Teófilo Huerta
La nave Armstrong 1 descendió
suavemente y posó sus patas sobre suelo lunar.
Apagado su motor, tras unos minutos, se abrió la puerta de escotilla y
apareció el capitán Louis Friedman quien bajó la escalerilla; después el
teniente Smith realizó la misma operación. Ya en la superficie lunar esperaron
a que de la puerta inferior de la nave descendiera un elevador con una base de
hierro y sobre ella la urna que contenía las cenizas del insigne Neil
Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna en 1969 con la misión del Apolo
11.
Años atrás se habían celebrado las respectivas y emotivas honras
fúnebres en Cincinnati, Ohio, encabezadas por su viuda Carol quien encantada
aceptó desde entonces la iniciativa del presidente norteamericano para que las
cenizas de su marido reposaran en la Luna en cuanto se reiniciara el respectivo
programa espacial.
Dos tripulantes más bajaron de la nave. Los cuatro astronautas se
colocaron en cada ángulo y supervisaron la colocación de la urna acompañada por
una miniatura de la bandera norteamericana y otra de la de las Naciones Unidas.
Después, por unos minutos, hicieron una guardia de honor y un saludo militar
sobre sus cascos.
Acto seguido un astronauta tomó una muestra de polvo lunar y lo mezcló
con el contenido en la urna. La base de hierro contenía la inscripción con el
nombre del astronauta, su período de vida (1930-2012) y las palabras que
inmortalizaron al astronauta: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un
gran paso para la humanidad” además de otras nuevas: “Polvo terrestre eres y en
polvo lunar te convertirás”.
Al mismo tiempo los operadores del Centro Espacial de la Agencia
Espacial estadounidense (NASA) que seguían los pormenores del suceso en una
gran pantalla, de pie se llevaron sus manos al pecho en señal de respeto.
Como antaño, la transmisión de los funerales de Armstrong en la Luna fue
vista por millones de televidentes e internautas en el mundo.
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