Lawrence Durrell
Todos mis ancestros
terminaron mal de la cabeza. También mi padre, que además fue un gran
mujeriego. Ya viejo mandó a fabricar en caucho a la mujer perfecta, tamaño natural,
que se podía llenar con agua caliente en las noches de invierno. La llamó
Sabina, en honor a su madre.
Él
era un apasionado de los trasatlánticos y durante dos años vivió en uno,
viajando ida y vuelta a Nueva York, con Sabina y su mayordomo Kelly. Todos los
días fueron vistos entrar al comedor, con la elegante Sabina en el centro, como
una hermosa borracha. La noche en que murió le dijo a Kelly: “Envía un
telegrama a Demetrius y dile que Sabina murió en mis brazos y sin dolor”.
Fueron enterrados juntos en las afueras de Nápoles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario