Carlos Drummond de Andrade
La casa suntuosa en
Leblon está guardada por un mastín de terrible semblante, que duerme con los
ojos abiertos; o quizás no duerma, de tan vigilante que es. Por eso, la familia
vive tranquila, y nunca hubo noticia de asalto a una residencia tan bien
protegida.
Hasta
la semana pasada. La noche del jueves, un hombre logró abrir el pesado portal
de hierro y penetrar en el jardín. Iba a hacer lo mismo con la puerta de la
casa, cuando el perro, que astutamente lo había dejado acercarse (para
arrancarle toda la ilusión conquistada), se lanza hacia él y lo acomete en la
pierna izquierda. El ladrón quiso sacar el revólver, pero no hubo ni tiempo
para ello. Cayendo al suelo, bajo las patas del enemigo, le suplicó con los
ojos que lo dejase vivir y con la boca prometió que jamás intentaría asaltar
aquella casa. Habló por lo bajo para no despertar a los residentes, temiendo
que la situación pudiera agravarse.
El
animal pareció entender la súplica del ladrón y lo dejó salir en un estado
lamentable. En el jardín quedó un trozo de pantalón. Al día siguiente, la
criada no comprendió por qué razón una voz, al teléfono, diciendo que era de
Salud Pública, preguntaba si el perro estaba vacunado. En ese momento, el
perro, que estaba al lado de la doméstica, agitó la cola, afirmativamente.
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