jueves, 24 de febrero de 2022

Los revolucionarios

Rolando Hinojosa

 

Se acaban los revolucionarios. En el condado de Belken, en el Valle, quedan pocos; unos libres y otros, con menos fortuna, prisioneros en esas rest homes de las que nadie se salva. Esos, los de las rest homes, en efecto, ya no son revolucionarios; son cartuchos quemados, parque mojado que no rinde chispa. Son como las balas Máuser en los rifles Springfield: inservibles. Ese es el caso.

Los otros, los libres, se están acabando también, salvo que ellos saben todavía muy bien quiénes son y qué fueron. Como están libres, se juntan de noche a madrugada en la banca de la esquina y platican de esto y aquello cada vez puliendo, mejorando sus historias mientras que la memoria (esa novia infiel) les echa zancadilla de vez en cuando. Sin embargo, son incansables; vuelven a la carga tal y como lo hicieron en las filas de Villa, de Lucio Blanco y de los hermanos Arrieta en San Pedro de las Colonias, Culiacán, Celaya…

Estos viejitos, como don Braulio Tapia, Evaristo Garrido y don Manuel Guzmán, nacieron en los Estados Unidos pero guerrearon en la Revolución igual que tantos otros de la misma camada y calaña, como se dice. Los padres de esta gente también nacieron en este país así como los abuelos (aquí se habla ya de 1765 y antes). Como la tierra era igual para los méxico-americanos dada la proximidad a las fronteras y el bolón de parientes en ambos lados que nunca distinguieron entre tierra y río, que el atravesar la una y cruzar el otro lo mismo era, fue, y (aunque los de la inmigración –la migra– no lo crean) sigue siendo igual para muchos méxico-americanos; la raza, pues, hacía lo que le daba la gana con su vida.

Los padres y tíos que criaron a estos revolucionarios también guerrearon y fueron revolucionarios (los sediciosos como se les llamaba), sólo que lo fueron acá, en su propio país, en lo que se viene llamando Estados Unidos de América.

Esto de ser revolucionario le puede tocar a cualquiera pero, como en todas las cosas, son pocos los escogidos. Son algo así como el ganado ajeno que va y viene, cambia de marca y dueño pero, al fin, lo de siempre: vienen el tiempo y la jodencia, y apaga la luz que ya nos vamos.

 

I

Braulio Tapia, natural de El Esquilmo (ahora, Skidmore), Texas, nació en agosto de 1883; a Braulio lo criaron Juan Nepomuceno Celaya y una tía materna, Barbarita Farías de Celaya, ambos de Goliad, Texas, donde el que sustituyó al general Urrea hizo pasar por las armas al coronel Fannin y a otros insurgentes durante la rebelión de Texas en 1835-36.

Braulio apareció en lo que es ahora Belken County en 1908 y se casó dos años después con Sóstenes Calvillo, hija única de don Práxedis Calvillo y Albinita Buenrostro. De este matrimonio nació Matilde; ésta se casó con don Jehú Vilches y tuvieron una hija, María Teresa de Jesús, que se casó con Roque Malacara. Al llegar a esta última generación, las tierras y propiedades que la raza sostenía en la región ya pertenecían, en muy gran parte, a los bolillos; la raza que llegó a quedarse con tierra se podía dividir casi en dos partes: en primer lugar, los más viejos que se formaron en contra de los bolillos en trámites de sí-y-no (aunque también corrió la sangre); y en segundo lugar, los otros, los ansiosos, o sea, la raza que se granjeó con la bolillada para comerse las sobras en forma de tierra que les dejaban los montoneros, los políticos y los abogados.

Cuando Braulio Tapia habla con sus amigos, habla más de lo que hizo su padre de crianza, don Juan Ene, que lo que él, Braulio, le tocó hacer en la Revolución. Es rara la vez que se queje pero cuando lo hace es por las piernas donde lleva dos o tres balas (no se acuerda ya del número exacto) que por poco lo aplastan durante el sitio de San Pedro de las Colonias. Cuando le da la gana se pone a cantar aquello de:

 

San Pedro de las Colonias;
Qué lejos te vas quedando
¡quedando!

 

Un pariente de Braulio, aunque difícil de descifrar la parentela, es Evaristo Garrido.

 

II

Evaristo nunca se casó pero dejó sucesión: dos hijos por Andreíta Cano (de Ruffing), el Pascual que se murió en la tifoidea del ’16, y Andrés que salió tonto. También, una muchachita de Petrita San Miguel: la Natalia que se casó con Sotero Garza Parás, originario de Cadereyta Jiménez, Nuevo León.

Los Vilches, los Garrido y los Malacara viejos se aliaron para sostener las tierras contra los rinches, primero en el rancho Toluca de los Vilches, cerca de Relámpago, y luego, durante toda una semana santa, en el rancho del Carmen, en las tierras de don Jesús Malacara, El quieto. Después de estos dos encontronazos los rinches se dejaron de estar molestando.

En otras ocasiones y en otros lugares, la raza perdió tierra y gente, legalmente y a traición. A los muertos, ni se diga, les importa poco el cómo y el dónde.

Cuando el tiroteo en Toluca, varios parientes del otro lado cruzaron el río para ayudar a la raza aunque no compartieron en el combate. Cruzaron porque unos que dizque voluntarios de la caballería americana habían acampado cerca del terreno de los Vilches y Malacara; como los parientes no eran dejados, se quedaron a ver qué hacían los soldados mientras los rinches y la gente de Toluca estaban en lo suyo.

Así se quedó la cosa hasta que la soldadesca se volvió a Fort Jones, en Jonesville-on-the-River. Los parientes los siguieron a la distancia por el lado mexicano.

Evaristo estuvo en Culiacán y en Matamoros con Lucio Blanco. Durante el bombardeo de Matamoros, Evaristo fue a visitar a unos parientes en la Yesca que está al otro lado de Relámpago, Texas: allí conoció a la Petrita San Miguel. En Culiacán, tiempo atrás, no le había ido tan bien: dejó la mano derecha, con todos los dedos, en el estado de Sinaloa; granada de mano que reventó antes de tiempo.

 

III

Don Manuel Guzmán llegó a conocer a Villa y a Obregón, en persona. Empezó vendiéndole caballos al primero y acabó enrolándose en las filas del segundo como zapador. Dejó a Villa después de las refriegas en Celaya; volvió primero a Flora y, al poco tiempo, se mudó a Klail City. Allí se estuvo varios meses: se casó, compró terreno y volvió a la carga formando parte del ejército constitucional en el distrito militar de Papantla, Veracruz. De ahí su larga amistad con don Víctor Peláez.

Don Manuel se casó con doña Josefa Carrión, huérfana de Julián Carrión y María del Pilar Sifuentes, ambos muertos en un ataque por unos apaches bandoleros en Seago Point, Texas. Doña Josefa fue una mujer fuerte. Amó a su esposo, nunca le dio guerra, no le molestó con el-qué-dirán y le crio cinco hijos: dos de ellos y tres que aparecieron en su casa un sábado de gloria. No se sabe por qué escogieron esa casa de tantas de la vecindad pero se les crio como hijos y, de suerte, todos salieron bien.

El hombre conoció a Obregón y parece que le cayó bien al sonorense porque se le nombró oficial primero de carceleros en Lecumberri. Las cosas iban bien y cuando estaba pensando en traerse a la familia para México, León Toral asesina a Obregón en La Bombilla y don Manuel abandona la idea de quedarse en la capital. Vuelve a Klail por un rato y se da cuenta que ha perdido el terreno que había comprado. Doña Josefa, a pesar de su fuerza, no le llegaba a la punta de los pies al papelaje que le encajaron los land developers.

Don Manuel no rajó. Se hizo domador de caballos en que los Tuero. (Allí, precisamente, le dio en la madre a Javier Leguizamón, padre, que en ese tiempo le hacía de correveidile a los Cooke, a los Blanchard y a los Klail.) Más tarde don Manuel tuvo una lechería y tres sastrerías, dos en Flora, otra en Ruffing. Con el dinero que hizo ayudó a muchos amigos revolucionarios más necesitados que él. Andando el tiempo, don Domingo Villalobos hizo que a don Manuel lo nombraran policía en Klail City, en el barrio mexicano. Así todos salieron bien: los bolillos porque no tenían que molestarse con la raza, y la raza misma que, en don Manuel, hallaron a todo un hombre.

Leía y escribía lo que se dice bien; el inglés lo chapuceaba pero siendo hombre discreto no se metía mucho en ese idioma. Las vidas de don Manuel fueron en español.

Ahora ya le fallan los ojos pero el ánimo no y mientras haya amigos…

 

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