Ana Lydia Vega
La vida te da sorpresas,
sorpresas te da la vida...
Rubén Blades
En la De Diego fiebra la fiesta patronal
de nalgas. Rotundas en sus pantis súper-look, imponentes en perfil de falda
tubo, insurgentes bajo el fascismo de la faja, abismales, olímpicas, nucleares,
surcan las aceras riopedrenses como invencibles aeronaves nacionales.
Entre el culipandeo,
más intenso que un arrebato colombiano, más perseverante que Somoza, el Tipo rastrea
a la Tipa. Fiel como una procesión de Semana Santa con su rosario de qué buena estás,
mamichulin, qué bien te ves, qué ricos te quedan esos pantaloncitos, qué chula está
esa hembrota, men, qué canto e silán, tanta carne y yo comiendo hueso…
La verdad es que la
Tipa está buena. Se le transparenta el brassiere. Se le marca el Triángulo
de las Bermudas a cada temblequeo de taco fino. Pero la verdad es también que el
Tipo transaría hasta por un palo de mapo disfrazado de pelotero.
Adióssss preciossssa,
se desinfla el Tipo en sensuales sibilancias, arrimando peligrosamente el hocico
a los technicolores rizos de la perseguida. La cual acelera automática y, con un
remeneo de nalgas en high, pone momentáneamente a salvo su virtud.
Pero el salsero solitario
vuelve al pernil, soneando sin tregua: qué chasís, negra, qué masetera estás, qué
materia prima, qué tronco e jeva, qué zocos, mama, quién fuera lluvia pa caelte
encima.
Dos días bíblicos dura
el asedio. Dos días de cabecidura persecución y encocorante cantaleta. Dos luengos
días de qué chulería, trigueña, si te mango te hago leña, qué bestia esa hembra,
sea mi vida, por ti soy capaz hasta de trabajal, pa quién te estarás guardando en
nevera, abusadora.
Al tercer día, frente
por frente a Almacenes Pitusa y al toque de sofrito de mediodía, la víctima coge
impulso, gira espectacular sobre sus precarios tacones y: encestaaaaaaaaaaa:
–¿Vamos?
El jinete, desmontado
por su montura da una vuelta de carnero emocional. Pero, dispuesto a todo por salvar
la virilidad patria, cae de pie al instante y dispara, traicionado por la gramática:
–Mande.
La Tipa encabeza ahora
solemnemente la parada. En el parking de la Plaza del Mercado janguea un
Ford Torino rojo metálico del ‘69. Se montan. Arrancan. La radio aúlla un bolero
senil. La Tipa guía con una mano en el volante y otra en la ventana, con un airecito
de no querer la cosa. El Tipo se pone a desear violentamente un apartamento de soltero
con vista al mar, especie de discoteca-matadero donde procesar ese material prime
que le llueve a uno como cupón gratuito de la vida. Pero el desempleo no ceba sueños
y el Tipo se flagela por dentro con que si lo llego a saber a tiempo le allano el
cuarto a Papo Quisqueya, pana de Ultramona, bródel de billar, cuate de jumas y jevas,
perico de altas notas. Dita sea, concluye fatal. Y esgrimiendo su rictus más telenovel,
trata de soltar con naturalidad:
–Coge pa Piñones.
Pero agarrando la carretera
de Caguas como si fuera un dorado muslo de Kentucky-fried chicken, la Tipa
se apunta otro canasto tácito.
La entrada al motel
yace oculta en la maleza. Ambiente de guerrilla. El Torino se desliza vaselinoso
por el caminito estrecho. El empleado saluda de lejitos, mira coolmente hacia adelante
cual engringolado equino. El carro se amocola en el garage. Baja la Tipa.
El Tipo trata de abrir la puerta del carro sin levantar el seguro, hercúlea empresa.
Por fin aterriza en nombre del Homo sapiens.
La llave está clavada
en la cerradura. Entran. Ella enciende la luz. Neón inmisericorde, delator de barros
y espinillas. El Tipo se trinca de golpe ante la mano negra y abierta del empleado
protuberando ventanilla adentro. Se acuerda del vacío interplanetario de su billetera.
Minuto secular y agónico al cabo del cual la Tipa deposita cinco pesos en la mano
negra que se cierra como ostra ofendida y desaparece, volviendo a reaparecer de
inmediato. Voz roncona tipo Godfather:
–Son siete. Faltan dos.
La Tipa suspira, rebusca
en la cartera, saca lipstick, compacto, cepillo, máscara, kleenex,
base, sombra, bolígrafo, perfume, panti bikini de encaje negro, Tampax, desodorante,
cepillo de dientes, fotonovela y dos pesos que echa como par de huesos a la mano
insaciable. El Tipo siente la obligación histórico-social de comentar:
–La calle ta dura, ¿ah?
Desde el baño llega
la catarata de la pluma abierta. El cuarto tiene cara de clóset. Pero espejos por
todas partes. Cama de media plaza. Sábanas limpias aunque sufridas. Cero almohada.
Bombilla roja sobre cabecera. El Tipo como que se friquea pensando en la cantidad
de gente que habrá sonrojado esa bombilla chillona, toda la bellaquería nacional
que habrá desembocado allí, los cuadrazos que se habrá gufeado ese espejo, todos
los brincoteos que habrá aguantado esa cama. El Tipo parquea el cráneo en la Plaza
de la Convalecencia, bien nombrada por las huestes de enfermitos que allí hallan
su cura cotidiana, oh, Plaza de la Convalecencia donde el espaceo de los panas se
hace rito tribal. Ahora le toca a él y lo que va a espepitar no es campaña electoral.
Se cuadra frente al grupo, pasea, va y viene, sube y baja en su montura épica: La
Tipa estaba más dura que el corazón de un mafioso, mano. Yo no hice más que mirarla
y se me volvió merengue allí mismo. Me la llevé pa un motel, men, ahora le tumban
a uno siete cocos por un polvillo.
La Tipa sale del baño.
Con un guille de diosa bastante merecido. Esnuíta. Tremenda india. La Chacón era
chumba, bródel.
–¿Y tú no te piensas
quitar la ropa? –truena Guabancex desde las alturas precolombinas del Yunque.
El Tipo pone manos a
la obra. Cae la camiseta. Cae la correa. Cae el pantalón. La Tipa se recuesta para
ligarte mejor. Cae por fin el calzoncillo con el peso metálico de un cinturón de
castidad. Teledirigido desde la cama, un proyectil clausura el strip-tease.
El Tipo lo cachea en
el aire. Es –oh, pudor– un condescendiente condón. Y de los indesechables.
En el baño saturado
de King Pine, el macho cabrío se faja con la naturaleza. Quiere entrar en
todo su esplendor bélico. Cerebros retroactivos no ayudan. Peles a través de puerta
entreabierta: nada. Pantis negros de maestra de estudios sociales: nada. Gringa
soleándose tetas Family Size en azotea: nada. Pareja sobándose de A a Z en
la última fila del cine Paradise: nada. Estampida de mujeres rozadas en calles,
deseadas, desfloradas a cráneo limpio; repaso de revistas Luz, Pimienta
embotelladas; incomparables páginas del medio de Playboy, rewind,
replay; viejas frases de guerra caliente: crucifícame, negrito, destrúyeme,
papi, hazme papilla, papote. Pero: nada. No hay brujo que levante ese muerto.
La Tipa llama. Clark
Kent busca en vano la salida de emergencia. Su traje de Supermán está en el laundry.
En una humareda de Marlboro,
la Tipa reza sus últimas oraciones. La suerte está como quien dice echada y ella
embollada en el despojo sin igual de la vida. Desde la boda de Héctor con aquella
blanquita comemierda del Condado, el himen pesa como un crimen. Siete años a la
merced de un dentista mamito. Siete años de rellenar caries y raspar sarro. Siete
años de contemplar gargantas espatarradas, de respirar alientos de pozo séptico
a cambio de una guiñada, un piropo mongo, un roce de mariposa, una esperanza yerta.
