H. G. Wells
Mr. Bessel era el socio
más antiguo de la empresa Bessel, Hart y Brown, de St. Paul’s Churchyard, y durante
muchos años fue muy conocido entre los que se interesan por las investigaciones
psíquicas como investigador abierto y concienzudo. No estaba casado, y en lugar
de vivir en las afueras, como estaba de moda entre la gente de su clase, ocupaba
unas habitaciones en el Albany, cerca de Piccadilly. Estaba particularmente interesado
en cuestiones de transmisión de pensamiento y de aparición de personas vivas, y
en noviembre de 1896, inició una serie de experimentos junto con Mr. Vincey, que
vivía en Staple Inn, para verificar la supuesta posibilidad de proyectar, a través
del espacio, la aparición de uno mismo por la fuerza de la voluntad.
Sus
experimentos fueron llevados a cabo de la siguiente manera: a una hora previamente
acordada, Mr. Bessel se encerró en una de sus habitaciones del Albany y Mr. Vincey
en su cuarto de estar de Staple Inn; y cada uno concentró su mente, con la mayor
fuerza posible, en el otro. Mr. Bessel había adquirido el arte del autohipnotismo,
y, en la medida de lo posible, intentó en primer lugar hipnotizarse a sí mismo y
luego proyectarse como el “fantasma de un ser vivo” a través del espacio de cerca
de tres kilómetros que había entre ellos, hasta el aposento de Mr. Vincey. Durante
varias noches, lo intentaron sin ningún resultado satisfactorio, pero en la quinta
o sexta ocasión, Mr. Vincey vio o imaginó ver realmente una aparición de Mr. Bessel
en su habitación. Afirma que la aparición, aunque breve, fue muy vívida y real.
Notó que la cara de Mr. Bessel estaba blanca, que su expresión era de ansiedad y,
además, que su pelo estaba desordenado. Por un momento, Mr. Vincey, a pesar de estar
esperándolo, se llevó tal sorpresa que no pudo hablar ni moverse, y en ese momento
le pareció como si la figura mirara por encima del hombro y desapareciera inmediatamente.
Habían
acordado que se intentaría fotografiar cualquier fantasma que fuera visto, pero
Mr. Vincey no tuvo la suficiente presencia de ánimo para disparar la cámara que
se encontraba en una mesa situada junto a él, y cuando lo hizo, era demasiado tarde.
Muy contento, sin embargo, por este éxito parcial, apuntó la hora exacta y en seguida
cogió un coche y se dirigió hacia el Albany para informar a Mr. Bessel de este resultado.
Se
quedó sorprendido al encontrar la puerta de Mr. Bessel abierta a la oscuridad de
la noche y los aposentos interiores iluminados y en extraordinario desorden. Había
una botella de champán hecha pedazos en el suelo; el cuello roto de la botella se
encontraba junto al tintero del escritorio, Una pequeña mesa octogonal, en la que
había una estatua de bronce y unos cuantos libros escogidos, había sido volcada
con violencia, y en la parte inferior del papel amarillo de la pared, se veía la
marca de unos dedos manchados de tinta, como si lo hubieran hecho por el mero placer
de manchar. Una de las delicadas cortinas de quimón había sido arrancada violentamente
de las anillas y arrojada al fuego, de modo que el olor de su lenta combustión invadía
la habitación. Todo el lugar, en efecto, estaba desordenado de la forma más extraña.
Durante unos minutos Mr. Vincey, que había entrado con la seguridad de ver a Mr.
Bessel esperándole en su cómodo sillón, apenas podía dar crédito a sus ojos y se
quedó contemplando, vacilante, estas cosas inesperadas.
Luego,
invadido por una sensación de calamidad, llamó al portero.
–¿Dónde
está Mr. Bessel? –preguntó–. ¿Sabe que todos los muebles de su habitación están
destrozados?
El
portero no dijo nada, pero siguiendo sus indicaciones, fue en seguida al aposento
de Mr. Bessel para ver lo que había sucedido.
–Ahora
se explica todo –dijo, contemplando el demente desorden–. No sabía nada de esto.
Mr. Bessel se ha ido. ¡Está loco!
Después
procedió a contar a Mr. Vincey que una media hora antes, aproximadamente cuando
se apareció Mr. Bessel en las habitaciones de Mr. Vincey, el caballero desaparecido
había salido a toda velocidad por las puertas del Albany hacia Vigo Street, sin
sombrero y con el pelo desordenado, y había desaparecido finalmente en dirección
a Bond Street.
–Y
cuando pasó por delante de mí –dijo el portero–, se rió a carcajadas (era una risa
entrecortada) con la boca abierta y una mirada feroz. ¡Le aseguro, señor, que me
pegó un buen susto! Se reía así…
Tal
y como la imitaba, la risa no dejaba de ser agradable.
–Agitó
las manos con los dedos encorvados y arañando… así. Y dijo susurrando ferozmente:
“¡Vida!”. Solo esa palabra: “¡Vida!”.
–¡Ay!
–dijo Mr. Vincey–. ¡Qué horror! ¡Ay!
No
se le ocurría otra cosa que decir. Estaba, como es natural, muy sorprendido. Iba
de la habitación al portero y del portero a la habitación, gravemente preocupado
y perplejo. Aparte de su sugerencia de que Mr. Bessel volvería dentro de poco y
explicaría lo que había sucedido, la conversación que mantenían no llevaba a ninguna
parte.
–Puede
haber sido un dolor de muelas repentino –dijo el portero–, un dolor de muelas repentino
y violento que le ha dado de golpe y le ha vuelto loco. Yo mismo he roto cosas en
situaciones semejantes… –reflexionó–. Si fuera así, ¿por qué tenía que decirme “vida”
cuando pasó delante de mí?
Mr.
Vincey no lo sabía. Mr. Bessel no volvía y, finalmente, Mr. Vincey, después de haber
echado otra ojeada inútil y haber escrito una nota donde preguntaba por lo ocurrido
y que dejó en un lugar visible del escritorio, volvió en un estado de ánimo sumamente
perplejo a sus habitaciones de Staple Inn. El caso le había conmocionado. No acertaba
a explicarse la conducta de Mr. Bessel de acuerdo con alguna hipótesis sensata.
Intentó leer, pero no pudo hacerlo; salió a dar un pequeño paseo, pero iba tan preocupado
que casi le atropella un coche al final de Chancery Lane; y, finalmente, una hora
antes de lo habitual, se fue a la cama. Durante mucho tiempo, fue incapaz de dormir
a causa del recuerdo del desorden silencioso de los aposentos de Mr. Bessel, y,
cuando por fin se sumergió en un sueño intranquilo, fue perturbado inmediatamente
por un sueño vívido y doloroso sobre Mr. Bessel.
Vio
a Mr. Bessel gesticulando de un modo violento, con la cara pálida y retorcida. Se
mezclaban inexplicablemente con su aspecto un temor intenso y una súplica apremiante,
sugeridos quizá por sus gestos. Incluso cree que oyó la voz de su compañero de experimento
que le llamaba angustiosamente, aunque entonces consideró que esto era una ilusión.
La vívida impresión permaneció, aunque Mr. Vincey se despertase. Durante un tiempo
estuvo despierto y temblando en la oscuridad, poseído por ese terror vago e inexplicable
hacia las posibilidades desconocidas que se revela hasta en los sueños de los hombres
más valientes. Pero se animó, se dio la vuelta y se durmió de nuevo, solo para que
el sueño volviese con vividez más intensa.
Se
despertó tan convencido de que Mr. Bessel se hallaba en un peligro agobiante y de
que necesitaba ayuda, que no pudo dormir más. Estaba persuadido de que su amigo
se había arrojado a alguna horrenda calamidad. Durante un tiempo, estuvo razonando
vanamente contra esta creencia, pero al final cedió ante ella. Se levantó, desobedeciendo
toda norma de prudencia, encendió la lámpara de gas, se vistió y se lanzó a través
de las calles desiertas –desiertas salvo por la presencia de un policía silencioso
y las carretas de los periódicos– hacia Vigo Street para preguntar si Mr. Bessel
había vuelto.
Pero
no llegó allí. Cuando bajaba por Long Acre, un impulso inexplicable le desvió hacia
Covent Garden, que empezaba a despertar a sus actividades nocturnas. Vio el mercado
delante de él: una extraña impresión de luces amarillas incandescentes y negras
figuras atareadas. Percibió un grito y vio una figura que daba la vuelta a la esquina
del hotel y corría velozmente hacia él. Supo en seguida que se trataba de Mr. Bessel,
pero estaba transfigurado. Iba sin sombrero y despeinado, con el cuello de la camisa,
desabrochado; tenía la boca retorcida y llevaba, cogido cerca de la contera, un
bastón con puño de hueso. Corría a gran velocidad, dando ágiles zancadas. El encuentro
fue cosa de un instante.
–¡Bessel!
–gritó Vincey.
El
hombre que iba corriendo no dio muestras de reconocer a Mr. Vincey, ni su propio
nombre. En cambio, le produjo una herida con el bastón al golpearle salvajemente
en la cara, muy cerca del ojo. Mr. Vincey, aturdido y pasmado, se tambaleó hacia
atrás, perdió el equilibrio y cayó pesadamente sobre la acera. Le pareció que Mr.
Bessel saltó por encima de él cuando cayó al suelo. Cuando volvió a mirar, Mr. Bessel
ya había desaparecido y un policía y unos cuantos mozos de cuerda y vendedores corrían
precipitadamente hacia Long Aire, en impetuosa persecucion.
Con
la ayuda de varios transeúntes –toda la calle se llenó de gente que corría–, Mr.
Vincey intentó levantarse. En seguida se convirtió en el centro de una muchedumbre
ávida por ver su herida. Una multitud de voces compitió por tranquilizarle diciéndole
que estaba a salvo, y luego por contarle la conducta del loco, como consideraban
a Mr. Bessel. Había aparecido de repente en medio del mercado gritando: “¡Vida!
¡Vida!”, golpeando a diestro y siniestro con el bastón manchado de sangre, saltando
y riendo a carcajadas cada vez que acertaba un golpe. Un muchacho y dos mujeres
tenían la cabeza abierta; había destrozado la muñeca de un hombre y había golpeado
a un niño dejándole sin conocimiento. Durante un tiempo mantuvo alejados a todos
de él, tan furioso y decidido era su comportamiento. Hizo una incursión en un puesto
de café, lanzó la lámpara por la ventana de la oficina de correos y huyó riéndose
después de dejar sin sentido al primero de los dos policías que habían tenido el
valor de atacarle.
Naturalmente,
el primer impulso de Mr. Vincey fue unirse a la persecución de su amigo para evitar,
en lo posible, que fuera presa de la violencia de la gente indignada. Pero se movía
con lentitud, el golpe le había dejado semiincosciente y, cuando su impulso seguía
siendo solo un propósito, oyó, mezclado entre la multitud, que Mr. Bessel había
eludido a sus perseguidores. En un primer momento, Mr. Vincey apenas podía dar crédito
a esto, pero la unanimidad de la noticia y el grave regreso al poco rato, de los
policías burlados acabaron por convencerle. Después de hacer algunas preguntas sin
objeto, volvió a Staple Inn introduciéndose un pañuelo en la nariz, que ahora le
dolía mucho.
Estaba
enojado, preocupado y perplejo. Le parecía indiscutible que Mr. Bessel tenía que
haberse vuelto loco de repente en el transcurso del experimento de transmisión de
pensamiento, pero por qué se aparecía en sueños a Mr. Vincey con la cara triste
y pálida era un problema de solución inalcanzable. En vano se devanó los sesos buscando
una explicación. Finalmente, pensó que no solo Mr. Bessel debía de estar loco, sino
que también había enloquecido el orden de las cosas. Pero no se le ocurría nada
que pudiera hacer. Se encerró prudentemente en su habitación, encendió la estufa
–una estufa de gas con ladrillos de asbesto– y, como temía nuevos sueños si se metía
en la cama, se quedó lavándose la cara herida y después intentó inútilmente leer
algún libro hasta el amanecer. Durante toda aquella vigilia, tuvo la curiosa persuasión
de que Mr. Bessel intentaba hablar con él, pero se negó a prestar atención a semejante
creencia.
Al
amanecer, el cansancio físico le venció, y al fin, se acostó y durmió a pesar de
los sueños. Se levantó tarde, angustiado y desasosegado, con la cara muy dolorida.
Los periódicos de la mañana no traían noticia alguna de la aberración de Mr. Bessel;
había ocurrido demasiado tarde para que la pudieran incluir. La perplejidad de Mr.
Vincey, a quien la fiebre producida por sus contusiones añadía una nueva irritación,
se hizo finalmente insoportable, y, después de hacer una infructuosa visita al Albany,
se dirigió a St. Paul’s Churchyard para ver a Mr. Hart, socio de Mr. Bessel, y,
por lo que sabía Mr. Vincey, su mejor amigo.
Se
sorprendió al enterarse de que Mr. Hart, aunque no sabía nada del escándalo, había
sido perturbado por una visión, la misma que Mr. Vincey había visto: Mr. Bessel,
pálido y despeinado, pidiendo ayuda de todo corazón por medio de gestos. Este es
el sentido que Mr. Hart creyó ver en esas señas.
–Iba
al Albany a verle justo cuando usted llegó –dijo Mr. Hart–. Estaba seguro de que
algo malo le había pasado.
Como
resultado de esta consulta, los dos caballeros decidieron preguntar en Scotland
Yard por su amigo desaparecido.
–Seguro
que le echan el guante –dijo Mr. Hart–. No podrá seguir mucho tiempo a este paso.
Pero
la policía no había echado el guante a Mr. Bessel. Confirmaron los sucesos nocturnos
a los que Mr. Vincey había asistido y aportaron nuevos datos, algunos de ellos de
un carácter aún más grave que los que él ya conocía: una serie de cristales rotos
en la parte alta de Tottenham Court Road, una agresión a un policía en Hampstead
Road, un asalto atroz a una mujer. Todos estos desmanes fueron cometidos entre las
doce y media y las dos menos cuarto de la madrugada, y en este tiempo –en realidad,
desde el mismo momento en que Mr. Bessel salió corriendo de sus habitaciones a las
nueve y media de la noche la policía pudo seguir el rastro de la violencia, que
iba en aumento, de su fantástica carrera. Durante la última hora, esto es, desde
antes de la una hasta las dos menos cuarto, corrió enloquecido por las calles de
Londres, escapando con asombrosa agilidad de cualquier intento de detenerle o capturarle.
Pero
a partir de las dos menos cuarto había desaparecido. Hasta esa hora los testigos
habían sido muy numerosos. Docenas de personas le habían visto, habían huido de
él o le habían perseguido, y entonces todo terminó súbitamente. A las dos menos
cuarto le habían visto corriendo por Euston Road hacia Baker Street, agitando una
lata de aceite de colza combustible y rociando el aceite en llamas por las ventanas
de las casas por donde pasaba. Pero ninguno de los policías de Euston Road que están
más allá del Museo de Cera, ni ninguno de los que están en las bocacalles por donde
tenía que haber pasado de haber dejado Euston Road le habían visto. Desapareció
repentinamente. Nada se supo de lo que hizo después, a pesar de las intensas investigaciones
que se realizaron.
Esto
constituyó una nueva sorpresa para Mr. Vincey. Había encontrado un gran consuelo
en la convicción de Mr. Hart: “Seguro que no tardan mucho en echarle el guante”,
y con esta certeza había sido capaz de suspender su perplejidad. Pero cualquier
novedad parecía destinada a añadir nuevas dificultades a un montón que ya pesaba
más de lo que él podía soportar. Comenzó a preguntarse si su memoria no le había
jugado una mala pasada y si era posible que todo esto hubiera sucedido; y por la
tarde, fue a ver otra vez a Mr. Hart para compartir el peso insoportable que abrumaba
su mente. Encontró a Mr. Hart conversando con un detective muy conocido, pero como
este caballero no logró nada en este caso, no tenemos por qué tratar con más extensión
su modo de proceder.
Durante
todo el día y toda la noche, se investigó activa e incesantemente sin lograr dar
con el paradero de Mr. Bessel. Y durante todo ese día, Mr. Vincey tuvo, en el fondo
de su espíritu, la convicción de que Mr. Bessel, con la cara cubierta de lágrimas
por la angustia, le persiguió a través de sus sueños. Y siempre que veía a Mr. Bessel
en sus sueños, también veía otras cosas, confusas, pero malignas, que daban la impresión
de perseguir a Mr. Bessel.
Fue
al día siguiente, el domingo, cuando Mr. Vincey recordó ciertas historias extraordinarias
de Mrs. Bullock, la médium, que por aquella época llamaba la atención por primera
vez en Londres. Decidió consultarla. Se alojaba en casa del famoso investigador,
el doctor Wilson Paget, y Mr. Vincey, aunque no conocía a este caballero, se dirigió
a él sin dilación con el propósito de implorar su ayuda. Pero apenas había mencionado
el nombre de Bessel, cuando el doctor Paget le interrumpió.
–Anoche,
justo al final –dijo–, tuvimos una comunicación.
Abandonó
la habitación y volvió con una pizarra sobre la que había ciertas palabras escritas
con una letra poco firme, en efecto, pero que era sin discusión ¡la de Mr. Bessel!
–¿Cómo
ha conseguido esto? –dijo Mr. Vincey¿Quiere decir…?
–Lo
recibimos anoche –dijo el doctor Paget.
Con
numerosas interrupciones por parte de Mr. Vincey, procedió a explicar cómo habían
obtenido el escrito. Parece ser que en sus séances, Mrs. Bullock entra en trance,
sus ojos giran de un modo extraño bajo los párpados y su cuerpo se queda rígido.
Entonces empieza a hablar muy rápido, normalmente con una voz diferente a la suya.
Al mismo tiempo, una de sus manos o ambas empiezan a moverse, y si hay pizarras
y lápices preparados, escriben a la vez e independientemente del torrente de palabras
que brota de su boca. Muchos la consideran una médium todavía más extraordinaria
que la célebre Mrs. Piper. Era uno de esos mensajes, el que escribió la mano derecha
de Mrs. Bullock, el que tenía ahora Mr. Vincey delante. Consistía en ocho palabras
escritas de un modo deslavazado: “George Bessel… excavación prueba… Baker Street…
socorro… inanición”. Aunque parezca mentira, ni el doctor Paget ni los otros dos
investigadores que estaban presentes habían oído hablar de la desaparición de Mr.
Bessel –las noticias sobre ella solo salieron en los periódicos de la tarde del
sábado– y habían puesto el mensaje aparte, junto a muchos otros de carácter vago
y enigmático que Mrs. Bullock recibe con frecuencia. Cuando el doctor Paget oyó
la narración de Mr. Vincey, concentró todas sus fuerzas en seguir el rastro que
permitiera encontrar a Mr. Bessel. Sería inútil describir aquí sus investigaciones
y las de Mr. Vincey; baste decir que la pista era auténtica y que Mr Bessel fue
descubierto, en efecto, gracias a ella.
Lo
encontraron en el fondo de un pozo solitario que habían excavado y abandonado cuando
se iniciaron las obras del nuevo ferrocarril eléctrico, cerca de la estación de
Baker Street. Tenía rotos un brazo, una pierna y dos costillas. El pozo está protegido
por una valla de cerca de siete metros y, por increíble que parezca, Mr. Bessel
–hombre gordo y de edad madura– tuvo que escalarla para caer en el pozo. Estaba
empapado de aceite de colza y la lata, que estaba hecha pedazos, se encontraba junto
a él; pero, por fortuna, la llama se había extinguido al caer. Su locura había desaparecido
por completo. Pero estaba, como es natural, terriblemente debilitado, y, al ver
a sus salvadores, se echó a llorar de forma histérica.
En
vista del deplorable estado de sus habitaciones, le llevaron a casa del doctor Hatton,
en Baker Street. Fue sometido a un tratamiento sedativo y se evitó cualquier cosa
que pudiera recordarle la crisis violenta que había atravesado. Pero al segundo
día se ofreció a relatar los hechos.
Desde
entonces, Mr. Bessel ha repetido varias veces su relato –a mí entre otras personas–
variando los detalles, como sucede siempre que se narran experiencias reales, pero
sin contradecirse nunca en ningún punto. Y el relato que hace es, en esencia, como
sigue.
Para
comprenderlo con claridad es necesario remontarse a sus experimentos con Mr. Vincey,
antes de que sufriera el extraordinario ataque. Los primeros intentos que hizo Mr.
Bessel, con la colaboración de Mr. Vincey, fueron, como el lector recordará, un
fracaso. Pero a lo largo de todos ellos, fue concentrando todo su poder y voluntad
en salir del cuerpo: “queriéndolo con todas mis fuerzas”, dice él. Al fin, casi
en contra de lo que esperaba, tuvo éxito. Y Mr. Bessel afirma que él, estando vivo,
abandonó realmente su cuerpo, gracias a un esfuerzo de la voluntad, y entró en un
lugar o estado situado más allá de este mundo.
La
liberación, afirma, fue instantánea: “en un determinado momento, estaba sentado
en mi sillón, con los ojos totalmente cerrados y las manos agarradas a los brazos
del sillón, haciendo todo lo que podía para concentrar mi mente en Vincey, y luego
me percibí a mí mismo fuera del cuerpo. Vi mi cuerpo cerca de mí, pero ya no me
contenía; las manos se relajaban y la cabeza se inclinaba sobre el pecho”.
Nada
puede conmover su creencia en esta liberación. Describe la nueva sensación que experimentó
de un modo tranquilo y realista. Sintió que se había vuelto impalpable, esto se
lo esperaba; pero lo que ya no se esperaba era sentirse enormemente grande. Parece
ser, sin embargo, que ésta fue la forma que adquirió. “Era una gran nube –si puedo
expresarlo así– anclada en mi cuerpo. Tuve la impresión, al principio, de haber
descubierto un yo mayor del cual el ser consciente de mi cerebro era solo una pequeña
parte. Vi el Albany, Piccadilly, Regent Street y todas las habitaciones y lugares
de las casas muy diminutos, brillantes y definidos, esparcidos debajo de mí como
una ciudad vista desde un globo. De vez en cuando, vagas figuras, como espirales
de humo a la deriva, hacían que la visión fuese un poco borrosa, pero al principio
apenas les presté atención. La cosa que más me asombró, y que aún sigue asombrándome,
fue que veía muy nítidamente los interiores de las casas, así como las calles; veía
gente pequeña cenando y hablando en sus casas, hombres y mujeres cenando, jugando
al billar y bebiendo en restaurantes y hoteles, y varios lugares de diversión repletos
de gente. Era como observar los acontecimientos de una colmena de cristal”.
Éstas
eran las palabras exactas de Mr. Bessel, tal como las apunté cuando me contó la
historia. Durante un rato, observó estas cosas sin acordarse de Mr. Vincey. Impulsado
por la curiosidad, según dice, se inclinó, y con el quimérico brazo informe que
descubrió que poseía intentó tocar a un hombre que paseaba por Vigo Street. Pero
no lo consiguió, aunque parecía que su dedo atravesaba al hombre. Algo le impidió
hacerlo, pero es difícil saber lo que encontró. Compara el obstáculo con una lámina
de cristal.
“Sentí
lo mismo que un gatito puede sentir –dijo cuando va por primera vez a acariciar
su imagen en un espejo”. Cuando le oigo contar esta historia, Mr. Bessel vuelve
una y otra vez a esta comparación de la lámina de cristal para explicar este punto.
No es, sin embargo, una comparación totalmente precisa porque, como el lector verá
en seguida, había lagunas en esa resistencia generalmente impenetrable, medios de
volver a atravesar la barrera del mundo material. Pero, naturalmente, existe una
gran dificultad para expresar estas impresiones insólitas con el lenguaje de la
experiencia cotidiana.
Algo
que le impresionó al instante, y que le inquietó hasta el final de la experiencia,
fue el silencio de aquel lugar: estaba en un mundo sin sonido.
Al
principio, el estado mental de Mr. Bessel consistía en un asombro desprovisto de
emoción. Su pensamiento estaba principalmente ocupado en averiguar en qué lugar
podría hallarse. Estaba fuera de su cuerpo –fuera del cuerpo material, en cualquier
caso–, pero eso no era todo. Cree –y yo, por lo menos, también lo creo– que estaba
en un lugar situado completamente fuera del espacio, tal como lo entendemos. Gracias
a un esfuerzo intenso de la voluntad, había salido del cuerpo y se había introducido
en un mundo situado más allá de éste, un mundo nunca soñado, que, sin embargo, se
encuentra tan cerca y tan extrañamente situado con relación a éste, que todas las
cosas de la tierra son claramente visibles, tanto por dentro como por fuera, desde
ese otro mundo que nos rodea. Durante mucho tiempo, así le pareció, esta observación
ocupó su mente, excluyendo cualquier otra cuestión, y luego se acordó de la cita
que tenía con Mr. Vincey, de la cual esta asombrosa experiencia era, después de
todo, solo un preludio.
Dirigió
su atención hacia la locomoción de este nuevo cuerpo en el que se encontraba. Durante
un tiempo, fue incapaz de separarse del lazo que le unía al cuerpo terrestre. Durante
un tiempo este nuevo cuerpo extraño y nebuloso simplemente oscilaba, se contraía,
se dilataba, se enrollaba y se retorcía por los esfuerzos que hacía para liberarse,
y luego, de pronto, el vínculo que le unía se rompió. Por un momento todo quedó
oculto por lo que a él le parecían esferas giratorias de vapor oscuro, y luego,
a través de un resquicio efímero, vio su cuerpo inerte que se derrumbaba con languidez,
su cabeza sin vida que se desplomaba hacia un lado, y se vio arrastrado como una
inmensa nube por un extraño lugar de nubes misteriosas, a través de las cuales se
vislumbraba la complejidad de Londres, que se extendía como una maqueta.
Pero
ahora se dio cuenta de que el vapor que fluctuaba alrededor de él era algo más que
vapor, y el entusiasmo temerario de su primer ensayo se convirtió en temor. Porque
percibió, al principio borrosamente, pero después muy claramente y de una forma
súbita, que estaba rodeado de caras, que cada rollo y espiral de lo que parecía
una materia hecha de nubes era una cara. ¡Y qué caras! Caras de sombras transparentes,
caras de temeridad gaseosa. Caras como las que miran con furia, de una forma insoportable
y extraña, al durmiente en las horas aciagas de sus sueños. Ojos diabólicos y codiciosos
llenos de codiciosa curiosidad, cosas con las cejas fruncidas y enredadas, y labios
que insinuaban sonrisas. Sus manos informes se agarraban a Mr. Bessel cuando pasaba,
y el resto de sus cuerpos no era más que una estela esquiva de tinieblas que se
arrastraban. Nunca dijeron una palabra, nunca salió un sonido de las bocas que daban
la impresión de farfullar. Se estrujaban a su alrededor en ese silencio de pesadilla,
atravesando libremente la débil bruma que era su cuerpo, reuniéndose cada vez más
numerosos a su alrededor. Y el informe Mr. Bessel, presa ahora de un súbito miedo,
paseaba a través de la silenciosa y activa multitud de ojos y manos violentas.
Tan
inhumanas eran estas caras, tan malvados sus ojos saltones y sus gestos misteriosos
y amenazadores que no se le ocurrió a Mr. Bessel tratar de establecer ninguna relación
con estas criaturas flotantes. Fantasmas imbéciles, hijos del vano deseo, seres
nonatos y privados del don de la existencia, cuyas únicas expresiones y gestos manifestaban
el deseo y el anhelo de vivir, que era su solitario vínculo con la existencia.
Dice
mucho en favor de su audacia que, en medio de toda la nube hormigueante de estos
espíritus mudos del mal, pudiera todavía pensar en Mr. Vincey. Hizo un violento
esfuerzo de voluntad y se vio, sin saber cómo, bajando hacia Staple Inn, y vio a
Mr. Vincey sentado en su sillón, atento y alerta, junto al fuego.
Y
reunida en torno a él, como siempre lo hacen en torno a todo lo que vive y respira,
se hallaba otra multitud de estas vanas y calladas sombras, anhelando, deseando,
buscando una grieta que los llevara a la vida.
Durante
un rato, quiso llamar la atención de su amigo, pero no lo consiguió. Intentó ponerse
delante de sus ojos, mover los objetos de la habitación, tocarle. Pero Mr. Vincey
permanecía imperturbable, ignorando el ser que estaba tan cerca del suyo. La cosa
extraña que Mr. Bessel había comparado con una lámina de cristal los separaba de
una forma inexorable.
Finalmente,
Mr. Bessel hizo algo desesperado. Ya he dicho que, de algún modo extraño, podía
ver no solo el exterior de un hombre, como lo vemos nosotros, sino también el interior.
Extendió su misteriosa mano y metió sus vagos dedos negros a través del cerebro
desatento.
Entonces,
súbitamente, Mr. Vincey se sobresaltó, como alguien que emerge de pensamientos errantes,
y a Mr. Bessel le pareció que un pequeño cuerpo rojo oscuro, situado en el centro
del cerebro de Mr. Vincey, se inflaba y brillaba. Después de esta experiencia, han
mostrado a Mr. Bessel láminas anatómicas del cerebro, y ahora sabe que aquel cuerpo
oscuro es esa estructura inútil que los doctores llaman el ojo pineal. Pues, por
extraño que parezca a muchos, tenemos, en las profundidades del cerebro –donde posiblemente
ninguna luz terrenal puede acceder– ¡un ojo! En aquellos días este dato, como el
resto de la anatomía interna del cerebro, era totalmente nuevo para él. Sin embargo,
al ver que modificaba su aspecto, impulsó el dedo y, más bien temeroso de las consecuencias,
tocó este pequeño punto. Mr. Vincey se sobresaltó al instante y Mr. Bessel supo
que Vincey le estaba viendo.
Y
en ese mismo instante, Mr. Bessel sintió que algo malo le había ocurrido a su cuerpo;
de repente, una gran ráfaga de viento dispersó ese mundo de sombras y lo arrebató.
Tan fuerte era esta persuasión que no pensó más en Mr. Vincey, sino que se dio media
vuelta en seguida y todas las innumerables caras retrocedieron con él como hojas
arrastradas por un vendaval. Pero volvió demasiado tarde. En un instante vio que
el cuerpo que había dejado inerte y desplomado –que yacía en realidad como el cuerpo
de un hombre que acaba de morir– se había levantado; se había levantado en virtud
de una fuerza y voluntad que no eran las suyas. Se mantenía de pie con los ojos
saltones, estirando los miembros torpemente.
Durante
un momento lo observó con una consternación frenética y luego se inclinó hacia él.
Pero la lámina de cristal se había vuelto a cerrar y le impidió llegar a su cuerpo.
Se estrelló furiosamente contra ella y, a su alrededor, los espíritus del mal se
reían, le señalaban y se mofaban de él. Se puso colérico y furioso. Mr. Bessel se
compara a sí mismo con un pájaro que, sin advertirlo, entra revoloteando en una
habitación y golpea los cristales que le niegan el camino de la libertad.
Y
he aquí que el pequeño cuerpo que una vez había sido suyo está saltando de alegría.
Le vio gritar, aunque no podía oír sus gritos y observó que sus movimientos eran
cada vez más violentos. Contempló cómo arrojaba sus queridos muebles, ebrio del
loco placer de la existencia; también le vio destrozar sus libros preferidos, romper
botellas, beber descuidadamente de los trozos de vidrio, saltar y dar golpes a modo
de aceptación apasionada de vivir. Mr. Bessel observó estas acciones paralizado
por el asombro. Luego se lanzó una vez más contra la barrera infranqueable, y después,
rodeado de toda esa multitud de fantasmas burlones, volvió rápidamente, en medio
de una horrible confusión, a casa de Vincey para contarle el atropello de que había
sido objeto.
Pero
el cerebro de Mr. Vincey estaba ahora cerrado a las apariciones, y el Mr. Bessel
incorpóreo le persiguió en vano cuando salió apresuradamente a Holborn para llamar
un coche. Frustrado y aterrorizado, Mr. Bessel volvió rápidamente a su casa para
encontrarse con su cuerpo profanado, que iba gritando, presa de un enorme frenesí,
por el Arco de Burlington.
Y
ahora el lector atento empezará a comprender la interpretación de Mr. Bessel de
la primera parte de esta extraña historia. El ser cuyo loco ajetreo por las calles
de Londres había causado tantos daños y desastres tenía, en efecto, el cuerpo de
Mr. Bessel, pero no era Mr. Bessel. Era un espíritu perverso que se había escapado
de ese extraño mundo situado más allá de la existencia, y en el que Mr. Bessel se
había aventurado independientemente. Durante veinte horas poseyó su cuerpo, y durante
todas esas horas el espíritu desposeído de Mr. Bessel vagó de un lado para otro
por ese desconocido mundo de sombras, buscando ayuda en vano.
Pasó
muchas horas golpeando las mentes de Mr. Vincey y de su amigo Mr. Hart. Como ya
sabemos, despertó a ambos gracias a sus esfuerzos. Pero desconocía el lenguaje que
pudiera transmitir su situación a estos salvadores a través del abismo; sus débiles
dedos buscaban a tientas en sus cerebros vana e impotentemente. Una vez, en efecto,
como ya hemos dicho, fue capaz de desviar a Mr. Vincey de su camino para que tropezara
con el cuerpo robado en su carrera, pero no pudo hacerle entender lo que había pasado:
fue incapaz de obtener ayuda alguna de este encuentro…
A
lo largo de estas horas, el espíritu de Mr. Bessel se sintió abrumado por la persuasión
de que en poco tiempo su furioso inquilino acabaría con la vida de su cuerpo y de
que él tendría que permanecer en aquel país de sombras para siempre. De modo que
aquellas largas horas fueron una creciente agonía de terror. Y mientras corría de
un lado para otro agitándose inútilmente, incontables espíritus de ese mundo que
le rodeaba, le acosaban y le desconcertaban. Y una multitud envidiosa corría aplaudiendo
detrás de su compañero afortunado mientras proseguía su gran carrera.
Así
debe de ser, al parecer, la vida de estas cosas sin cuerpo de ese mundo que es la
sombra del nuestro. Siempre están al acecho, codiciando un camino que los introduzca
en un cuerpo mortal, para poder descender, como furias y frenesíes, como apetitos
violentos e insensatos, extraños impulsos que se regocijan en el cuerpo que han
conquistado. Pues Mr. Bessel no era la única alma humana que había en ese lugar.
Lo prueba el hecho de que primero encontró una, y después varias sombras de hombres,
hombres como él mismo, al parecer, que habían perdido sus cuerpos, tal vez como
él había perdido el suyo, y erraban desesperadamente por ese mundo perdido que no
es la vida ni la muerte. No podían hablar porque ese mundo es mudo; supo, sin embargo,
que eran hombres por sus tenues figuras humanas y por la tristeza de sus caras.
Pero
cómo habían entrado en ese mundo, no lo podía decir, ni dónde podrían estar los
cuerpos que habían perdido, si siguen anhelando la tierra o si habían caído en la
muerte sin retorno. Que fueran los espíritus de los muertos no lo creemos ni él
ni yo. Pero el doctor Wilson Paget piensa que son las almas racionales de los hombres
que se han extraviado en la locura, aquí en la tierra.
Al
fin, Mr. Bessel fue a dar con un lugar donde estaba reunido un pequeño grupo de
estas criaturas silenciosas e incorpóreas, y, abriéndose paso entre ellas, vio abajo
una habitación muy iluminada, cuatro o cinco caballeros y una mujer; una mujer corpulenta
vestida de bombasí negro y sentada en una silla de forma incómoda con la cabeza
echada para atrás. Por los retratos que había visto de ella, supo que era Mrs. Bullock,
la médium. Y percibió que las regiones y estructuras de su cerebro brillaban y se
agitaban como lo hacía el ojo pineal del cerebro de Mr. Vincey que ya había visto.
La luz era muy desigual; a veces era una amplia iluminación y otras solo un débil
punto crepuscular que se trasladaba lentamente por su cerebro. No dejaba de hablar
ni de escribir con una mano. Y Mr. Bessel vio que las sombras de hombres que se
agolpaban a su alrededor y gran multitud de espíritus tenebrosos del país de las
sombras se esforzaban y se empujaban para tocar las regiones iluminadas de la médium.
Cuando uno alcanzaba su cerebro u otro era expulsado, la voz y la escritura de la
mano cambiaba, de modo que lo que decía era algo desordenado y confuso en su mayor
parte; ya escribía un fragmento del mensaje de un alma, ya un fragmento del de otra,
ya farfullaba las fantasías descabelladas de los espíritus del vano deseo. Entonces
Mr. Bessel comprendió que hablaba por el espíritu que la había tocado y empezó a
luchar furiosamente por llegar hasta ella.
Pero
estaba alejado del centro de la multitud y en ese momento no pudo alcanzarla; finalmente,
cada vez más angustiado, se fue a ver lo que le había sucedido a su cuerpo.
Durante
mucho tiempo fue de un lado para otro buscándolo en vano, con el temor de que estuviera
sin vida, hasta que lo encontró en el fondo de un pozo de Baker Street, maldiciendo
y retorciéndose de dolor. Tenía rotos una pierna, un brazo y dos costillas a causa
de la caída. Además, el malvado espíritu estaba colérico por haber poseído tan poco
tiempo ese cuerpo y, a causa del dolor, hacía movimientos bruscos y agitaba con
violencia su cuerpo.
Entonces
Mr. Bessel volvió con redoblado celo a la habitación donde tenía lugar la séance.
En cuanto logró alcanzar la vista la habitación, vio que uno de los hombres que
estaban alrededor de la médium miraba el reloj, como si diera a entender que la
séance terminaría dentro de poco. Entonces, muchas de las sombras que habían estado
luchando se marcharon con gestos de desesperación. Pero la idea de que la séance
estuviera a punto de terminar solo hizo aumentar el celo de Mr. Bessel, y luchó
tan tenazmente contra los otros que al poco tiempo alcanzó el cerebro de la mujer.
Resultó que en ese preciso instante brillaba con mucha intensidad, y en ese instante
escribió el mensaje que el doctor Wilson Paget conservó. Y luego las otras sombras
y la nube de espíritus malvados que le rodeaban le empujaron y le alejaron de ella,
y durante todo el resto de la séance ya no pudo volver a alcanzarla.
Por
lo tanto, volvió a Baker Street y contempló, durante largas horas, el fondo del
pozo donde el espíritu malvado yacía en el interior del cuerpo robado que había
dañado, retorciéndose y maldiciendo, llorando y gimiendo, y aprendiendo la lección
del dolor. Y hacia el amanecer ocurrió lo que estaba esperando, el cerebro brilló
con intensidad y el espíritu del mal salió, y Mr. Bessel entró en el cuerpo donde
había temido que nunca más volvería a entrar. Cuando lo hizo, el silencio –el melancólico
silencio– cesó; y oyó el tumulto del tráfico y las voces de la gente que llegaban
desde arriba, y ese extraño mundo que es la sombra del nuestro –las sombras oscuras
y calladas del fútil deseo y las sombras de los hombres perdidos– desapareció por
completo.
Allí
yació por espacio de unas tres horas antes de que lo encontraran. Y a pesar del
dolor y el tormento de sus heridas, y del lugar húmedo y sombrío donde yacía; a
pesar de las lágrimas que brotaban como consecuencia de su agotamiento físico, su
corazón se llenó de alegría al ver que había vuelto de nuevo, a pesar de todo, al
mundo benévolo de los hombres.
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