Juan José Arreola
La proposición de la boa
es tan irracional que seduce inmediatamente al conejo, antes de que pueda dar su
consentimiento. Apenas si hace falta un masaje previo y una lubricación de saliva
superficial.
La
absorción se inicia fácilmente y el conejo se entrega en una asfixia sin pataleo.
Desaparecen la cabeza y las patas delanteras. Pero a medio bocado sobrevienen las
angustias de un taponamiento definitivo. En ayuda de la boa transcurren los últimos
instantes de vida del conejo, que avanza y desaparece propulsado en el túnel costillar
por cada vez más tenues estertores.
La
boa se da cuenta entonces de que asumió un paquete de graves responsabilidades,
y empieza la pelea digestiva, la verdadera lucha contra el conejo. Lo ataca desde
la periferia al centro, con abundantes secreciones de jugo gástrico, embalsamándolo
en capas sucesivas. Pelo, piel, tejidos y vísceras son cuidadosamente tratados y
disueltos en el acarreo del estómago. El esqueleto se somete por último a un proceso
de quebrantamiento y trituración, a base de contracciones y golpeteos laterales.
Después
de varias semanas, la boa victoriosa, que ha sobrevivido a una larga serie de intoxicaciones,
abandona los últimos recuerdos del conejo bajo la forma de pequeñas astillas de
hueso laboriosamente pulimentadas.
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