Juan José Saer
Reflexiono
más sobre los marcos que sobre la pintura. Mi predilección: los retablos y el Vía
Crucis. Entre estampa y estampa, en el Vía Crucis, está la pared vacía. No se valora
en su justa medida al marco, que contiene la magia patética del sentido sin permitir
que se derrame por los bordes hacia el mar de aceite de lo indeterminado. El marco
nos enseña que Cristo fue crucificado, nos conserva su sacrificio y nos ahorra la
confusión de sus vacilaciones, de su testarudez y de su miedo. Al marco le debemos
la perspectiva, perfiles perfectos, y la victoria más sorprendente de la pintura,
la abstracción concreta.
El ordenanza del museo municipal me cree
loco, porque me la paso mirando la pared vacía. Parece blanca en el sentido del
rojo blanco: el rojo, símbolo del calor y de la pasión, se vuelve invisible a fuerza
de abundancia y de exceso. Tanto sentido junto se neutraliza y enceguece y entonces
nos parece indigno mirar. ¿Cómo explicarles una cosa semejante a mis amigos pintores?
Todo cuadro se me presenta como una pared blanca que ha sido atenuada, disminuida.
La palabra cortada también puede servir, como cuando la usamos para decir que se
corta el vino con agua. Por lo tanto, el arte de la pintura es para mí el arte de
la reducción. Honremos al marco, porque saca de lo uniforme la variedad de la pasión.
El arco iris reina en el cielo por un momento y después se va, al atardecer, en
los brazos de una noche más negra y más pareja que el fuego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario