Diego Muñoz Valenzuela
La
gárgola se despereza sobre su alto refugio en la torre mayor de la basílica.
Despliega sus alas impregnadas de siglos, las bate para sacudir el polvo del
tiempo acumulado en los intersticios del plumaje y contempla la antigua ciudad
con sus ojos de fuego. A lo lejos, se esfuman los últimos vestigios del paso
del sol para dar paso a una noche cerrada. Entonces, emprende un vuelo sordo
por sobre los tejados rojos y las chimeneas humeantes. Se desliza en silencio
por el aire, exhalando su aliento maligno para contaminar los sueños de los
niños y convertirlos en pesadillas. Sueña con glorias remotas, sepultadas en el
pasado y muestra una sombra de felicidad. Se ha resignado a ese ridículo rol de
fantasma nocturno. Cualquier opción es mejor que hundirse en el olvido.
(Tomado
de www.enfrascopequeno.blogspot.com)
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