Graham Greene
Una vez estaba tendido
en la cama del dormitorio, llorando bajo las sábanas porque era la primera
semana del trimestre y todavía faltaban doce infinitas semanas para las
vacaciones. Y yo tenía miedo de… de todo. Era invierno y de pronto vi que la
ventana de mi cuarto se empañaba con un vapor caliente. Limpié el vapor con la
mano y miré hacia abajo. Allí estaba el dragón, echado en la calle húmeda y
negra, parecía un cocodrilo en un arroyo. Antes nunca había abandonado el ejido
porque todos estaban en contra de él… Como también creía que estaban contra mí.
Hasta la policía guardaba rifles en un armario para matarlo si se acercaba a la
ciudad. Pero allí estaba, tendido e inmóvil, respirándome cálidas nubes de
aliento. Se había enterado de que las clases habían vuelto a empezar y sabía
que yo era desdichado y estaba solo.
Quizá
tú no necesites la ayuda de un dragón, pero yo la necesitaba. Todo el mundo
detestaba a mi dragón y querían matarlo. Temían al humo y a las llamas que
salían de su boca cuando estaba enfadado. Por las noches yo solía escabullirme
de mi dormitorio y llevarle latas de sardinas de mi caja de provisiones. Él las
cocinaba dentro de la lata, con su aliento. Le gustaban calientes.
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