Slawomir Mrozek
Se sentó delante de mí, aunque no le está
permitido sentarse en mi presencia, y dijo, aunque no le está permitido hablar de
sus propios asuntos:
–Desde que llegaste
al mundo cuido de ti. No tendría nada en contra, puesto que éste es mi destino,
si no fuera porque sólo me está permitido aconsejar y en cambio no puedo ordenarte
ni prohibirte nada. Haces lo que quieres, y lo que quieres, por lo general, es todo
lo contrario de lo que yo te aconsejo.
Dio un profundo suspiro,
con lo que se levantó un fuerte viento, ya que su pecho era poderoso. Los papeles
de mi mesa se arremolinaron y cayeron al suelo. Me arrodillé para recogerlos contento
por esa interrupción, porque él tenía razón y yo no podía objetarle nada. De modo
que preferí no mirarlo a la cara.
–Por si fuera poco,
no sólo tengo que ser tu consejero, sino también tu sirviente. Por ti mismo no sabes
nada, porque eres pequeño, inútil e indefenso. Todo lo que consigues es gracias
a mí. Con esto podría incluso conformarme. Pero tú, aunque no eres más que un puntito
en el universo, me vienes siempre con exigencias, ya que tus deseos y tus ambiciones
son mayores que el Universo. Nunca estás contento, por mucho que haga por ti, y
tomo a Dios por testigo de que he hecho no pocas cosas. No eres más que un reflejo
de mi fuego, es decir, eres un resultado mío y no tu propia causa. Y sin embargo,
te comportas como si fuera yo quien no puede existir sin ti y no al revés.
Se tapó los ojos con
una mano y se hizo de noche. Me levanté porque me había quedado ciego y no podía
seguir recogiendo los papeles desparramados por el suelo. Sólo al cabo de un rato
recobré la vista, lo cual quería decir que durante ese rato él había permanecido
meditando tapándose los ojos con la mano antes de que los destapara y se hiciera
de nuevo la luz.
–Por qué un ser superior
ha de servir a un ser inferior es para mí un misterio. Va en contra del principio
de la jerarquía, que es el principio fundamental de Universo, y la relación entre
nosotros es la única excepción a este principio. Si me atreviera a discutir los
juicios del Ser Supremo, diría que sólo gracias a una perversión suya es posible
semejante aberración. Te he servido con fidelidad pese a que te supero. He procurado
satisfacer tus antojos, aunque por lo general no eran dignos ni siquiera de ti,
de mí ya ni hablemos. He hecho realidad tus sueños y tus deseos, aunque sabía de
antemano que aparte de la desgracia, sinrazón y fealdad nada más surgiría de ellos.
He puesto a tu disposición unos medios que valían más que tus objetivos. Y todo
porque soy tu siervo.
Se levantó y atravesó
el techo con la cabeza. Ahora su voz me llegaba desde arriba, desde más arriba del
tejado, desde más arriba de las nubes.
–Estoy harto de esta
humillación, me marcho de aquí, pues no es éste mi sitio, y me voy adonde pertenezco.
Llámalo la rebelión de los ángeles, pero cuídate de compararla con aquella primera
rebelión. Entonces una fuerza alta se rebeló contra la más alta, y ahora no puede
soportar servir a la más baja.
Dicho lo cual, desapareció.
Sin prisas fui a la
cocina y me hice un huevo duro. Comí. Cogí un diario, leí la sección de anuncios
breves, lo dejé. Bostecé una y otra vez. Por fin me acerqué a la ventana. No me
equivoqué, estaba al otro lado de la calle mirando hacia mi ventana. Me tumbé en
el sofá para dormir un poco antes de que volviera y todo comenzara de nuevo. No
era la primera vez que me abandonaba para siempre mi ángel de la guarda, mi daimón.
Con todo, me da pena. No me gustaría estar en su pellejo.
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