Manuel Rueda
Es la noche, oscura como el antifaz de los asesinos.
Muy cerca se oye un grito de terror, luego un disparo que lo silencia. Ninguna de
nuestras ventanas se ha abierto; todos temblamos en el interior, absteniéndonos
de ser testigos de un hecho que más tarde podría comprometernos. Un automóvil arranca
y se pierde a lo lejos con su carga de muerte. En la esquina alguien agoniza en
medio de un gran charco de sangre. A su alrededor, un vecindario de culpables trata
en vano de conciliar el sueño.
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