Fernando Pessoa
En
el llano abandonado que enciende tibia brisa, por balas traspasado –dos, de
lado a lado– yace muerto, y se enfría. Le mancha la sangre el uniforme. Con los
brazos extendidos, albo, rubio, exangüe, mira con mirada lánguida y ciega los
cielos perdidos. ¡Tan joven!, ¡qué joven era! (ahora, ¿qué edad tiene?). Hijo
único, la madre le dio un nombre y lo mantuvo: “el niño de su mamá”.
Se cayó del bolsillo la pequeña cigarrera.
Se la dio la madre. Está intacta y bien la cigarrera. Es él quien ya no sirve.
De otro bolsillo, alada punta rozando el suelo, el blanco pespunte de un
pañuelo… se lo dio la vieja criada que lo trajo en brazos.
Allá lejos, en casa, rezan: “¡Que regrese
temprano, y con bien!”. Tramas que el Imperio teje. Yace muerto, y se pudre, el
niño de su mamá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario