domingo, 22 de junio de 2025

Nubia

Milia Gayoso Manzur

 

Nubia llegó a la terminal con el colectivo de las cuatro de la tarde. Miró con asombro a la gente que se atropellaba para bajar primero, ella se movió despacio de su asiento. Miró hacia abajo por la ventanilla esperando encontrar una cara conocida, aunque sabía muy bien que no la encontraría. Tomó su bolsón y caminó por el pasillo hacia la puerta. Se mezcló con la gente, mirando hacia uno y otro lado, esperando que alguien la recoja.

Le tocaron el brazo. Era una señora elegante, muy linda. “¿Sos Nubia?”, le preguntó y ella apenas contestó con un sí apagado que se le atragantó en la garganta. “Yo soy tu patrona –le dijo–, conmigo vas a trabajar”. Y se dejó conducir por el pasillo largo atestado de gente. Subieron a un auto lujoso de color granate y partieron hacia lo que sería su nuevo “hogar”. La señora tendría como cincuenta años, tenía las manos blancas y delicadas y manejaba el volante como si se tratara de una cacerola. Le dijo que eran cuatro en la casa: su marido, sus dos hijos y ella, y que tres veces a la semana venía una señora a limpiar a fondo la casa. Ella asentía levemente y contestaba con timidez a las preguntas.

Prefirió mirar por la ventanilla y descubrir tantas cosas lindas, tantas calles entrecruzadas, tantos autos… tanta diferencia con el verde tras verde de su valle. “No pienses en nosotros porque vas a ponerte triste”, le había dicho su madre al salir de casa, pero no podía evitarlo. Es difícil tener catorce años y dejar la casita cálida para ir a trabajar lejos, es difícil tener catorce años y tener que abandonar las amigas, los coqueteos al atardecer, las fiestas del pueblo. Es difícil cambiar de golpe el paisaje verde salpicado de flores de agosto por el paisaje blanco y gris de la ciudad.

Llegaron sin que se diera cuenta. La señora tuvo que sacudirla para que reaccionara. La casa estaba bastante ordenada, la otra chica se había ido una semana atrás, pero seguramente la otra empleada habrá venido a limpiar hoy, pensó Nubia mientras acomodaba su bolsón sobre una mesita en la pieza que le indicaron. Se cambió de ropa y fue a preparar la merienda para los chicos, como le indicó la señora. La niña tenía diez años y era gorda y desagradable. Protestó porque el pan estaba mal tostado. “Agradecé que no se quemaron del todo”, pensaba Nubia, quien nunca había hecho tal cosa. A las siete llegó él, pero no era un niño, sino casi un hombre. Tenía puesto un conjunto blanco que le daba el aspecto de un médico y a ella le encantaban los médicos. Se esmeró en no quemar las tostadas y esperó con toda el alma que él se presentara para que ella le pudiera decir su nombre. Pero no ocurrió tal cosa, él se limitó a tomar su café y a mordisquear el pan sin siquiera mirarla.

Los días transcurrieron sin descanso, aprendiendo a repasar, cocinar y poner la ropa en la máquina de lavar, rompiendo vasos y soportando el rezongo de la patrona que se quejaba todo el día de que ella fuera tan inexperta y despotricando en contra de quien la recomendó.

Esa noche los patrones habían salido a cenar en casa de unos parientes, entonces ella pudo mirar un rato la televisión hasta que llegó el “Principito”, entonces lo apagó y se iba a su pieza cuando él le pidió que le prepare algo para cenar. Él la observó mientras cortaba la carne y cuando finalmente estuvo cocinada, dijo que ya no quería. Nubia se fue a la cama enseguida. No supo a qué hora volvieron los patrones, pero de pronto escuchó voces en su puerta y como pensó que la llamaban, se sentó en la cama.

Eran voces masculinas. “Anímate maricón”, decía la voz más gruesa que identificó como la del coronel, su patrón. “Es una nena papá, no debo”, le decía él, su principito. “¿Qué preferís?”, le decía el viejo. “¿Comenzar con ella o con una prostituta?”, al momento en que abría la puerta y lo obligaba a entrar. “Me quedo aquí en la puerta”, le dijo, “para que no me engañes”.

Nubia vio la sombra blanca que se sentó en su cama y levantó de golpe la sábana gastada.

 

(Tomado de www.cervantesvirtual.com)

 

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