Paola Tena
La cajetilla de cigarros que
me vendió Lucila no es como las otras. Cuando la abrí, encontré dentro un papelito
blanco escrito a mano: “Buscando amor. Calle del Agua 5”. Por la noche me dirigí
a esa calle, entré por la puerta sin pestillo y a tientas en la oscuridad de la
casa desconocida, busqué la habitación y luego su cuerpo tibio. Le hice el amor
dulce, suavemente, y me marché antes de que amaneciera. La siguiente cajetilla que
compré también era distinta. “Ajuste de cuentas. Bar El Gladiolo”. A mediodía, cuando
Justino limpiaba la máquina de café y se giró para decirme grosero que el bar todavía
no estaba abierto, no se esperaba recibir por respuesta un disparo en medio de la
frente. Y otra cajetilla más: “Hijo muerto en el frente. Ancianato Luz del Ocaso”.
Pasé toda la mañana leyendo historias en voz alta para doña Estrella, una hermosa
anciana de trenzas largas que me llamaba “mi niño José”, mientras me acariciaba
la mano entre las brumas del Alzheimer. Hoy no había cajetilla para mí en el kiosco
de Lucila, pero sí una llamada a mi puerta. Antes de abrir, me pregunto quién compró
mi cajetilla esta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario