con un
rojo intenso. Mezcló azul y verde para los párpados. Con mucho cuidado, pero no
se veía bonita. A veces, antes de salir, se miraba una y otra vez en el espejo
y sonreía satisfecha reconociendo
que aún a su edad tenía una cara llamativa, pero en ese momento se vio fea, mal
pintada, con cara de payaso triste.
No se dio cuenta de que estaba caminando descalza con las medias.
Eligió el zapato rojo porque los voladitos de su vestido estaban ribeteados de
ese color y con los años, copiando de otras mujeres fue aprendiendo a combinar
la ropa, aunque a veces no lo lograba, o no le importaba, “cada uno tiene su
tipo diferente” solía decir cuando otras compañeras le hablaban de la cantidad
de chicas nuevas que poblaban las calles, con unas minifaldas tan cortitas que
a algunas apenas les cubrían las nalgas. Mercedes no podía competir con ellas y
ponerse un vestido así, porque se le verían las varices y la enorme quemadura
sobre la rodilla derecha. La quemadura que le había hecho un gringo maniático
que prendió diez velas en los bordes de la cama mientras…
Se quitó los ruleros y los mechones saltaron hacia sus hombros.
Mechones mestizos: medio negros, medio rojizos, medio amarillentos. Miró el
reloj, eran casi las siete de la tarde, más o menos en quince o veinte minutos
Margarita volvería del colegio con ganas de devorarse medio litro de café con
leche y un pan entero. Dejó sus cabellos a medio peinar y fue a ver si había
pan o galleta en la cocina. Después continuó peinándose con esmero y se roció
perfume en medio de la cabeza, hacia la nuca, en la frente, “para oler como una
reina”, dijo mientras controlaba su “pinta” frente al espejo.
Eligió cuatro anillos de fantasía, uno de ellos con piedra verde, “una
feroz esmeralda”, dijo con humor y se puso unos aros redondos de plástico color
rojo.
Tardaba de propósito, esperando a Margarita, quería verla antes de
salir, a pesar de que a su hija no le agradaba en absoluto encontrarla “con su
pinta de campaña” como le decía entre broma y reproche. “Un año más mi amor y
dejo, busco otra cosa”, le había prometido tiempo atrás, pero no cumplía. “Un
día va a verte un amigo y no sabré dónde meter la cara cuando me lo diga”, le
rezongaba su hija.
Se arregló un mechón rebelde frente al espejito del baño.
Definitivamente, tenía cara de payaso triste, pintarrajeada y angustiada. No
queda lo mismo para Margarita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario