Aura García-Junco
Iba corriendo
con las manos llenas de letras; el cuerpo empapado de mil historias. El aliento
era cada vez más veloz y desesperado y en el paso pesado tiraba palabras
escurridizas. Cada vez más el camino que andaba se oscurecía de monosílabos,
consonantes sordas, palabras surgidas del azar. Para cuando llegó, las manos
estaban casi vacías y su cuerpo impregnado de sudor. Las suaves historias
palpitaban en su pecho, revueltas entre sí de tantas y de agitación.
No llores, le dijo. Pon las pocas letras que quedan en la mesa, ya las
cenaremos en un rato.
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