Felipe Garrido
Dicen que lo mira a uno con negros ojos
de deseo. Que es morena, de labios gruesos, color de sangre. Que lleva el cabello
suelto hasta la cintura.
Dicen que uno tropieza
con ella de noche, en los andenes del metro, en alguna estación casi vacía. Que
al pasar se vuelve apenas para mirar de soslayo. Que deja en el aire un perfume
de prímulas.
Que viste blusas de
colores vivos y pantalones ajustados; que calza zapatos de tacón alto.
Dicen que camina echando
al frente los muslos, con la cabeza erguida. Que quiebra la cintura como si fuera
bailando.
Dicen que uno debería
estar prevenido, porque no hace ruido al caminar. Que, sin embargo, lo habitual
es sucumbir. Seguirla a la calle. Subir tras ella las escaleras.
Dicen que afuera camina
más despacio. Que se detiene en algún rincón oscuro. Que no hace falta cruzar palabra.
Que no pregunta nada; que no explica nada.
Dicen que la metamorfosis
es dolorosa e instantánea. Que por eso en algunas estaciones del metro hay tantos
y tantos perros vagando, con la mirada triste, todavía no acostumbrados a su nueva
condición.
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