jueves, 19 de enero de 2023

Decir mondongueces

Víctor Roura

 

Para un hombre, decir una mondonguez es lo más fácil del mundo. Por ejemplo, cuando está por primera vez con una mujer en un restaurante luego de haber insistido once tardes para que ella aceptara salir a tomar una copa. Ella está bien, la está pasando mejor de lo que pensaba, casi está arrepentida de no haber salido antes con el hombre. Al tercer ron, ella dice:

–Me está encantando este encuentro…

El hombre dice:

–Encantados tus ojos que se mecen cual hamacas niponas…

La mujer piensa pero qué mondonguez más anticuada, mas calla por rubor. El hombre, por lo contrario, cree que ha dado un paso importante en el ligue. Cuando ella deja de lado aquella inoportuna frase, vuelve a entusiasmarse con la cita.

Dice:

–¿Haces ejercicio alguna vez en la semana?

El hombre dice:

–Ya le dije a mi madre que no me regale chalecos porque mis músculos no miden lo mismo cada día.

En esos casos, es recomendable que la mujer vaya sola a los bares. Porque la mondonguez rebasa a la cursilería, digamos que es una impertinencia ridícula sin serla del todo. Porque la mondonguez a veces es inadvertible.

Por ejemplo, una mujer comenta con el amado sobre su nuevo trabajo:

–Mi jefe en ocasiones me mira con lascivia…

El amado dice:

–Si fuera yo jefe te contrataría para poderte mirar de ese modo, querida…

Curiosamente, la mondonguez es infrecuente en las damas. No cometen con asiduidad tales descalabros, aunque propician algunos no menos graves.

Por ejemplo, el hombre está hablando de Elton John y de su romanticismo exacerbado. Ella lo escucha asombrada. El hombre está realmente inspirado. Conoce la biografía del compositor, fue a verlo al Estadio Azteca, tiene un póster del cantante en su recámara.

Dice:

–¿Te gusta a ti Elton?

Ella responde:

–No lo he escuchado, pero me gustan las aventuras de Tobi y su club antifemenino.

Las mujeres adolecen de la distracción, que nada tiene que ver con la mondonguería. Las damas dicen te amo en momentos cruciales, los hombres lo dicen hasta en medio de la duodécima caída del Perro Aguayo ante la arremetida brutal de Octagón.

Por ejemplo, después de unos interminables besos en el resquicio de la puerta ella mira a su prometido con ojos desamparados, inmovilizados, con la pasión en la pupila.

Dice:

–Te amo.

El prometido dice:

–Obviamente, yo también.

La mujer dice te amo cuando de verdad ya está amando, por lo mismo lo dice después de haber comido con su hombre una exquisita coliflor gratinada con camarones o después de la media noche en la oscuridad de la alcoba. El hombre es un poco más diverso en sus propuestas. Puede decir te amo en un vagón (a reventar) del Metro a una escolapia que nunca ha visto en su vida, pero la tiene en ese momento incluso más cerca que una raíz de árbol a su propio tronco. O lo grita en el fondo de una alberca, aunque el desgraciado consiga con ello casi asfixiarse por tragarse algunos litros de agua.

La mondonguez no sólo se denota en fugaces o permanentes amoríos sino también en otras cosas.

Por ejemplo, se hace un censo para saber el grado de empleo nocturno en el país. Cada censor lleva elaborada una serie de preguntas concretas. El censor va a la casa de un periodista. Le pregunta hasta qué hora labora en el periódico. El periodista responde:

–Depende. Si me llama un amigo intelectual me hago un tiempito para ir a cenar y hablar de la política cultural. No importa si estoy desvelado. Pues seguramente en la mañana fui a desayunar con el funcionario de Bellas Artes.

Mondongueces.

En cambio, una mujer puede distraerse y contestar cualquier cosa. Un censor va a la casa de una dama. Pregunta, no sin cierto sofoco, si acaso, ya que trabaja de noche (“y perdóneme usted, pero así, secamente, está elaborado en el cuestionario”), ejerce la prostitución.

La mujer responde, con aire natural:

–No, pero soy secretaria…

Por eso pienso, y con insólita frecuencia que a veces me fustiga, que sería bueno que muy adentro nuestro tuviésemos el carácter leal y la costumbre amorosa de las mujeres.

Sabríamos amar un poquito mejor, tal vez.

 

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