Hans Christian Andersen
–Sí, es una canción para
las niñas muy pequeñas –aseguró tía Malle–. Yo, con la mejor voluntad del mundo,
no puedo seguir este “¡Baila, baila, muñequita mía!” –Pero la pequeña Amalia si
la seguía; sólo tenía 3 años, jugaba con muñecas y las educaba para que fuesen tan
listas como tía Malle.
Venía
a la casa un estudiante que daba lecciones a los hermanos y hablaba mucho con Amalita
y sus muñecas, pero de una manera muy distinta a todos los demás. La pequeña lo
encontraba muy divertido, y, sin embargo, tía Malle opinaba que no sabía tratar
con niños; sus cabecitas no sacarían nada en limpio de sus discursos. Pero Amalita
sí sacaba, tanto, que se aprendió toda la canción de memoria y la cantaba a sus
tres muñecas, dos de las cuales eran nuevas, una de ellas una señorita, la otra
un caballero, mientras la tercera era vieja y se llamaba Lise. También ella oyó
la canción y participó en ella.
¡Baila, baila, muñequita,
qué fina es la señorita!
Y también el caballero
con sus guantes y sombrero,
calzón blanco y frac planchado
y muy brillante calzado.
Son bien finos, a fe mía.
Baila, muñequita mía.
Ahí está Lisa, que es muy vieja,
aunque ahora no semeja,
con la cera que le han dado,
que sea del año pasado.
Como nueva está y entera.
Baila con tu compañera,
serán tres para bailar.
¡Bien nos vamos a alegrar!
Baila, baila, muñequita,
pie hacia fuera, tan bonita.
Da el primer paso, garbosa,
siempre esbelta y tan graciosa.
Gira y salta sin parar,
que muy sano es el saltar.
¡Vaya baile delicioso!
¡Son un grupo primoroso!
Y las muñecas comprendían
la canción; Amalita también la comprendía, y el estudiante, claro está. Él la había
compuesto, y decía que era estupenda. Sólo tía Malle no la entendía; no estaba ya
para niñerías.
–¡Es
una bobada! –decía. Pero Amalita no es boba, y la canta. Por ella es por quien la
sabemos.
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