Humberto Arenal
“…todo me llega tarde hasta
la muerte, como si uno pudiera decidir lo que le gusta, esta gente que me rodea,
ya es muy tarde, la muerte no será tan mala después de todo si lo que uno deja está
tan podrido, siempre ahí callada cuando no está así me mira con sus ojos desconfiados
y duros siempre igual, treinta años mira que tener que haberla aguantado treinta
años a mi lado, antes siquiera…”
El viejo tosió dos veces.
La mujer que iba sentada a su lado preguntó abriendo de repente los ojos:
–¿Qué te pasa, viejo?
Y la hija que estaba junto
a la madre:
–¿Qué le pasa a papá?
El viejo se llevó a la boca
los dedos huesudos, largos, azulados, venosos, pálidos y temblones.
No les contestó.
“…nunca dice nada más que
esas boberías porque es más hipócrita que el carajo, antes siquiera me iba para
el ingenio durante la zafra pero desde que me vino esta bronquitis, nunca dice nada
porque es muy hipócrita pero sé que tiene muchas ganas de largarme eso hace tiempo
que lo sé lo sé lo sé, todavía me acuerdo de aquel viaje que dio a La Habana la
conozco como si la hubiera parido volvió tan contenta y tan habladora y después
en la cama buscándome aquella noche, a mí hasta la muerte me llega tarde, lo que
he tenido que aguantar, allí mismo delante de todos los muchachos sin esperar que
se fueran a dormir me empezó a pasar las manos por los muslos entonces decía que
yo tenía unos muslos muy bonitos y fue subiendo y subiendo y yo de pendejo caí en
la trampa aunque yo lo sabía todo ¿por qué estaba tan contenta entonces? Esa fue
la noche que hicimos a Neyo por eso he tenido siempre atravesado a ese condenado
muchacho y después…”
Volvió a toser convulsivamente
y su hija vino y le dijo que se tapara bien y le preguntó que cómo se sentía.
“…es igual que la otra la
vez que la encontré en el cañaveral con aquel tipo flaco, y ella me pasaba las manos
por los muslos ¿por qué estaba tan contenta entonces?…”
Estaba harto de las dos.
Lo habían estado asediando con sus preguntas y halagos durante el viaje a La Habana
para ver al médico y después los días que estuvo en el hospital Calixto García.
El médico había dicho que no tenía nada grave, pero había oído un trozo de conversación
entre el médico y su hija y además él se sentía muy mal. Peor que nunca antes. Peor
que cuando le había dado la hemoptisis y había estado cinco meses en aquel hospital
sucio y triste en Santiago, el hospital civil. Respiró con fuerza y sintió un dolor
muy agudo en el pecho. A él todo le llegaba tarde y con trabajo, hasta la muerte.
Antes creía en Dios. Ya no creía en nada. No podía ni rezar. ¿Para qué rezar si
Dios no se había ocupado de él jamás? Ni de él ni de ningún pobre. Abrió los ojos
pero los volvió a cerrar enseguida: a través de la ventanilla del ómnibus todo estaba
oscuro. Además cada vez que abría los ojos se sentía más mareado.
“…cuando traté de decírselo
me miraba con esa cara de india mexicana que tiene y me decía: ‘No sigas diciendo
esas cosas, viejo, deja eso ya’ lo que tiene que aguantar uno por los…”
Volvió a toser y se cubrió
con la manta. Su hija dijo desde el otro asiento que ya faltaba poco, que eran las
cuatro de la mañana y que a las seis llegarían a Bayamo. El gordo que iba sentado
al lado de ella agitó las piernas, se cruzó las manos regordetas en el vientre y
dijo que se callara ya, que se había pasado toda la noche hablando. Ella se encogió
de hombros y no le contestó. Ahora su mujer había abierto los ojos y lo estaba mirando.
Él levantó la vista y se miraron un momento.
“…años, veinte años, diez
años, hasta hace diez años tenía esperanzas todavía pintaba me acuerdo allá en el
ingenio pinté un paisajito que todo el mundo decía que estaba bien hasta Fernando
que siempre se burlaba de mis pinturitas como decía él dijo que estaba muy bueno
y después pinté al míster aquel del ingenio míster Stout el administrador entonces
se formó un rollo que si le veían las venas de la cara y que si tenía los ojos colorados.
¿Cómo los va a tener un borracho después de veinticinco años tomando? Por eso me
alegré cuando se murió cuando lo vi en la caja me dieron ganas de escupirle la cara
mira que…”
Su mujer le pasó la mano
por la frente y le dijo que creía que tenía fiebre. Él se quedó con los ojos cerrados.
