Jorge Luis Borges
Abel
y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y
se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron
en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la
gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún
no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente
de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca
y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel
contestó:
–¿Tú
me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.
–Ahora
sé que en verdad me has perdonado –dijo Caín–, porque olvidar es perdonar. Yo trataré
también de olvidar.
Abel
dijo despacio:
–Así
es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
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