miércoles, 20 de diciembre de 2023

Sensación

Georg Froeschel

 

Este día excepcional, el jefe de la policía no podría haber sido localizado en su oficina. Cuando salió de su villa, en las afueras de la ciudad, dejando atrás a una hermosa, joven mujer que se despidió de él con marcado afecto, un voceador gritaba en sus oídos:

¡El Eco de Medianoche! ¡El Eco de Medianoche! ¡Benjamín, el más querido de los elefantes del zoológico, explotó! ¡El Eco de Medianoche!

–¡Estupideces, tonterías! –murmuró en voz baja el jefe de la policía. No obstante compró un ejemplar del diario nocturno, y abordó su auto. Arrugado el entrecejo, leyó los gruesos encabezados de la primera plana. En verdad eran sorprendentes: Benjamín, el enorme e inteligente elefante del zoológico, ¡había explotado! Así que llevaban al pesado animal de un patio a otro, donde iba a ser exhibido para diversión del público al día siguiente, el gigante se había detenido ante la puerta emitiendo un sordo gemido. Había seguido una tremenda explosión y ¡Benjamín había estallado! Verdaderamente desapareció en una nube de humo, despedazado, convertido en polvo por esa misteriosa fuerza interior. Sus trozos fueron hallados a gran distancia. Su trompa fue encontrada poco después en el techo del jardín botánico, su pata delantera izquierda entre las mesas del restaurante. Y el resto era sólo papilla.

Aparentemente algún visitante criminal le había dado al elefante un trozo de pan que contenía una bomba de tiempo. También había otras hipótesis, que El Eco de Medianoche explicaba detalladamente.

El jefe de la policía, a pesar de todos estos detalles, no podía creer la noticia. Sólo cuando le fue oficialmente confirmada en su oficina, al instante, con sus acostumbrados rigorismo y pulcritud, puso a trabajar a la policía para descubrir y esclarecer el secreto del asunto.

Pero en esta ocasión la policía falló. Los criminales no fueron descubiertos. Al contrario, una semana después, durante la ejecución de Tristán e Isolda, en Covent Garden, todos los violines y violas desaparecieron, mientras los músicos descansaban en un intermedio. Esto, por supuesto, originó la suspensión de la ópera. Al día siguiente la habilidad policiaca descubrió todos los violines en un camión abandonado ante los edificios del Parlamento. Los ladrones, sin embargo, no pudieron ser localizados. Pero aún más sensacional fue el caso del discurso que el rey Tut-Ank-Amen pronunció, tres días después, parado en las escalinatas del Museo Británico.

Casi toda la gente sabía que el rey Tut-Ank-Amen había permanecido muerto durante más de cuatro mil años, y que generalmente su cadáver habitaba el ala dedicada a Egipto, en el museo. Esa tarde, sin embargo, estaba bien parado junto a la pared de la fachada del museo, ante la entrada monumental, iluminado con la luz violeta de las lámparas eléctricas de la calle. Dijo, con voz clara y resonante.

–¡No me importan un comino Isis ni Osiris, siempre y cuando tenga a la mano mi whisky con soda!

Mientras la mayor parte de la gente que oyó estas palabras corrió despavorida, algunos tipos valientes se acercaron y al examinar a la momia, encontraron un micrófono escondido, del cual había procedido la asombrosa confesión del rey egipcio. La policía no pudo descubrir más datos. El jefe de la policía estaba extremadamente disgustado, a tal grado que decidió hacerle una consulta a Sherlock Holmes.

Sherlock Holmes lo recibiría al día siguiente.

–Todo el asunto me parece muy sencillo –declaró el famoso detective Sherlock Holmes al día siguiente, cuando el jefe de la policía lo fue a consultar–. Todo lo que tiene uno que averiguar es el motivo que pudo haber hecho que los autores de los tres crímenes se decidieran.

–¿Un motivo? –preguntó el asombrado jefe de la policía– ¿Quiere usted decir que el motivo pudo haber sido el mismo en el asesinato de Benjamín, en la desaparición de los violines y en el discurso de Tut-Ank-Amen?

–Sí. Hay un detalle idéntico en los tres crímenes. Piense que los tres fueron cometidos entre las ocho y las diez de la noche. Ahí está la solución.

–No entiendo.

–No necesita más que pensar un poco, para entenderlo. ¿Por qué fueron cometidos estos crímenes entre las ocho y las diez de la noche? Por la sencilla razón de que generalmente no ocurre nada sensacional en esas horas. Las noticias más interesantes salen en los diarios durante la mañana.

–Sí, pero ¿quién pudiera estar interesado en que ocurriera algo sensacional entre las ocho y las diez de la noche? –preguntó el jefe de la policía, con una expresión de incredulidad que no hacía honor al alto puesto que ocupaba.

Sherlock Holmes chupó lentamente su pipa.

–La respuesta es simple. ¿Quién está interesado en que ocurran cosas sensacionales? ¡Los periódicos! ¿Y quién estaría interesado en que ocurrieran precisamente a esas horas? Un periódico que usualmente se dedique al sensacionalismo, y que salga a la venta a altas horas de la noche y que, por lo tanto, necesite tales noticias para atraer lectores. ¿Y dónde buscar a los autores de los crímenes? ¡Pues entre los editores de El Eco de Medianoche!

El jefe de la policía puso una cara como si hubiera recibido un golpe.

–Pero… pero ¡eso es una locura! El Eco de Medianoche no se comenzó a publicar sino hace unas cuantas semanas. Primero no tenía casi lectores. Pero en las últimas semanas se ha estado vendiendo como pan caliente. Creo que eso me da en qué pensar…

–No piense, jefe. Actúe. Vaya pronto a las oficinas de El Eco de Medianoche. Son las nueve. Posiblemente llegue a tiempo de evitar otra catástrofe.

Cuando el jefe de la policía, con Sherlock Holmes y cuatro policías se presentaron a las oficinas de El Eco de Medianoche, se encontraron con unos salones desiertos. Parecía como si todo mundo hubiese huido.

El jefe de la policía examinó el local, diciendo:

–Este lugar no me parece a propósito para reunión de criminales.

Pero Sherlock Holmes había encontrado sobre la mesa, la del director del diario, una hoja.

–Léala –le dijo al jefe de la policía.

El jefe leyó:

“Nuevamente un crimen sensacional y misterioso ha sido cometido en el corazón de Londres. Rufianes desconocidos atacaron y secuestraron esta noche entre nueve y diez, al primer ministro que iba a una sesión nocturna del Parlamento, y lo pintaron de rojo y negro”.

El jefe de la policía palideció.

–¿Qué quiere decir esto, Mr. Holmes? –preguntó.

–No pregunte. Actúe. ¡Salve al primer ministro, intente evitar el atentado!

Fue evitado sólo a medias. El primer ministro pudo ser rescatado cuando los criminales habían cumplido sólo la mitad de su labor.

Cuando la policía encontró el automóvil del primer ministro, este caballero ya había sido pintado de rojo en un lado, y le faltaba el negro por el otro. Los bandidos tuvieron que retirarse de la escena antes de abrir siquiera la lata de pintura negra que dejaron abandonada. Por otra parte, esta noticia nunca fue publicada. El Eco de Medianoche ya no tuvo noticias sensacionales que comunicar a sus lectores y se tuvo que retirar de la circulación.

 

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