Georg Froeschel
Este día excepcional, el jefe de la policía no podría haber sido localizado
en su oficina. Cuando salió de su villa, en las afueras de la ciudad, dejando atrás
a una hermosa, joven mujer que se despidió de él con marcado afecto, un voceador
gritaba en sus oídos:
¡El Eco de Medianoche! ¡El Eco de Medianoche!
¡Benjamín, el más querido de los elefantes del zoológico, explotó! ¡El Eco de
Medianoche!
–¡Estupideces, tonterías! –murmuró en voz baja el jefe
de la policía. No obstante compró un ejemplar del diario nocturno, y abordó su auto.
Arrugado el entrecejo, leyó los gruesos encabezados de la primera plana. En verdad
eran sorprendentes: Benjamín, el enorme e inteligente elefante del zoológico, ¡había
explotado! Así que llevaban al pesado animal de un patio a otro, donde iba a ser
exhibido para diversión del público al día siguiente, el gigante se había detenido
ante la puerta emitiendo un sordo gemido. Había seguido una tremenda explosión y
¡Benjamín había estallado! Verdaderamente desapareció en una nube de humo, despedazado,
convertido en polvo por esa misteriosa fuerza interior. Sus trozos fueron hallados
a gran distancia. Su trompa fue encontrada poco después en el techo del jardín botánico,
su pata delantera izquierda entre las mesas del restaurante. Y el resto era sólo
papilla.
Aparentemente algún visitante criminal le había dado
al elefante un trozo de pan que contenía una bomba de tiempo. También había otras
hipótesis, que El Eco de Medianoche explicaba detalladamente.
El jefe de la policía, a pesar de todos estos detalles,
no podía creer la noticia. Sólo cuando le fue oficialmente confirmada en su oficina,
al instante, con sus acostumbrados rigorismo y pulcritud, puso a trabajar a la policía
para descubrir y esclarecer el secreto del asunto.
Pero en esta ocasión la policía falló. Los criminales
no fueron descubiertos. Al contrario, una semana después, durante la ejecución de
Tristán e Isolda, en Covent Garden, todos los violines y violas desaparecieron,
mientras los músicos descansaban en un intermedio. Esto, por supuesto, originó la
suspensión de la ópera. Al día siguiente la habilidad policiaca descubrió todos
los violines en un camión abandonado ante los edificios del Parlamento. Los ladrones,
sin embargo, no pudieron ser localizados. Pero aún más sensacional fue el caso del
discurso que el rey Tut-Ank-Amen pronunció, tres días después, parado en las escalinatas
del Museo Británico.
Casi toda la gente sabía que el rey Tut-Ank-Amen había
permanecido muerto durante más de cuatro mil años, y que generalmente su cadáver
habitaba el ala dedicada a Egipto, en el museo. Esa tarde, sin embargo, estaba bien
parado junto a la pared de la fachada del museo, ante la entrada monumental, iluminado
con la luz violeta de las lámparas eléctricas de la calle. Dijo, con voz clara y
resonante.
–¡No me importan un comino Isis ni Osiris, siempre y
cuando tenga a la mano mi whisky con soda!
Mientras la mayor parte de la gente que oyó estas palabras
corrió despavorida, algunos tipos valientes se acercaron y al examinar a la momia,
encontraron un micrófono escondido, del cual había procedido la asombrosa confesión
del rey egipcio. La policía no pudo descubrir más datos. El jefe de la policía estaba
extremadamente disgustado, a tal grado que decidió hacerle una consulta a Sherlock
Holmes.
Sherlock Holmes lo recibiría al día siguiente.
–Todo el asunto me parece muy sencillo –declaró el famoso
detective Sherlock Holmes al día siguiente, cuando el jefe de la policía lo fue
a consultar–. Todo lo que tiene uno que averiguar es el motivo que pudo haber hecho
que los autores de los tres crímenes se decidieran.
–¿Un motivo? –preguntó el asombrado jefe de la policía–
¿Quiere usted decir que el motivo pudo haber sido el mismo en el asesinato de Benjamín,
en la desaparición de los violines y en el discurso de Tut-Ank-Amen?
–Sí. Hay un detalle idéntico en los tres crímenes. Piense
que los tres fueron cometidos entre las ocho y las diez de la noche. Ahí está la
solución.
–No entiendo.
–No necesita más que pensar un poco, para entenderlo.
¿Por qué fueron cometidos estos crímenes entre las ocho y las diez de la noche?
Por la sencilla razón de que generalmente no ocurre nada sensacional en esas horas.
Las noticias más interesantes salen en los diarios durante la mañana.
–Sí, pero ¿quién pudiera estar interesado en que ocurriera
algo sensacional entre las ocho y las diez de la noche? –preguntó el jefe de la
policía, con una expresión de incredulidad que no hacía honor al alto puesto que
ocupaba.
Sherlock Holmes chupó lentamente su pipa.
–La respuesta es simple. ¿Quién está interesado en que
ocurran cosas sensacionales? ¡Los periódicos! ¿Y quién estaría interesado en que
ocurrieran precisamente a esas horas? Un periódico que usualmente se dedique al
sensacionalismo, y que salga a la venta a altas horas de la noche y que, por lo
tanto, necesite tales noticias para atraer lectores. ¿Y dónde buscar a los autores
de los crímenes? ¡Pues entre los editores de El Eco de Medianoche!
El jefe de la policía puso una cara como si hubiera
recibido un golpe.
–Pero… pero ¡eso es una locura! El Eco de Medianoche
no se comenzó a publicar sino hace unas cuantas semanas. Primero no tenía casi lectores.
Pero en las últimas semanas se ha estado vendiendo como pan caliente. Creo que eso
me da en qué pensar…
–No piense, jefe. Actúe. Vaya pronto a las oficinas
de El Eco de Medianoche. Son las nueve. Posiblemente llegue a tiempo de evitar
otra catástrofe.
Cuando el jefe de la policía, con Sherlock Holmes y
cuatro policías se presentaron a las oficinas de El Eco de Medianoche, se
encontraron con unos salones desiertos. Parecía como si todo mundo hubiese huido.
El jefe de la policía examinó el local, diciendo:
–Este lugar no me parece a propósito para reunión de
criminales.
Pero Sherlock Holmes había encontrado sobre la mesa,
la del director del diario, una hoja.
–Léala –le dijo al jefe de la policía.
El jefe leyó:
“Nuevamente un crimen sensacional y misterioso ha sido
cometido en el corazón de Londres. Rufianes desconocidos atacaron y secuestraron
esta noche entre nueve y diez, al primer ministro que iba a una sesión nocturna
del Parlamento, y lo pintaron de rojo y negro”.
El jefe de la policía palideció.
–¿Qué quiere decir esto, Mr. Holmes? –preguntó.
–No pregunte. Actúe. ¡Salve al primer ministro, intente
evitar el atentado!
Fue evitado sólo a medias. El primer ministro pudo ser
rescatado cuando los criminales habían cumplido sólo la mitad de su labor.
Cuando la policía encontró el automóvil del primer ministro,
este caballero ya había sido pintado de rojo en un lado, y le faltaba el negro por
el otro. Los bandidos tuvieron que retirarse de la escena antes de abrir siquiera
la lata de pintura negra que dejaron abandonada. Por otra parte, esta noticia nunca
fue publicada. El Eco de Medianoche ya no tuvo noticias sensacionales que
comunicar a sus lectores y se tuvo que retirar de la circulación.
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