Édgar Omar Avilés
Las calles se aparean. Aprendieron de
los hombres y mujeres nocturnos. Y de sus amores prohibidos nacen hijos legítimos
y bastardos. Monstruos y superdotados. Callejones y cerradas, avenidas redundantes
y carreteras sin sentido. Así se gestó el laberinto. Y nadie, nunca, podrá volver
de nuevo a casa.
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