Carlos Drummond de Andrade
Es democrática doña
Amarilis, maestra de una escuela pública situada en una calle que no voy a
nombrar; también el nombre de doña Amarilis es inventado, pero el hecho
aconteció.
La
maestra se dirigió a los alumnos, al comienzo de la clase, y dijo:
–Hoy
quiero que ustedes resuelvan algo muy importante. ¿Puede ser?
–¡Sí!
–respondió la chiquilinada en coro.
–Muy
bien. Será una especie de plebiscito. La palabra es complicada, pero la cosa es
simple. Cada uno da su opinión, sumamos y la mayoría decide. Cuando den su
opinión no hablen todos a la vez, porque así va a ser muy difícil que yo sepa
lo que cada uno piensa. ¿Está bien?
–¡Muy
bien! –respondió el coro, interesadísimo.
–Excelente.
Entonces, vamos al grano. Ha surgido un movimiento para que las maestras puedan
usar pantalones en las escuelas. El gobierno ya dijo que lo permite, la
directora también, pero yo, personalmente, no quiero decidir por mí misma. En
el aula todo debe hacerse de acuerdo con los alumnos, para que todos queden
satisfechos y nadie pueda decir que no le gusta. Así no hay problemas. Bien,
voy a empezar por Renato Carlos. Renato Carlos: ¿crees que tu maestra debe o no
usar pantalón en la escuela?
–Creo
que no debe –respondió bajando los ojos.
–¿Por
qué?
–Porque
es mejor no usar pantalones.
–¿Y
por qué es mejor?
–Porque
la minifalda es mucho más linda.
–¡Perfecto!
Un voto en contra. Marilena, por favor, anota en tu cuaderno los votos en
contra. Y tú, Leonardo, anota los votos a favor, si los hay. Ahora va a
responder Inesita.
–Claro
que debe, señorita. Usted usa pantalones fuera de la escuela. ¿Por qué no los
va a usar aquí dentro?
–Pero
aquí es otro lugar.
–Es
lo mismo. El otro día la vi en la calle con uno rojo que estaba bárbaro.
–Uno
a favor. ¿Y tú, Aparecida?
–¿Puedo
ser sincera, señorita?
–No
puedes, tienes que ser sincera.
–Yo,
si fuese usted, no usaría pantalones.
–¿Por
qué?
–Y…
por las caderas, ¿sabe? Como las tiene medio anchas…
–Muchas
gracias, Aparecida. ¿Anotaste, Marilena? Ahora tú, Edmundo.
–Yo
creo que Aparecida no tiene razón, señorita. Usted debe quedar fenómeno de
pantalones. Sus caderas son muy lindas.
–No
estamos votando a favor o en contra de mis caderas sino de los pantalones.
¿Estás a favor o en contra?
–A
favor, ciento por ciento.
–¿Y
tú, Peter?
–A
mí me da lo mismo.
–¿No
tienes preferencia?
–No
sé. En cosas de mujeres yo no me meto, señorita.
–Una
abstención. Mónica, tú quedas encargada de tomar nota de los votos como el de
Peter: ni a favor ni en contra.
Y
seguían votando como si estuviesen eligiendo al presidente de la República,
tarea que tal vez ¿quién sabe? sean llamados a desempeñar en el futuro. Votaban
con la mayor seriedad. Le tocó el turno a Rinalda.
–¡Ah!
Cada uno en la suya.
–¿Cómo
en la suya?
–Yo
en la mía, usted en la suya, cada uno en la propia. ¿Estamos?
–Explicáte
mejor.
–La
cosa es así: si usted quiere venir con pantalones, viene. Yo quiero venir de
midi, de maxi, de pantalón corto, vengo. El uniforme es una estupidez.
–Fuiste
más allá de la pregunta, Rinalda. ¿Entonces estás a favor?
–Evidente.
Cada cual se copa como quiere.
–¡Mil!
–exclamó Jorgito–. El uniforme está superado, señorita. Usted viene de
pantalones y nosotros aparecemos como se nos dé la gana.
–¡Ah,
no! –refutó Gilberto–. Ahí se arma un lío. En mi casa nadie anda en pijama o
con la camisa abierta en el sala. Hay que respetar el uniforme.
Que
hay que respetar, que no hay que respetar, la discusión subía de tono. Doña
Amarilis pedía orden, orden, así no se puede, pero los grupos asumían
posiciones extremas, hablaban todos al mismo tiempo, nadie conseguía hacerse
oír, por lo cual, con cuatro votos a favor de los pantalones, dos en contra y
una abstención, y antes de que se decretara por mayoría absoluta la abolición
del uniforme escolar, la maestra consideró prudente dar por terminado el
plebiscito y pasó a la lección de historia de Brasil.
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