Slawomir Mrozek
El director del Jardín Zoológico
ha demostrado ser un advenedizo. Consideraba a sus animales simplemente peldaños
en la escalera de su propia carrera. Era indiferente a la importancia educativa
de su establecimiento. En su zoológico la jirafa tenía un cuello corto, el tejón
no tenía madriguera y los silbadores, habiendo perdido todo interés, silbaban rara
vez y con cierta reluctancia. Estos fallos no deberían haber sido permitidos, especialmente
dado que el zoológico era visitado a menudo por grupos de escolares.
El zoológico estaba situado en una ciudad provinciana, y le faltaban
algunos de los animales más importantes, entre ellos el elefante. Tres mil conejos
eran un pobre sustituto para el noble gigante. Sin embargo, a medida que nuestro
país se desarrollaba, iban siendo colmados los huecos en forma bien planificada.
Con ocasión del aniversario de la liberación, el 22 de julio, se le notificó al
zoológico que finalmente se le había asignado un elefante. Todo el personal, devoto
de su trabajo, se alegró ante esta noticia, y por consiguiente fue muy grande la
sorpresa cuando se enteraron de que el director había enviado una carta a Varsovia,
renunciando a la asignación y presentando un plan para obtener un elefante por medios
más económicos.
“Yo, y todo el personal”, había escrito, “nos damos cuenta de la
pesada carga que cae sobre los hombros de los mineros y los obreros metalúrgicos
polacos a causa del elefante. Deseosos de reducir costos, sugiero que el elefante
mencionado en su comunicado sea reemplazado por uno realizado por nosotros mismos.
Podemos construir un elefante de goma, del tamaño correcto, llenarlo de aire y colocarlo
tras una cerca. Será cuidadosamente pintado con el color correcto y hasta de cerca
resultará indistinguible del verdadero animal. Es bien conocido que el elefante
es un animal lento y pesado, y que ni corre ni salta. En el cartel de la cerca podemos
indicar que este elefante en particular es especialmente lento y pesado. El dinero
ahorrado de esta manera podrá ser dedicado a comprar un avión a reacción o a conservar
algún monumento religioso.
“Le ruego humildemente que tenga en cuenta que tanto la idea como
su ejecución son mi modesta contribución a la tarea y lucha comunes.
“Quedo, etc.”
Este comunicado debió llegar a algún burócrata sin alma, que contemplaba
sus tareas en una forma puramente mecánica, y que no examinó las trascendencia del
asunto sino que, siguiendo únicamente las directrices acerca de la reducción de
gastos, aceptó el plan del director.
Al tener noticia de la aprobación del Ministerio, el director dio
órdenes para que se confeccionara el elefante de goma.
Este iba a ser hinchado de aire por dos empleados que soplarían por
extremos opuestos. Para mantener la operación en secreto, el trabajo se realizaría
durante la noche, pues los habitantes de la ciudad, habiendo oído que iba a llegar
un elefante al zoológico, estaban ansiosos por verlo. El director insistió en dar
prisas, además, porque esperaba un premio, si su idea resultaba un éxito.
Los dos empleados se encerraron en un cobertizo que habitualmente
albergaba un taller, y comenzaron a soplar. Tras dos horas de duros esfuerzos, descubrieron
que la piel de goma apenas se había alzado unos centímetros sobre el suelo y que
la masa no se parecía en lo más mínimo a un elefante.
Transcurría la noche. En el exterior, las voces humanas se habían
acallado y solo los gritos de los chacales cortaban el silencio. Exhaustos, los
empleados dejaron de soplar y se aseguraron de que el aire que ya estaba en el interior
del elefante no se escapase. Ya no eran jóvenes y no estaban acostumbrados a este
tipo de trabajo.
–Si seguimos a este ritmo –dijo uno de ellos–, no acabaremos antes
de la mañana y, ¿qué es lo que le voy a decir a mi señora? Nunca me creerá si le
digo que he pasado la noche inflando un elefante.
–Tienes razón –admitió el segundo empleado–. Inflar un elefante no
es un trabajo que se dé todos los días. Y todo porque nuestro director es un izquierdista.
Siguieron soplando, pero después de otra media hora se sintieron
demasiado cansados como para continuar. El bulto en el suelo era mayor, pero aún
seguía sin tener la forma de un elefante.
–Cada vez resulta más difícil –dijo el primer empleado.
–Sí, es un trabajo cuesta arriba –convino el segundo–. Descansemos
un poco.
Mientras estaban descansando, uno de ellos se fijó en una tubería
de gas rematada por una espita. ¿No podrían llenar el elefante con gas? Se lo sugirió
a su compañero.
Decidieron intentarlo. Enchufaron el elefante a la cañería de gas,
abrieron la espita y, para su alegría, vieron como a los pocos minutos se alzaba
un animal de buen tamaño en el cobertizo. Parecía real: el enorme cuerpo, patas
como columnas, grandes orejas y la inevitable trompa. Movido por su ambición, el
director se había asegurado el tener en su zoológico un elefante verdaderamente
grande.
–De primera clase –declaró el empleado que había tenido la idea de
usar el gas–. Ahora ya podemos irnos a casa.
Por la mañana, el elefante fue trasladado a un lugar especial, muy
céntrico, junto a la jaula de los monos. Colocado frente a una gran roca verdadera,
parecía imponente y magnífico. Un gran cartel proclamaba: “Particularmente lento
y pesado. Apenas se mueve”.
Entre los primeros visitantes de aquella mañana se hallaba un grupo
de niños de la escuela local. El maestro que los tenía a su cargo planeaba darles
una lección acerca del elefante. Detuvo al grupo frente al animal y comenzó:
–El elefante es un mamífero herbívoro. Por medio de su trompa arranca
arbolillos y se come sus hojas.
Los niños estaban contemplando al elefante con embelesada admiración.
Esperaban que arrancase un arbolillo, pero la bestia permanecía quieta tras la cerca.
–...el elefante es un descendiente directo del ya extinto mamut.
Por consiguiente, no es sorprendente que sea el más grande de los animales terrestres
hoy vivos.
Los alumnos más conscientes estaban tomando notas.
–...sólo la ballena es más pesada que el elefante, pero la ballena
vive en el mar. Podemos decir, con toda seguridad, que en tierra firme el elefante
reina supremo.
Una suave brisa movió las ramas de los árboles del zoológico.
–...el peso de un elefante adulto es de tres y media a cinco toneladas.
En aquel momento, el elefante se estremeció y se alzó en el aire.
Por unos segundos flotó a poca altura sobre el suelo, pero una ráfaga de viento
lo arrastró hacia arriba hasta que su gigantesca silueta quedó recortada contra
el cielo.
Durante un corto tiempo la gente pudo ver desde abajo los cuatro
círculos de sus patas, su abultada tripa y la trompa, pero pronto, impulsado por
el viento, el elefante voló sobre la cerca y desapareció por encima de las copas
de los árboles.
Los asombrados monos se quedaron mirando al cielo desde el interior
de su jaula.
Hallaron al elefante en el cercano jardín botánico. Había aterrizado
sobre un cactus y había pinchado su piel de goma.
Los escolares que habían contemplado la escena en el zoológico pronto
comenzaron a descuidar sus estudios y se convirtieron en gamberros. Se dice que
beben licores y rompen ventanas. Y ya no creen en los elefantes.
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