Juan Ramón Jiménez
Abrió
los ojos. (Había estado tirado en su butaca toda la mañana fea, durmiendo su largo,
desesperado hastío.)
Las
cuatro paredes de su cuarto estaban oscuras de tanto deslumbre. Una ventanita cuadrada
cortaba el cuadro resplandeciente. Un cielo azul limpio, casas radiantes de sol
y sombra, una plaza llena de gentes gritando y corriendo.
“Esa
es la vida, sal”, le dijeron seres oscuros por dentro de su sangre.
Y
se tiró por la ventana.
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