Pero hoy estalla el convento. Hoy cogen el vuelo de tomateros los votos de castidad.
La Tipa cambia el canal y sintoniza al Tipo que el destino le ha vendido en baratillo:
tapón, regordete, afro de peineta erecta, T-shirt rojo pava y mahones ultimátum.
La verdad es que años luz de sus más platinados sueños de asistente dental. Pero
la verdad es también que el momento histórico está ahí, tumbándole la puerta como
un marido borracho, que se le está haciendo tarde y ya la guagua pasó, que entre
Vietnam y la emigración queda el racionamiento, que la estadidad es para los pobres,
que si no yoguea engorda y que después de todo el arma importa menos que la detonación.
Así es que: todo está científicamente programado. Hasta el transistor que ahogará
sus gritos vestales. Y tras un debut en sociedad sin lentejuelas ni canutillos,
el velo impenetrable del anonimato habrá de tragarse por siempre el portátil parejo
de emergencia.
De pronto, óyese un
grito desgarrador. La Tipa embala hacia el baño. El Tipo cabalga de medio ganchete
sobre el bidet, más jincho que un gringo en febrero. Al verla cae al suelo, epilépticamente
contorsionado y gimiendo como ánima en pena. Pataleos, contracciones, etcétera.
Pugilato progresivo de la Tipa ante la posibilidad cada vez más posible de haberse
enredado con un tecato, con drogo irredento. Cuando los gemidos se vuelven casi
estertores, la Tipa pregunta prudentemente si debe llamar al empleado. Como por
arte de magia cesan las lamentaciones. El Tipo se endereza, arrullándose materno
los chichos adoloridos.
–Estoy malo del estómago
–dice con mirada de perrito sarnoso a encargado de la perrera.
Soneo I
Primeros auxilios. Respiración de boca
a boca. Acariciando la pancita en crisis, la Tipa rompe con un rapeo florecido de
materialismo histórico y de sociedad sin clases. Fricción vigorosa de dictadura
del proletariado. Recital aleluya del Programa del Partido. El Tipo experimenta
el fortalecimiento gradual, a corta, mediana y larga escala, de su conciencia lirona.
Se unionan. Emocionados entonan al unísono la Internacional mientras sus infraestructuras
se conmocionan. La naturaleza acude al llamado de las masas movilizadas y el acto
queda dialécticamente consumado.
Soneo II
La Tipa confronta heavyduty al
Tipo. Lo sienta en la cama, se cruza de piernas a su lado y, con impresionante fluidez
y meridiana claridad, machetea la opresión milenaria, la plancha perpetua y la cocina
forzada, compañero. Distraída por su propia elocuencia, usa el brassiere
de cenicero al reclamar enfática la igualdad genital. Bajo el foco implacable de
la razón, el Tipo confiesa, se arrepiente, hace firme propósito de enmienda e implora
fervientemente la comunión. Emocionados, juntan cabezas y se funden en un largo
beso igualitario, introduciendo exactamente la misma cantidad de lengua en las respectivas
cavidades bucales. La naturaleza acude al llamado unisex, y el acto queda equitativamente
consumado.
Soneo III
La Tipa se viste. Le lanza la ropa al
Tipo, aún atrincherado en el baño. Se largan del motel sin cruzar palabra. Cuando
el Torino rojo metálico del ‘69 se detiene en la De Diego para soltar su carga,
sigue prendida la fiesta patronal con su machina de cabalgables nalgas. Con la intensidad
de un arrebato colombiano y la perseverancia somociana, con la desfachatez del Sha,
el Tipo reincide vilmente. Y se reintegra a su rastreo cachondo, al rosario de la
interminable aurora de qué meneo lleva esa mulata, oye baby, qué tú comes
pa estal tan saludable, ave maría, qué clase e lomillo, lo que hace el arroz con
habichuelas, qué troj de calne, mami, si te cojo...
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