Juan José Saer
El conferenciante
entró jovial. Era en uno de los salones de la Real Academia de Ciencias de Bruselas
y, si mis recuerdos no me engañan, iba a tratar el problema de los métodos de verificación
de una suma: el conferenciante descartaba a priori la verificación estadística
(por x número de personas) y la convicción subjetiva y de buena fe sobre el resultado.
Pero tal vez se trataba más bien de lo contrario. Se sentó, desplegó sobre la mesa
las hojas de una carpeta y, antes de comenzar a desarrollar su tema, contempló durante
unos segundos la jarra transparente, sonrió como para sí mismo, y dijo:
Yo
acostumbro a dormir la siesta antes de dictar una conferencia, para tranquilizarme,
porque la obligación de hablar en público me pone siempre muy nervioso. Así que
hace una hora tuve un sueño. Tres personas diferentes fotografiaban rinocerontes.
Eran tres imágenes sucesivas, pero el método que empleaban para sacar la fotografía
era el mismo: se internaban en el río hasta la cintura y fotografiaban de esa manera
al rinoceronte, que se encontraba a unos metros de distancia, en el agua. Se trataba
de rinocerontes, no de hipopótamos. El último de los fotógrafos era un poeta amigo
mío (al que no conozco personalmente). Era mi amigo en el sueño. Este poeta, de
fama universal, me explicaba en detalle el procedimiento que se emplea habitualmente
para fotografiar rinocerontes. Y, en nombre de nuestra vieja amistad, me regalaba
la fotografía que acababa de sacar.
El
conferenciante hizo silencio y recogió de entre sus papeles un rectángulo coloreado.
Después, antes de comenzar la disertación propiamente dicha, concluyó su relato:
Tal vez ustedes crean que este sueño que acabo de contarles es pura invención. Y
bien, estimados oyentes, se equivocan. Aquí tengo la prueba, dijo, y alzó la mano
mostrando al público la fotografía en colores de un rinoceronte en un río africano,
todavía húmeda, a causa sin duda de la proximidad del agua o del reciente revelado.
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