Alberto Sánchez Argüello
En
un turno normal, después de haber atrapado in fraganti a varios sospechosos, los
guardias llegaron al precipicio y sacaron su cargamento para una ejecución rápida.
Fueron lanzando de uno en uno a los estudiantes, que amarrados de pies y manos,
no les quedaba más remedio que gritar mientras caían o soltar algún hijueputazo
final. Cuando ya estaban por lanzar al último, éste se arrodilló pronunciando algún
tipo de oración que los guardias no lograron escuchar. Mientras oraba lo tomaron
de las piernas y de arrastre lo lanzaron al abismo.
Apenas el cuerpo estuvo en el aire unas enormes
alas rompieron su camisa y se desplegaron bajo la luna llena. Los guardias asombrados
se quedaron mirándolo y el joven aprovechó para gritarles que se arrepintieran,
que aquello era una señal divina. El sargento mayor dio un paso adelante y con su
38 disparó certero a la frente del alado.
El cuerpo planeó por un tiempo antes de caer
al fondo con el resto de cadáveres.
El sargento se retiró junto con sus hombres,
satisfecho de haber terminado con aquel sacrílego que no sabía que el único Dios
verdadero era el dictador.
(Tomado
de www.enfrascopequeno.blogspot.com)
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