Guillermo Bustamante Zamudio
El
rey publicó un edicto: la Princesa se casaría con quien le llevase el más
valioso regalo. Desde los cuatro puntos cardinales llegaron Príncipes que
hacían gala de su riqueza, llevándole presentes únicos. Pero ella los
despachaba con desdén. Hasta que llegó un humilde joven con una piedra.
–¿Una piedra? –preguntó ella, con la
expectativa de escuchar la trama que llevaría, como es usual en el género, de
una afrenta a una moraleja.
–Es mi corazón, Princesa. Lo más valioso
que tengo. Si lo llenas de amor, se tornará tierno.
–Y, entonces, se supone que yo interprete
erróneamente tu regalo, y luego me enmiende, para que al final haya cuento…
¿no?
–Algo así –dijo desconcertado el joven,
pues no habían estudiado en el mismo colegio.
–Eso se demoraría mucho y éste es un
relato breve –aclaró ella–. Pero, aun en caso de que funcionara, ¿no te das
cuenta de que ya la magia no interviene en el ascenso social? ¡Ten, ponte tu
piedra, antes de que tengas una complicación cardíaca en medio de Palacio!
El joven se fue sin entender por qué le
habían empacado un plato de perdices para llevar y, de paso, dejó a los
lectores sin saber cómo terminaba la historia de la Princesa.
(Tomado
de www.enfrascopequeno.blogspot.com)
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