jueves, 27 de octubre de 2022

Benibaire

Fernán Caballero

 

Había una vez tres cabritas muy pobrecitas, y la mayor dijo:

–¿Qué haremos?

La segunda contestó:

–No lo sé.

Y la tercera dijo:

–Yo sí que lo sé. Vamos a casa de Benibaire, y hurtaremos tres cantaritos de aceite.

–Bien lo has pensado –contestaron las otras–. Vamos allá.

Después de andar una legua, sintieron una voz que decía:

–Be, be.

Vieron un gran carnero; se asustaron y echaron a huir.

Huir, huir.

Que nos va a embestir.

Pero el carnero les gritó:

–No os asustéis. ¿Adónde vais?

Ellas le contestaron:

–A casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

–¿Queréis que vaya? –dijo el carnero.

Le respondieron:

–Ven.

Anduvieron otra legua, y oyeron una voz que dijo:

–Miau, miau.

Y vieron un gato negro muy grande; se asustaron y echaron a huir, diciendo:

Huir, huir.

Que nos va a arañar.

Pero el gato les gritó:

–No os asustéis; no os arañaré. ¿Adónde vais?

–A casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

–¿Queréis que vaya?

–Ven.

Anduvieron otra legua, y oyeron una voz que gritaba:

–Kikirikí…

Y vieron a un gallo muy fiero; se asustaron y echaron a correr, diciendo:

Huir, huir.

Que nos picará.

Díjoles el gallo:

–No os asustéis; no os picaré. ¿Dónde vais?

–En casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

–¿Queréis que vaya?

–Ven.

Anduvieron otra legua, y se encontraron un montón de estiércol; se asustaron y echaron a huir, diciendo:

Huir, huir.

Que nos ensuciará.

Dijo el estiércol:

–No tengáis miedo; no os ensuciaré. ¿Adónde vais?

–En casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

–¿Queréis que vaya?

–Ven.

Anduvieron otra legua, y se encontraron una aguja capotera; se asustaron, y dijeron:

Huir, huir.

Que nos pinchará.

Dijo la aguja:

–No tengáis miedo, que no os pincharé. ¿Dónde vais?

–A casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

–¿Queréis que vaya?

–Ven.

Anduvieron otra legua, y llegaron a casa de Benibaire, y como era de noche, estaba la puerta cerrada.

–¿Cómo entraremos? –dijeron las cabritas.

A lo que contestó el gallo:

–Yo, gallo galloso, volaré, y volaré al tejado, y me entraré por la chimenea.

Y así lo hizo, y les abrió la puerta.

Entraron en la casa, y dijeron:

–¿Dónde nos esconderemos?

El gallo dijo:

–Yo ya tengo puesto; me iré al humero.

El gato se escondió en la ceniza; el estiércol en las pajuelas; la aguja se metió en la toalla, y el carnero se metió detrás de la puerta. Entonces se fueron las cabritas a las tinajas a sacar el aceite.

Estando sacándolo se les cayó el embudo, y se despertó Benibaire, que dijo:

–¡Ay, Señor! ¡Ladrones han entrado en mi casa!

Se levantó y fue al humero, y miró por el cañón de la chimenea a ver si era de día. Estando mirando le cayó en los ojos una porquería que el gallo le echó, y se quedó ciego; fue a tientas a buscar las pajuelas para encender, y como el estiércol estaba entre ellas, se ensució todas las manos.

–¡Ay, Señor! –dijo–. ¡Qué manos tengo tan sucias!

Y fue a buscar la toalla para limpiarse, y como estaba clavada en ella la aguja capotera, se la clavó; fue a encender luz en el ojo del gato, y este se abalanzó y le arañó todo; fue huyendo para salir a la calle, y cuando llegó a la puerta salió el carnero y le dio una topada por detrás que le echó a rodar; se fue al molino huyendo, se cayó en el río y se ahogó, y las cabritas se quedaron hechas amas de la casa, y lo pasaron muy bien, y yo fui y vine y no me dieron nada, sino unos zapatitos de cobre, otros de cristal, otros de azúcar y otros de cordobán; estos me los puse, los de cristal se me rompieron, los de azúcar me los comí, y los de cobre son para ti.

 

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