Álex E. Peñaloza Campos
El
estallido atronador lo dejó completamente sordo. De pronto sintió el frío y
agreste suelo a sus espaldas. Vio algunas figuras humanas corriendo
apresuradas, unas tratando de ocultarse, otras que se le acercaban diligentes.
Buscó sus sentidos y percibió que, aparte de la sordera que lentamente se iba
diluyendo, todo estaba bien. Sentía su cabeza, sus manos, sus pies y sus dedos:
Sentía todos sus dedos. Si, los sentía. Se felicitó por su buena suerte;
después de todo había salido bien parado de la explosión.
–¡Una mina! ¡Pisó una mina! –gritó un soldado.
Fue a levantarse pero no lo logró. Cuando quiso
ponerse en pie notó con horror que la mina le había volado un pie y hecho
trizas el otro. Entonces se desmayó.
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