“…treinta años a su lado,
tenía la cara como si estuviera riendo aunque yo sabía que estaba muerto y me dieron
ganas de escupirle la cara hasta muerto le tenía miedo y rabia mira que venir a
romperme mi pintura el que se lo dijo y le llevó mi pintura fue el chota de Cuco
pero ese ya se murió se han ido muriendo uno a uno, a mí hasta la muerte me llega
tarde ¿cómo voy a pintar ahora con la casa llena de gente y estas dos mirándome
todo el santo día? Mala pata que he tenido, a mí hasta la muerte me llega tarde,
si hubiera aceptado aquel trabajo que me ofreció míster Hershey el del ingenio me
acuerdo que llamó al secretario y le dijo en inglés que me dijera que me iba a fabricar
una casa allá en la lomita aquella y que me quedara a trabajar allí con él no sé
por qué me dio miedo siempre me ha dado miedo vivir en el campo desde que era niño
le tuve miedo a la soledad del campo y tanto que me gustaba pasear de día por los
cañaverales altos y subirme en las matas de noche siempre tenía miedo en cambio,
a mí todo me llega tarde hasta la muerte, 1923, 1924, 1921 fue el año en que nació
mi hijo Ciro ese era distinto ¿por qué tuvo que morirse él? Cuando me lo trajeron
desnucado ya estaba muerto pobrecito ya estaba muerto ocho hijos y ninguno vale
para nada uno un ladrón y el otro callado y zorro como esta y los demás lo único
que me han traído es vergüenza, mira que haber encontrado a esta en el cañaveral
con aquel guajirito flaco y sucio y ahora la tengo encima todo el tiempo que si
papá para allá que si papá para acá y ahora me lleva a La Habana a ver al médico
¿para qué? Ya es muy tarde, a mí todo me llega tarde hasta la muerte, en el 36 fue
que murió Cirito todavía debo tener por ahí el retrato que le pinté la gente lo
único que decía o que criticaba era que no se parecía a él pero así fue como yo
lo vi siempre la gente decía que no se parecía 1936 1936 36 36 36…”
Abrió la boca y dejó caer
la cabeza hacia atrás. Su mujer lo miró y volvió a pasarle la mano por la frente.
–¿Le pasa algo al viejo?
–preguntó la hija.
–No, creo que no. Está muy
frío, se quedó dormido.
Se pasó la mano por los
ojos y contrajo la boca.
–Ay, tu padre siempre es
tan raro. No se le puede ni hablar, siempre ha sido igual. Bueno, por lo menos de
algunos años a esta parte. Ya no puedo ni hablarle. Siempre me mira tan raro. ¿Por
qué será así, eh?
El viejo tenía los ojos
cerrados y la boca abierta. Los labios le lucían verdosos y respiraba con dificultad.
(En la calle desierta, blanqueada
por el sol despiadado del meridiano, no había nadie primero. Después vio una mancha
carmelita a lo lejos y algo le hizo correr hacia ella. Cuando se acercó vio que
era un caballo muerto: el caballo que de niño había tenido en la finca del viejo
Primitivo, donde trabajaba su padre, y que una mañana amaneció muerto sin que se
supiera jamás de qué. Parecía cubierto por una pintura fosforescente que lo hacía
brillar. Alguien lo llamó de una casa cercana pintada de negro y cuando penetró
en la sala vio un pequeño sarcófago blanco que pensó que era de su hijo Cirito,
pero cuando se acercó era su propio cuerpo cuando niño. Entonces la sala se llenó
de personas (no conocía a ninguna de ellas) que le preguntaban qué hacía allí. Salió
y ahora vio en medio de la calle tres personas acostadas: la primera era su mujer,
la segunda míster Stout con una larga capa negra y un bastón blanco que movía en
pequeños círculos y la tercera era el médico que lo había atendido en La Habana
y que carecía de boca. Los tres le preguntaron varias veces: ¿qué haces aquí? Corrió
por la desierta calle y a cada paso que daba iba oscureciéndose hasta que llegó
a un punto que no pudo avanzar más, se había topado con un impedimento que no pudo
definir hasta que de pronto se hizo la luz y se vio rodeado por cuatro de sus propias
pinturas, ahora de tamaño gigante. Oyó la voz de su hijo Cirito y se lanzó en su
búsqueda, cortando el lienzo de uno de sus cuadros con un cuchillo que llevaba a
la cintura, pero entonces cayó en un abismo siguiendo la voz de su hijo.)
Cuando se despertó el ómnibus
estaba parado y casi vacío. Su mujer estaba a su lado y después de mirarlo le preguntó:
–¿Qué te pasaba?
Él tardó en contestarle:
–A mí nada, ¿por qué?
–Porque te quejabas –ahora
le pasó la mano por la frente sudorosa.
–Déjame tranquilo –le dijo
quitándole la mano–, ayúdame a levantarme que quiero ir al baño.
Ella lo miró, se puso de
pie y lo tomó por el brazo. Él se quitó la frazada conque se cubría y caminó, ayudado
por ella, por el pasillo del ómnibus elevando los hombros punteagudos y arrastrando
los pies.
“…todo me llega tarde hasta
la muerte a mi todo me llega tar…”
Sintió un mareo muy fuerte
y se agarró a un asiento. Ella ni se volvió para mirarlo.
“…treinta años ¿por qué
tenía que morir Cirito, precisamente él que era el mejor de todos? ¿dónde estará
metido el retrato que le hice? Quizás ya la muerte no llegue tan tarde…”
Un hombre ayudó a bajarlo
del ómnibus. A pasos muy cortos y lentos llegó al servicio. Le pidió a su mujer
que lo ayudara a sentarse en el inodoro y después le ordenó que lo dejara solo.
“…quizás esta vez la muerte
no llegue tan tarde 1936 1936 ¿cuándo nací yo? Un quince de julio mi madre se llamaba
Rosa y mi padre Osvaldo mi hijo Ciro y mi primera novia mi primera novia mi primera
novia novia novia novia…”
Sintió un dolor muy agudo
en el pecho y dio un grito. Cuando su mujer abrió la puerta estaba vomitando sangre.
Trató de decirle algo que ella no entendió y entonces empezó a llamar a gritos a
su hija. Él se aferró al vestido y dejó de vomitar sangre. Ella no gritó más y él
entonces la miró a los ojos.
–Cabrona –dijo y ella entonces
le retiró el vestido con violencia y él cayó golpeando la cabeza con el suelo. Su
mujer le volvió la espalda y fue lentamente a pedir ayuda. Ella sabía que ya estaba
muerto.
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