Koldo Mendiko
A veces
tienes que viajar en el tiempo,
bordeando los
obstáculos,
con el fin de amar a alguien.
Frances Mayes,
escritora
Aquel
día de junio de 2036 salí de un cibercafé en Londres, bastante disgustado tras otro
intento fallido de influir en el caos en el que se había convertido mi vida. Estaba
nervioso, pero, por desgracia, lo acaecido no me sorprendió. Mi teléfono no
funcionaba y los correos electrónicos seguían igualmente mudos. Me había dado
cuenta de lo obvio: el propio tiempo se interponía en mi camino, arrastrando consigo
sus paradojas y sus leyes incomprensibles.
Cualquier paso encaminado para advertir a mi
otro yo, el de mi pasado, de lo que le esperaba en un futuro cercano,
sistemáticamente, y durante la acción final de alertarlo enviando un SMS, un e-Mail,
o a través de las RRSS, era abortado. Me encontraba atrapado en un torrente de dolor,
mezclado con una especie de torbellino temporal que me desconectaba de la realidad.
Todo se congelaba a mi alrededor, y mi cerebro era exprimido, retorcido,
perforado por todos lados por taladros implacables.
El tiempo me hizo comprender que estaba a punto
de cruzar una barrera y que no me toleraba al otro lado. Estos repetidos
fracasos provocaron una creciente frustración en mí.
No poder advertir a mi yo pasado del fatal
y desastroso destino que le esperaba al participar en las excavaciones en el corazón
de Groenlandia me preocupaba al máximo. Por lo tanto, mi estado de
desesperación por la situación inextricable en la que me encontraba me tenía
realmente exasperado.
Cuando recuerdo la primera vez que la vi,
revivo plenamente cada segundo y vuelvo a experimentar todas las sensaciones. Primero,
el dolor que me retorcía la cabeza, mezclado con el pánico en respuesta a lo que
se acababa de desencadenar. Luego, el alivio de haber superado el incidente.
Recuerdo mi ritmo cardíaco acelerado, las gotas de sudor que caían por mi espalda
y, finalmente, la clarísima sensación de haber sido víctima de un devastador rayo.
Tan pronto como mi pie derecho aterrizó en
el pavimento de la acera, esa maldita distorsión del tiempo resurgió. Era
incomprensible. Hasta ahora sólo se había manifestado durante mis intentos de influir en la vida de mi alter ego del pasado.
¿Esa salida precipitada a la calle
estaba ligada a mi destino?
Incluso hoy veo la escena con la misma
claridad. Siento que el tiempo se congela a mi alrededor mientras clava su aguja
candente en lo más profundo de mi corteza cerebral. El dolor, mis pulmones a punto
de estallar, mi corazón a punto de ser expulsado de mi pecho. Sin embargo, sigo
lúcido. Entiendo que, por una u otra razón, aquí y ahora, el tiempo me impide actuar.
Observo esa imagen congelada. Justo
enfrente hay una mujer de piel clara y cabello oscuro, resplandeciendo bajo el sol
de principios del verano. Tiene una mirada llena de encanto y, a pesar de su inmovilidad,
parece brillar rebosante de vida.
Estoy
totalmente cautivado por ese ser que se me acaba de aparecer en la irrealidad de
esta alteración temporal.
Mi repentina salida
a la calle me arroja sobre ella. Inmediatamente vislumbro la escena: la voy a
atropellar, ella va a perder el equilibrio, la acera es angosta, viene una furgoneta
a toda velocidad. Un terrible accidente está a punto de
sobrevenir. Uso toda mi fuerza para mover mi cuerpo, que parece pesar una tonelada.
Todo es lento, pesado. Me agarro al tirador de la puerta del cibercafé con una mano,
mientras con la otra sujeto el brazo de la mujer que me acaba de impresionar.
A pesar del dolor que me atormenta el cráneo, trato de frenar
ese hecho de macabras consecuencias, aunque
en realidad aún no ha comenzado. Siento que funciona. El dolor disminuye, la escena
vuelve a la vida. A medida que el mundo vuelve a la actividad normal, varios hechos
me sorprenden: el primero es que esa mujer, a la que ahora sostengo del brazo y
que acabo de salvar, está ligada al destino de mi yo pasado y,
consecuentemente, al mío. El segundo es que me acabo de enamorar, y ahora todo se
va a complicar aún más.
Todo empezó en septiembre de 2036, cuando
fui contratado por la empresa InTech Science para participar en una expedición en
Groenlandia. En este tipo de proyectos mi experiencia como glaciólogo fue reconocida gracias a los múltiples proyectos en los que ya había participado en la Antártida. El desastre aéreo ocurrido en agosto del mismo año como consecuencia de una cadena de huracanes, cuya fuerza había sido subestimada por los controles de vuelo, sorprendió a los pilotos de un avión comercial que conectaba
Londres con Anchorage en Alaska, provocando que la nave se estrellara en el corazón
de Groenlandia. Más de trescientas personas habían perdido la vida en ese terrible
accidente, que por desgracia demostró tener un valor científico increíble.
La violencia del choque había dejado al descubierto
una cueva subterránea inexplorada de un tamaño abismal, despertando rápidamente
el interés de científicos de todo el mundo. Se estableció una operación de exploración
a gran escala. La Fundación Ackland-Hjorth, cuya existencia desconocía, se postuló
como patrocinador principal auspiciada por el gobierno danés. Sin embargo, fue
la empresa privada InTech Science, con sede en Nueva York, la elegida por la
fundación y la administración danesa para dirigir la misión.
Este incidente en gran medida fue una
oportunidad única para
que esta empresa de alta tecnología probara sus nuevos productos destinados a la
exploración en condiciones extremas, a la vez que ganaba visibilidad global. Así
fue como a finales de septiembre de 2036 partí con destino al país blanco,
contratado por esta multinacional.
Lo que encontramos en esa cueva estaba más
allá de nuestra comprensión. Me parecía completamente irreal encontrarme en las
profundidades de la gran caverna a varias decenas de metros bajo el manto de hielo
frente a semejante espectáculo. Pero cuanto más lo negaba,
más se imponía la evidencia. Teníamos frente a nosotros los restos materiales
de una estructura artificial, hecha de materiales desconocidos, una especie de resina
moldeable que ninguna de nuestras herramientas podía atravesar. Como era de esperar,
muy rápidamente y por unanimidad, llegamos a la conclusión de que acabábamos de
encontrar los restos de una nave extraterrestre. Todas mis certezas estaban patas
arriba, ya nada tenía sentido. En las profundidades de Groenlandia examiné los restos
de un artefacto alienígena enterrado bajo el hielo. Era impensable, confuso,
desconcertante.
Desafortunadamente lo que debería haber sido
el descubrimiento más increíble de la humanidad se convirtió en una conspiración
industrial. Bajo presión, InTech Science consiguió que todos los científicos involucrados
en la operación firmaran acuerdos de confidencialidad. Desmantelaron como
pudieron lo que quedaba de aquel artefacto y evacuaron sus elementos con destino
desconocido. Se estaban apropiando con artimañas legales de los restos de aquella
desconocida nave, que había tenido la desgracia de cruzar nuestra órbita.
Pasaron unos días en los que medimos y
calculamos cuestiones técnicas, tanto de trazabilidad como de ángulo de
intersección y penetración de aquel ingenio en el hielo, y evaluando una de las
posibles trayectorias, encontré, atrapado en el hielo, lo que comparé con un brazalete.
Fueron, a primera vista, las inscripciones que brillaban en su superficie negra
las que llamaron mi atención.
Después de extraer el objeto, me di cuenta
de que aquellos símbolos eran producidos por una fuente de energía que
reaccionaba a mi tacto. Decidí arriesgarme y sustraerlo sin el conocimiento de la
pérfida empresa. Si, como realmente sospechaba, era un instrumento alienígena,
quería manipularlo, si es que todavía funcionaba.
Pasé el siguiente fin de semana en una
habitación de hotel en la ciudad de Nuuk Godthab, la capital, situada al sur de
Groenlandia. Analicé con gran expectación aquel extraño objeto desde todos los ángulos, y después
de muchas tentativas, me
di
cuenta de que, por alguna causa que desconozco, el dispositivo
reaccionaba al tocarlo en perfecta simbiosis con mi mente. Parecía que interpretaba mis pensamientos, y así, sin preverlo, me vi en la cueva en el momento en que lo encontré para, seguidamente, guiado por el pánico, volver a la habitación del hotel. Había viajado en unos
instantes al pasado, para volver inmediatamente al presente.
Después de muchas manipulaciones, entendí
que ese brazalete me permitía viajar en el tiempo. Unos minutos, unos días… Tal
vez podía ser más. Cada cambio de símbolo me enviaba al pasado o al futuro inmediato.
Coexistiendo, tal vez, con varias versiones de mí mismo, pero sin que el tiempo
me permitiera interactuar con ellos. La tentación fue demasiado grande. Sobre
todo al comprobar que con esas tentativas mi metabolismo al completo seguía igual,
sin generar cambios ni físicos ni mentales. Esto me envalentonó, y decidí dar el
paso con un salto de un mes hacia el futuro.
