William Saroyan
Es
opinión de mi abuela, Dios la bendiga, que todos debemos trabajar. En la mesa,
me dijo hace un momento:
–Tienes que aprender a hacer algún trabajo
bueno, algo útil para el hombre, ya sea de arcilla, de madera, de metal o de paño.
No es justo que un joven desconozca una profesión honorable. ¿Sabes hacer algo?
¿Eres capaz de hacer una simple silla, una mesita, una carpeta, aunque sea una cafetera,
cualquier cosa?
Y mi abuela me miró, enojada.
–Ya
sé –agregó– que se supone que eres escritor, y creo que lo eres. De seguro que
fumas bastantes cigarros para hacer algo, y toda la casa está llena de humo,
pero tienes que aprender a hacer algo efectivo, cosas que puedan utilizarse, que se vean
y se palpen.
“Hubo un rey de los persas –continuó
diciendo mi abuela–, que tenía un hijo. Éste se enamoró de la hija de un pastor.
Fue a ver a su padre y le dijo: ‘Señor. Estoy enamorado de la hija de un pastor y quiero
hacerla mi esposa’. Y el rey contestó: ‘Soy rey, tú eres mi hijo, y cuando muera serás rey.
¿Cómo vas a desposar a la hija de un pastor?’ Y el hijo respondió: ‘Señor, no lo sé, pero
sí sé
que estoy enamorado de esta joven y que la quiero para reina mía’.
“El rey vio
que
el amor de su hijo por la joven era cosa de Dios, y le anunció: ‘Voy a enviarle un mensaje’. Después, llamando a un mensajero, le ordenó: ‘Preséntate ante la hija del pastor, para decirle que mi
hijo
la ama
y
quiere desposarla’. Y
el
enviado fue y dijo
a
la joven: ‘El hijo del rey te ama y quiere hacerte su esposa’.
Y la hija del pastor preguntó: ‘¿Qué sabe hacer?’ Respuesta del mensajero: ‘¿Cómo?, es el hijo del rey, no hace nada’. Y la muchacha le respondió: ‘Tiene que aprender a hacer algo’.
De vuelta el mensajero transmitió al rey las palabras de la hija del pastor.
“El rey dijo a su heredero: ‘La hija
del pastor desea que aprendas a hacer
algo.
¿Todavía quieres casarte con ella?’ Y el muchacho contestó: ‘Sí, aprenderé a hacer esteras’.
Y le enseñaron a confeccionarlas con dibujos de colores. A los tres días de
trabajo ya estaba muy adelantado, y el mensajero mostró las esteras a la hija
del pastor, diciéndole: ‘Estas esteras son
obra del príncipe’.
“Y la joven fue a palacio con el mensajero y se casó con el príncipe.
“Un día –prosiguió
mi abuela–, el hijo del rey caminaba por las calles de Bagdad y llegó a un
restaurante tan limpio y tan fresco que entró para reponer sus fuerzas.
“Dicho lugar
era una guarida de ladrones y asesinos, que se apoderaron del hijo del rey para
encerrarlo en un gran calabozo donde había otras personas de la ciudad. Los
ladrones y asesinos se divertían matando a los más gordos, con los cuales
alimentaban a los más flacos. El
príncipe era de los más delgados, y como no descubrieron su condición de hijo
del rey de los persas, no le quitaron la vida. Él les dijo a los ladrones y asesinos: ‘Sé
tejer esteras, que tienen gran valor’. Y le trajeron paja
para que tejiera. Al cabo de tres días, una vez terminadas tres esteras, les
dijo: ‘Lleven estas esteras al palacio del rey de los
persas y obtendrán cien monedas de oro por cada una’. Y así lo hicieron, y cuando el rey
vio las esteras, supo que eran obra de su hijo y las llevó a la hija del
pastor, diciéndole: ‘Estas esteras han sido traídas a palacio y son obra
de mi hijo que ha desaparecido’. Y la hija del pastor tomó
cada una de las esteras para examinarlas
cuidadosamente. En ellas descubrió un mensaje escrito por su esposo, que fue
transmitido al rey en seguida.
“Y el
rey –dijo mi abuela– envió muchos soldados a la guarida de los asesinos y
ladrones, a quienes dieron muerte después de rescatar a todos los cautivos. El hijo del rey fue devuelto sano y salvo al
palacio de su padre y a la compañía de su esposa, la hija del pastor. Y cuando
el joven regresó al palacio, se arrodilló ante su esposa, abrazado a sus pies: ‘Amor mío’, le dijo, ‘te debo la
vida’. Y el
rey se puso muy contento con la hija del pastor.
“Ahora –dijo mi abuela–, ¿comprendes por qué todo el mundo debe aprender
una profesión honorable”.
–Lo
comprendo muy bien –dije–. Y
tan pronto como gane el dinero suficiente compraré una sierra, un martillo y
una tabla para hacer una simple silla o un estante para libros.
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