jueves, 22 de septiembre de 2022

Semana Santa

Víctor Roura

 

Cuando agarré el remo para empezar a deslizarnos por el lago de Chapultepec y sin querer le pegué en la nuca, supe que mi semana no iba a ser tan santa.

–¿Te descalabré? –le pregunté, acercándome a ella.

No contestó, pero la sangre comenzaba a fluir de manera violenta. Ya que aún estábamos cerca del embarcadero, la gente empezó a arremolinarse.

–El joven la quiso matar –dijo una señora, enfadada.

Un hombre, malencarado, nos gritó:

–¡Acérquense, déjenme ver a la paciente!

Era un doctor, seguramente.

Quise remar, pero no pude. Lo único que logré fue darle al bote cinco vueltas en el mismo círculo.

–¿No sabes remar? –preguntó ella, sollozando quedito.

Negué con la cabeza.

–Me hubieras dicho –dijo.

Al querer controlar el bote, le di a ella en el brazo con el otro remo.

–Perdón –exclamé, a punto de sacarme de quicio.

La gente se reía de mis torpes maniobras.

–¡Deje de hacer payasadas, la muchacha se desangra! –gritó, de nuevo, el tipo que seguramente era doctor.

Ella lloraba como para sí.

–¡Si quiere dar la vuelta a la izquierda, clave su remo de la izquierda en el agua y con suavidad gire el de la derecha haciendo ruedas diminutas! –gritó un mozuelo.

Clavé, entonces, mi remo izquierdo en el agua sucia pero no tocó fondo y se hundió, se me fue de las manos, perdí el control. Ella se llevó las dos manos a su rostro. Su llanto aumentaba. La sangre goteaba de su cabeza. El sol ardía. Poco a poco nos alejábamos del embarcadero. Empecé a sudar.

–No te desesperes, alguien vendrá a rescatarnos –le dije.

Me miró con odio.

–Más de una hora formados en la fila para alquilar un bote –dijo, de pronto, quebrada por el llanto.

Me dolió su tono de voz.

–Algo positivo saldrá –dije, apenas.

Y con redoblado ánimo le di con fuerza al remo para intentar conducir con tino el bote. Empero, sólo conseguí que nos empapáramos de manera infame.

–¡Mi vestido! –gritó ella, al sentir que el agua se le venía encima.

Yo aguanté con estoicismo la mojada.

Pasó un bote cerca de nosotros. Iba una pareja. El tipo remaba con sabiduría. Al ver que ella sollozaba inconteniblemente, el tipo me guiñó el ojo.

–¡La has vencido, macho! –dijo, al pasar.

Su acompañante, una niña casi, rio y se alejaron besándose de modo brutal.

Ella levantó la mirada. Me vio con desgano.

–Haz algo, por favor –dijo, vencida la voz.

Asentí.

Y de nuevo le di duro a la remada, inútilmente.

Cuando le pegué sin querer en su cintura, gritó desesperada:

–¡Auxilio!

Nervioso, solté el remo. Intenté ir a su lado.

–¡Ni te me acerques! –sentenció.

–Pero…

–Un golpe más y te juro que no sé qué hago…

Y se puso a llorar con una fuerza inusitada. Otro bote pasó a nuestro lado; un señor, al verla llorosa, mojadísima, sangrante, me dijo, movido quizás por su morbo:

–¿Están filmando una nueva telenovela?

Dije que sí. Y siguió su camino, feliz, buscando a los lados las cámaras escondidas.

El sol caía con vigor.

–¿De veras no vas a hacer nada? –preguntó ella.

¡Qué podía hacer, Dios mío!

–Me hubiera ido con mis amigos a Pahuatlán –dijo, retadora.

Alcé los hombros.

–Alguien me advirtió que no saliera nunca contigo –dijo, envalentonada.

“Ese alguien no me conoce bien”, pensé.

–Soy capaz de ganar la orilla a nado –dijo.

Al ver mi gesto de fastidio, se puso de pie y se tiró, de un fino clavado, al agua. Se fue nadando hasta el embarcadero. Ahí fue socorrida prontamente por algunas personas. Vi cómo una señora le daba una toalla y vi también cómo se la llevaron quién sabe hacia qué sitios.

Yo me estuve ahí todavía como una hora más, sin hacer nada, quemándome en el sol, hasta que fui rescatado por unos jóvenes punks quienes, con gentileza, me llevaron hasta el embarcadero, donde pagué el tiempo extra del bote que se había quedado, solo, en medio del sucio lago.

–Hubiera nadado, joven, como su novia –dijo, con sarcasmo, un señor formado en la interminable cola.

“Si supiera”, pensé.

Ella podría darme unas clasecitas de natación, por cierto.

 

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