Lo que conocí me horrorizó: había perdido la
vida semanas después de encontrar el brazalete, como todo el equipo de exploración,
en una explosión que dejó sepultada de nuevo la cueva. Era obvio que no era casualidad,
y que, al participar en esta operación InTech Science, habíamos puesto en
peligro nuestras vidas, como desgraciadamente así fue. Entonces tomé una decisión
radical y usé el brazalete para retroceder unos meses hasta antes de los
terribles acontecimientos. Tenía la esperanza de prevenir a mi yo de antes del infausto
viaje para evitar que sucedieran estos aciagos eventos, y así salvar las vidas destrozadas
por el cruel destino.
Este salto en el tiempo se efectuó sin contar
con dos cosas: el brazalete tenía una autonomía limitada, y ahora me encontraba
estancado en junio de 2036; lo otro era que el mismísimo tiempo había decidido
interponerse en mi camino, y no sé por qué, pero me mandó a aquel día de junio en
que conocí a Alessia.
Punto de no retorno, o eso creía yo. El
encuentro con Alessia fue tan fuerte y embriagador que quise dejar de lado cualquier
elemento perturbador. Fue un error, pero después de los acontecimientos de las últimas
semanas en la exploración de la cueva y su deslumbrante descubrimiento, me sentía
exhausto y terriblemente desconcertado. Sin
proponérmelo, mi alma sintió un impulso irrefrenable por soltar el peso que me
suponía cargar con aquella increíble historia. Si Alessia tenía una conexión con
mi destino y mi pasado, en ese momento, yo no sabía nada de eso. Pero las pocas
semanas que pasamos juntos fueron tan mágicas que en ningún momento me atreví a
oscurecer esa felicidad. Todavía tenía que mentir sobre mi estado. En ninguna circunstancia
iba a descubrir que yo existía en dos versiones en las calles de Londres.
Al principio, quería conocerla, compartir su
vida y, sobre todo, su cama. No mentía sobre lo más básico, pero sin entrar en
detalles. Durante el día, cuando ella pensaba que yo estaba trabajando, en realidad
elaboraba un plan para burlar al tiempo y advertir a mi otro yo sobre los
funestos hechos futuros que estaban por pasar y así tratar de salvar las innumerables
vidas que estaban en juego. Estudié meticulosamente mis itinerarios para no frecuentar,
en ninguna circunstancia, los lugares que acostumbraba a
visitar con el fin de no encontrarme. Probablemente era inútil. Yo apenas conocía
las reglas de aquel dispositivo. Aunque presagiaba que, en ningún caso, el
señor tiempo habría permitido esa conjunción.
Como nada es eterno, llegó el día en que
tomando unas cervezas en un típico pub inglés empezaron los dilemas.
–Eres un hombre libre, Gabriel –me dijo Alessia a quemarropa, depositando las palabras con una sonrisa devastadora.
–Tal vez sea verdad –respondí con una seguridad fingida.
No pude evitar reírme. La velada había
sido muy agradable y los vapores del alcohol habían desencadenado en nosotros una
alegría contagiosa.
–Eres
tan misterioso –siguió–.
Vives en un hotel, me dices que tienes un apartamento, pero nunca lo he visto.
De hecho, había alegado un problema de
termitas en mi centenario edificio, justificando que un científico con un buen
salario podía vivir un tiempo en el destartalado hotel en que me alojaba. Lo
cierto es que Alessia estaba colada por mí y yo por ella. Lo que nos pasaba
excedía de la euforia de los principios. Sentí que algo poderoso estaba en juego
entre nosotros, y las amenazas a mi vida aumentaron
mi capacidad de saborear lo que sentía por ella. Al fin y al cabo,
me quedaban pocas semanas de vida.
Fue esa noche, después de cuatro semanas,
que finalmente decidí dejar de lado mi cobardía y averiguar de qué manera
Alessia estaba conectada con mi historia. Durante mis trabajos en Groenlandia,
había tomado la iniciativa de recopilar todos los datos posibles sobre aquella
increíble operación: todo lo vivido y también lo publicado había sido archivado
en mi tablet con el único objetivo de escribir un relato de aquella
sorprendente historia; desde el terrible accidente del avión hasta el
descubrimiento de la nave alienígena.
En estos archivos, el día después de
nuestra comida, encontré el nombre de Alessia Turner Rossi, y un repentino mazazo impactó en todo mi ser. Cuando vi el nombre de Alessia aparecer en la lista
de víctimas del infausto accidente que desenterró la cueva en Groenlandia,
todas las almas que había tratado de salvar hasta ahora, incluida la mía, de
repente me parecieron, a mi pesar, irrelevantes. A partir de ese momento, sólo tenía un objetivo: rescatarla
de aquel fatal destino.
