domingo, 31 de diciembre de 2023

Descubrimiento

Queta Navagómez

 

Sólo con encontrarla, un gozo verde le llena los ojos. La sangre, convertida en savia, corre rápida y rítmica por el cuerpo, imitando el aleteo con que los pájaros saludan el despertar del bosque; se le ensancha la sonrisa y se cimbra el ramaje de su esqueleto.

En señal de saludo, ella tiende la mano. Al estrecharla, él siente que sus dedos se vuelven yemas prontas a reventar en tiernas hojas y coloridos pétalos.

Ella lo mira, sus miradas de llovizna reblandecen la corteza de sus emociones y nutren sus raíces ávidas. Le parece que ella huele a musgo, trementina o eucalipto. Se acerca más, como para llevarse el aroma hasta sus soledades. Ya roza el esponjado cabello, cuando el valor se le cae como hoja de octubre.

Ella se aleja con gracioso taconeo, pero en él, la sensación de tener un nido de tibias plumas persiste a la mitad del pecho.

Anochece, la soledad le arranca lágrimas, gotas de resina que cuajan sobre las mejillas. Si pudiera sumirlas en un mar de anhelos y ofrecerlas convertidas en ámbar…

Es la primera vez que estas sensaciones lo colman. Es la primera vez que Pinocho se enamora.

 

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