Ana María Shua
Al atravesar la puerta cancel hay un perchero. Se solicita
a los invitados que dejen allí sus cuerpos, los que toman de inmediato una coloración
lívida. Aunque esta precaución cumple eficazmente con su función específica, la
de ahorrar trabajo de limpieza después de la fiesta a la anfitriona y sus criadas,
quizá no sea buena idea. Muchos visitantes participan distraídos en las espirituales
diversiones preparadas para ellos, porque temen que alguien les robe sus rasgos
más preciados (los hoyuelos, los tobillos, cierta agradable relación entre anchura
de hombros y caderas). Otros preferirían comer canapés. Los más, preocupados por
la buena conservación de sus perecederos envases, se van demasiado temprano. Sin
hablar de los que prefieren no venir, perderse la fiesta.
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