La noche de mi
descubrimiento, me reuní con ella con la convicción de revelarle todo:
Sí, soy un
viajero del tiempo, y vengo del futuro. Un futuro en el que ya no existes, y
donde las circunstancias de tu muerte liberan una red de acontecimientos que
culminan en la mía. Y es por eso, porque los dos vamos a morir
en un cercano futuro, que tenemos que intentar cambiar nuestro destino.
Bueno, esto es lo que, a pesar
de que
parecía totalmente disparatado, me proponía decirle.
–Gabriel,
¿estás
bien? –me preguntó después de que nos besáramos en la puerta de su apartamento.
Tanta era la ansiedad que me embargaba.
–No –contesté circunspecto, dando a entender
que teníamos que hablar.
Entré. Después de sentarme en su sofá y
respirar hondo, como esperando que me alumbrara el sentido común, me decidí a hablar.
–Vengo del futuro –esas fueron las palabras
que aparecieron en mi pensamiento en ese momento.
Pero no lograron ser articuladas, el tiempo
no me permitió la insólita extravagancia. La escena se congeló antes de que
esas palabras salieran de mi boca, y la opresión en mi cerebro, ese dolor tremendo
que de repente me bloqueaba, apareció. Estaba claro que el tiempo no me dejaría
interferir en el destino futuro. No dejaría que modificara todo aquello que estaba
por llegar. Sin embargo, yo estaba allí, en mi pasado. El sistema, fuera lo que
fuera, que propiciaba aquel salto temporal, me permitía estar en mi pasado,
pero no modificar las corrientes temporales que afectarían al futuro.
No
contesté y, a pesar de todo, lo seguí intentando. Después
de varios intentos fallidos y de la mayor opresión mental sufrida en mi vida,
terminé resignándome ante la estupefacción de Alessia, que por supuesto no
lograba entender lo que me estaba pasando. La batalla iba a ser mucho más dura
de lo esperado.
Ese día no logré transmitirle a Alessia el
peligro al que se enfrentaba si finalmente tomaba el avión que la llevaría a su
fatal desenlace, aunque no entendía qué podía hacer ella en Alaska. No tardé mucho
en enterarme.
Después de un pequeño lapso en el que tuve
que disculparme por mi extraño comportamiento, a mi pesar, llegó el temido
escenario.
Con gran ilusión, Alessia
me contó que su empresa, un gigante del sector energético, buscaba nuevos
mercados, y enviaba una misión a prospectar en Alaska
nuevos yacimientos de gas. Así que esa noche me dijo que ella formaría parte de esa misión. Su declaración me dejó hundido en la más profunda de las negruras. Porque ya había intentado todo para contrarrestar los futuros acontecimientos y evitar que Alessia subiera a ese avión, pero nada que hacer. El tiempo prosiguió su labor de socavamiento, impidiéndome tener la menor influencia en su curso y destruyendo lo poco
que
quedaba de mi espíritu. La situación era inflexible. Estaba fuera de discusión luchar contra una paradoja
imposible de manejar.
Nuestros
sentimientos se hacían más fuertes, nuestra historia más y más hermosa, y vi, totalmente
indefensa, a la mujer de mi vida dirigiéndose hacia su terrible final.
Hacerla despedir, herirla para obligarla a
quedarse en Londres… Tantas medidas desesperadas, reducidas a nada por las misteriosas
leyes que no me permitían actuar para cambiar las corrientes temporales.
Todavía no entendía por qué era fundamental que Alessia estuviera entre las víctimas
de ese avión. ¿Fue ella la responsable del accidente? ¿Por qué parecía tan
esencial para los planes del tiempo? Sólo una certeza me habitaba: iba a perder
a Alessia.
Los días avanzaban inexorablemente hacia el final. Y
fue unos pocos días antes de que se terminara la cuenta atrás, cuando Alessia me propuso
que
conociera al promotor de aquella misión que la llevaría a la perdición.
Alfred vivía en las afueras de Londres, en una
casa
enorme cuya piscina climatizada en medio de la sala de estar era sólo uno de los elementos más llamativos de su forma de vida. Había sido el mejor amigo de Alessia desde la infancia, una especie
de hermano mayor que siempre la protegió. Pero también era uno de los hombres más
influyentes, sobre todo después de heredar el control del gigante energético que
ahora dirigía. Un emprendedor al frente de un capital gigantesco. Y era patente
que tenía un afecto especial por ella. Después de las presentaciones, Alfred y yo
la dejamos en la cocina dispuesta a sorprendernos con su plato favorito:
spaghetti alle vongole, un plato tradicional de la cocina napolitana,
cuya receta había heredado de su madre.
Solos en la sala, Alfred indagó sobre mis
experiencias profesionales; le interesaban sobre todo mis trabajos en la Antártida.
Llegado mi turno, le pregunté sobre sus proyectos más inmediatos con el fin de
llegar a conocer su misión en Alaska.
Respondió con una gran sonrisa, diciéndome que no era eso lo que le interesaba, que esa
misión
suponía sólo negocios, y que realmente en esos momentos lo que
más le
interesaba era la Fundación
Ackland-Hjorth,
creada en homenaje a sus padres. Casi me ahogo con el excelente borgoña que Alfred había servido, al oír
el
nombre de la
fundación. A partir de ahí mi presencia durante el resto de la noche fue fantasmal. Sólo pensaba en buscar en mis archivos para indagar en la futura patrocinadora de la expedición científica,
dispuesta a explorar la gran caverna abierta por el impacto del avión. Quería saber
a toda costa por qué estaba involucrada la fundación de Alfred en la misión de
exploración de la colosal caverna.
De regreso a casa de Alessia, me aislé con
excusas para investigar los datos que había recogido sobre los participantes de
aquella expedición. Había algunas referencias sobre la Fundación
Ackland-Hjorth. Tan sólo una pequeña nota llamó mi atención en referencia a su creador:
“Gracias a Alfred Ackland Hjorth, y a su relación
con el estado danés, país originario de su madre, la expedición de rescate de las
víctimas verá la luz, y se podrá investigar el terrible suceso que costó la
vida a más de trescientas personas, entre ellas una amiga de la infancia que
iba a bordo del infortunado avión…”
¡Ahí estaba el enlace! Alessia tenía que
estar en el avión para que Alfred financiara el proyecto
de InTech Science. Así fue como se escribió nuestra historia de amantes desafortunados.
Sigo en el pasado, aunque sé que me queda poco
tiempo. El accidente tuvo lugar; ella no estaba en el avión. Por desgracia, los
otros pasajeros no tuvieron tanta suerte, no hubo tiempo para desviar la línea temporal
de sus vidas. ¿Me las arreglé para encontrar algún tipo puerta trasera por donde
burlar el destino, eludiendo las terribles leyes del tiempo? Tal vez. Aun así,
me permitió revelarle parte de mi historia a Alfred. ¿Por qué nunca funcionó
con Alessia? Quizás había descubierto, tras semanas de intentos infructuosos,
uno de los giros sinuosos que permitía el tiempo. No lo sé. Tan sólo sé que
actué.
Le revelé a Alfred importantes eventos
internacionales que estaban a punto de acontecer en los próximos días, con el fin
último de que creyera mi historia. Rápidamente se dio cuenta de lo obvio: se
enfrentaba a un viajero del tiempo. Parecía una locura, pero no podía negar los
hechos. Le pedí que se comprometiera, a través de un contrato firmado, a financiar
el proyecto que iba a ser propuesto por la empresa Intel Science para la exploración
de la cueva en Groenlandia. Añadí una condición: tenía que pretender financiar el
proyecto para rendir homenaje a una amiga
de
la infancia que murió
en el accidente. Él accedió a mis peticiones dejando al margen de la misión a Alessia, aunque no pudo evitar que el avión despegara ese día con
destino a Alaska; las autoridades, como era de prever, no se lo permitieron,
era evidente que sus argumentos resultaron confusos. En definitiva, no se pudo
hacer nada por el resto de la tripulación.
Tomando un camino tortuoso a través de los
pasillos del tiempo, y a la vez aprendiendo sus leyes para eludirlos mejor,
liberé a Alessia del lazo que la unía a su terrible destino. En ese momento presentí que formaba parte de un arroyo temporal, incidiendo en el
flujo de
los acontecimientos, pero sin perturbar el curso general. Alessia, una pequeña y frágil partícula, se había
salvado
de su destino final.
En cuanto a mí, sé que nunca podré evitar que mi yo del pasado participe en esa expedición. Descubrirá el artefacto
alienígena, viajará en el tiempo, comprenderá que su vida corre peligro, y a
pesar de todo regresará al pasado y salvará a Alessia.
Ahora estoy frente al amor de mi vida,
listo para vivir nuestra historia. Una vez que entre de nuevo en esa cueva, mi
vida estará amenazada. Lo sé, pero no me importa, porque Alessia estará a salvo
y juntos estaremos listos para enfrentar los avatares que el destino nos tenga
reservados, sin miedo.
Porque ahora soy el futuro.
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