Julio Garmendia
I
¿Qué
viene a buscar el Diablo en mi aposento? ¿Y por qué se toma la molestia de
tentarme? Me permito creer que es cuando menos una redundancia y una
inconcebible falta de economía en la distribución de tentaciones entre los
hombres, el hecho de que se me acerque Satán con el objetivo de rendirme a su
poder. Nunca requerí su presencia para caer en el pecado. En cambio,
seguramente viven a estas mismas horas personas suficientemente virtuosas para
que pueda el Maligno ocuparse con fruto en inducirlas a pecar. Existen sin duda
muchas gentes honradas que muy bien pudieran ser digna ocupación del Diablo…
En estas reflexiones me había engolfado,
viendo cómo rondaba el Maligno alrededor de mi aposento. No se atrevía a
penetrar todavía, pero acercábase a la ventana y enviaba hacia adentro miradas
llenas de ternura e interés. Satán, no cabía duda, procedía conmigo a la manera
que con una doncella a quien temía asustar y correr para siempre si le hacía
violentamente sus proposiciones. Quise, pues, adelantármele, fui a llamarle y
le hice entrar. Comprendió al punto la verdadera situación en que se hallaba y
tomó asiento a mi lado sin inmutarse en lo mínimo.
–Caballero –me dijo–: aspiro a compraros
vuestra alma.
No podía sorprenderme su propuesta, porque
bien sabía yo que él se ocupaba desde tiempo atrás en esta clase de
transacciones.
–¡Ah, caballero, –le dije– con cuánto
gusto accedería a vuestra demanda! Pero, decidme, ¿acaso estáis seguro de que
tengo alma?
–No, por cierto –me respondió–, y antes de
cerrar el pacto tendríamos que averiguarlo a punto fijo. Trátase de una
compraventa y cualquier abogado, aunque no sea de los más notables, os dirá que
para que una cosa pueda venderse o comprarse, es preciso que exista.
Averiguaremos si lleváis alma en vuestro cuerpo (porque hay muchos que no la
tienen) y, en caso afirmativo, no temáis vendérmela en seguida.
–Tampoco temería vendérosla si no la
tuviera. Y lo haría sin sombra de escrúpulo, porque, no poseyendo alma
perdurable, ¿cómo podría castigarme en otra vida por una mala acción?
–Caballero –repuso el Maligno–:
formalicemos nuestro negocio. Oíd: viviremos ambos como amigos y camaradas
inseparables durante cierto tiempo, y, mientras tanto, os observaré
cuidadosamente para ver si descubro en vos indicios de un alma libre y
soberana.
Le estreché la mano con efusión.
–Si queréis –le dije– desde luego podemos
empezar nuestras correrías y ver si nos presenta el azar circunstancias
extraordinarias y trances excepcionales en los cuales haya ocasión de darse a
conocer un alma verdaderamente inmortal.
II
–¿Podrías
decirme, amigo Satán, si habéis descubierto un alma dentro de mí? Si la habéis
hallado, decídmelo en seguida para que juntos determinemos su valor; y si
creéis que no poseo ninguna, no temáis decídmelo francamente, porque no me
ocasionaréis con ello ningún disgusto ni mucho menos me creeré ofendido porque
me digáis desalmado, al contrario, el no poseer alma ninguna me librará de
infinitas preocupaciones y responsabilidades molestas. Nuestro cuerpo es
inofensivo y no pretende pasar de la tumba. Pero el alma nos expone a mil
peligros e incertidumbres. Por lo pronto, la sola probabilidad de tenerla me
hace ya andar en vuestra compañía.
–Amigo mío –me contestó Satán, poniéndome
amistosamente la mano sobre el hombro–: me veo en la obligación de manifestaros,
después de tantos ensayos y experimentos infructuosos, que aún no he podido
averiguar con certeza si poseéis en vuestro cuerpo esa esencia inmortal. La
averiguación del alma es asunto difícil y solo dispongo de un medio que permita
esclarecerlo en seguida. Es el siguiente, que os propongo como el mejor y más
expedito, y de cuyos inequívocos resultados estoy seguro: os daré muerte (el
género de muerte que queráis escoger) y pasado brevísimo tiempo os haré revivir
mediante mi poder satánico y volveréis a ser idénticamente el mismo. El
procedimiento, como podéis apreciarlo, es muy sencillo: durante el tiempo que
permanezcáis muerto, si tenéis alma, esta se expandirá en infinitas
perspectivas extraterrenas y visiones celestes e infernales, de las cuales os
acordaréis perfectamente después mediante una fórmula mágica que yo tendré
cuidado de pronunciar al volveros a la vida. Si, por el contrario, carecéis de
alma perdurable después de la muerte, esta se reducirá para vos a un sueño
denso del que no conservaréis memoria. En cuanto a los medios más adecuados
para daros muerte, opino que es preferible la cómoda estrangulación,
procedimiento que no requiere instrumento ni aparato alguno.
Acepté el ingenioso expediente imaginado
por Satán, quien me estranguló de manera afectuosa, en medio de la amistad más
cordial y el compañerismo más estrecho, una noche del mes de enero, en el
rincón de una plaza pública, a la sazón desierta bajo la luna clara y redonda.
Recuerdo con exactitud minuciosa el sitio del crimen. A pocos pasos dormitaba
un guardia envuelto en su gran capucha negra, y tuve el placer de dejarme
estrangular a la vista de un guardia público, sin rebajarme a pedirle socorro.
–Os recomiendo encarecidamente mi cadáver.
Miradlo con ojos paternales y cuidad de que no se estropee el rostro, pues ya
lo fue bastante por la impía Naturaleza, con grave atropello de la perfección
física.
Tales fueron mis últimas voluntades. Al
extinguirme a manos de Satán, mi mirada recayó al azar en el claro disco de la
luna, donde quedó fija hasta que perdí el conocimiento.
III
–Espero
ansioso vuestro relato de ultratumba– fueron las primeras palabras que oí de
Satán al volver de aquel sueño en el que nada me había sido dado contemplar ni
sentir: seguramente por haber muerto con la mirada fija en la luna llena, mi
permanencia en el reino ultramundano se redujo de manera lastimosa a ver una
infinidad de globos que no expresaban ningún ingenio ni mucho menos podían ser
indicios por donde se coligiera la presencia de un espíritu soberano.
–No cabe duda –razonaba yo en tan críticos
instantes– que ha sido este un fallecimiento estúpido, propio más bien de
alguien que hubiera muerto de fiebre delirando con globos de colores. ¡Ah, no!
Satán no se desternillará de risa oyéndome contar semejantes sandeces, indignas
y groseras manifestaciones del espíritu inmortal que indudablemente me anima.
Porque ahora, después de este importante experimento y de tantos otros en que
he dilapidado el tiempo y arriesgado la existencia, soy de opinión que no debo permanecer
indiferente a los resultados, sino antes bien hacerme pasar como poseedor de un
alma preciosísima, para resarcirme de este modo, con lo que Satán me entregue
en cambio de ella, de las pérdidas cuantiosas que debo estar sufriendo en mis
negocios durante el largo tiempo que llevo desatendiéndolos por andar con el
Maligno en la averiguación de mi alma. Tanto más cuanto que muy bien pudiera
ser que el propio Satán me haya adormecido fraudulentamente el espíritu
perdurable, a fin de persuadirme de mi inferioridad y decidirme a venderle a
precio vil un alma poco significativa.
Pero ya no era posible coordinar nada, y
la voz del Maligno me apremiaba a contarle el resultado.
Resolvíme, pues, a abrir los ojos.
