Juan Rodolfo Wilcock
Es notable la cantidad de partes y de órganos que
puede perder una persona y aun así seguir incólume, o casi. Como una estatua
antigua, con apenas cincuenta y cinco años de edad el agrimensor Bene Nio ya ha
perdido las piernas y los brazos, buena parte de la pelvis, el hombro derecho,
además le falta casi toda la mitad izquierda de la cabeza y también el ojo y la
oreja derechos, y por eso ya no ve ni oye; le ha desaparecido la nariz, y la
lengua –o lo que queda de ella– está parcialmente al descubierto y se le ha
endurecido de modo tal que no se entiende bien lo que dice. Vive sentado, si
puede decirse así, en una especie de silla de ruedas que parece más bien un
carrito para hacer las compras, y dentro de este carrito, embutido y atado para
evitar que se caiga, está el agrimensor Nio. Manos solícitas lo llevan de un
lado al otro, oídos todavía sanos escuchan sus órdenes y las interpretan;
porque el agrimensor, afecto desde siempre a las tareas del campo y a los
nuevos métodos de avanzada, es hombre de una actividad envidiable. Es dueño de
una serie de cañadas, montes y barrancos en el Alto Lazio, terreno arcilloso y
friable que el agrimensor Nio se ha propuesto sanear con numerosos proyectos
que le ocupan todo su tiempo. Antes que nada, el proyecto de irrigación, que se
nutre de dos grandes manantiales permanentes existentes en la propiedad y que
en pocos años promete transformar esos desiertos en una tierra prometida.
Luego, el proyecto de forestación que, con la ayuda de la Dirección Forestal,
transformará en pocos decenios esa tierra prometida en un jardín colgante.
Mientras tanto el agrimensor Nio está haciendo cercar todo con sólidos postes
de cemento y con una red de dos metros de alto, para después meter dentro toda
clase de animales y de aves exóticas, y transformar ese jardín colgante en un
Edén. El proyecto de riego prevé una hermosa piscina olímpica para uso
particular del agrimensor (o de lo que queda de él), ya que el agua de los
manantiales es más que abundante. Después construirá, en los puntos más
panorámicos, media docena de pabellones de caza o de descanso, comunicados
entre sí por cómodos senderos asfaltados; todos contarán con luz, teléfono y
demás servicios indispensables para la vida moderna. El agrimensor Nio piensa
terminar este paraíso en apenas veinte o treinta años, luego de lo cual espera
vivir allí: después de todo aún es joven.
(Tomado de www.ciudadseva.com)
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