–Quisiera tener algún tiempo para
coordinar mis ideas y mis recuerdos ¡oh Satán! –le dije– porque he visto cosas
inverosímiles que no me atrevo a narrar en un lenguaje improvisado e
inelocuente. Os prometería componer en breve una interesante memoria, que
sometería a vuestro criterio y en la cual os narraría hasta los íntimos
pormenores. Pero como seguramente estáis ya harto de este asunto, que os ha
retenido bastante tiempo y que para vos debe carecer de novedad, os diré a
grandes rasgos lo sucedido. Apenas muerto, pude ver astros que se alineaban en dos
filas, como una soberbia iluminación para el paso de alguna gran Potestad. A
poco me sentí impulsado por una fuerza desconocida y (cosa a que jamás me
hubiese atrevido sin la intervención de un poder ajeno a mi voluntad) recorrí
de manera lenta y ceremoniosa aquella galería astral y aun tuve calma para
observar que, detrás de mí, las luminarias íbanse apagando sucesivamente a mi
paso. Al final de la galería se abrió de pronto una puerta de oro macizo que
arrojó hacia fuera una gran bocanada de luz aún más intensa. Por aquella
preciosa puerta apareció un pontífice (así por lo menos lo supongo en mi
ignorancia) que avanzó dos pasos hasta encontrarse conmigo. Tomándome de la
mano, me condujo a la puerta y me mostró algo que seguramente debía ser
admirable, pero que yo no pude ver a causa de la luz excesiva que reinaba en el
recinto. Luego me atrajo suavemente e imponiéndome ambas manos sobre la cabeza
se disponía a consagrarme sabe Dios de qué cosa; pero en aquel instante recordé
bruscamente que no debía permitirme que se me consagrara en lo mínimo, en vista
de nuestro pacto satánico. A la vez recordé en el propio instante que os había
dejado en situación difícil, con un cadáver a pocos pasos de un guardia
público, y que si este despertaba de pronto, para poneros en salvo os veríais
en el caso de abandonar mi cadáver, el cual sería desdorosamente conducido a un
hospital cualquiera. Así, pues, me dejé caer violentamente al suelo y me
escurrí por entre las faldas del gran sacerdote, en momentos en que este tenía
puestos los ojos en blanco por hallarse en éxtasis para atraer con su fervor la
divina bendición sobre mi cabeza. El paso por debajo de aquel gran sacerdote
fue largo y penoso, y solo puedo deciros que durante el trayecto nada me indujo
a recordar la ambrosía. En carrera fantástica llegué hasta aquí y penetré
rápidamente en mi cuerpo, cuya boca, dicho sea sin intención de reprochároslo,
os habíais olvidado de cerrar convenientemente.
Me incorporé sin dificultad y proseguí de
este modo:
–Debo ahora manifestaros, ¡oh Satán!, la
gratitud imperecedera que os guardo por haberme puesto en circunstancias
apropiadas para comprobar patentemente que me hallo en posesión de un alma
inmortal. Gustoso comparto ahora con los creyentes la desdeñosa lástima que les
inspiran los materialistas y los impíos, que nunca gozaron el soberano orgullo
de saberse dueños de un espíritu perdurable. Puedo regocijarme, además, de
saber que esta alma no es en modo alguno un alma adocenada y de poca monta,
sino antes bien un espíritu que goza de especial estimación en el reino
ultraterreno y que, por consiguiente, es verdaderamente inapreciable. Me
sentiría, pues, singularmente rebajado si consintiera en vendérosla por una
suma cualquiera.
Satán me hizo notar que yo estaba
comprometido formalmente a venderle el alma que tuviera.
–Considerad –me dijo– que un hombre de
espíritu tan elevado como es el vuestro, según decís, no puede faltar a la
palabra empeñada.
–¡Cuán cierto es eso! –le dije–, ¡oh,
Satán! Pero yo no he pensado en quebrantar la palabra empeñada. Si rehúso
cederos mi alma por dinero, es porque, siendo tan digna y preciosa, la
considero invalorable. Pero no tengo ningún inconveniente en cambiárosla por
algo que sea igualmente sin precio. Os cederé, pues, si me dais en cambio el don
de mentir sin pestañear. Privado en adelante de toda alma y habiendo perdido ya
de antemano el cielo, puede ser, sin embargo, que este pequeño don que os pido
me sirva para hacerme con el tiempo de otra alma y otro cielo.
Satán se regocijó en extremo con esta
noticia y me manifestó que, como señalada prueba de confianza y amistad, me
había ya concedido de antemano el don que le pedía…
Así que no tuvimos nada más que tratar y
continuamos nuestro paseo de aquella noche bajo la luna que iluminaba como una
gran lámpara el jardín. Hablábamos de cosas indiferentes. Cuando pasamos junto
al guardia, que seguía durmiendo profundamente, le decía yo a Satán estas
palabras:
–Lamento no haber traído de mi celeste
correría, como se acostumbra después de un viaje, algún pequeño recuerdo o
reliquia. Por ejemplo, varios pedazos de oro arrancados de aquella preciosa
puerta. A mi regreso, parientes y amigos se los hubieran disputado con
fervoroso ardor, porque son sumamente cristianos, y todos de una gran piedad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario