Julio Torri
Aparte de que las fábulas hacen concebir como posibles muchos acontecimientos
que no lo son, etcétera.
Descartes, Discurso
del método. Parte I.
Salva-Obstáculos fue un hombre extraordinario; por confesión que
hizo en artículo de muerte, nunca conoció lo que el mundo llama una dificultad,
un impedimento, un imposible. Cuanto se propuso, ejecutó; todos los trabajos que
empezó, todos, sin faltar uno, llevó a buen término. Si Salva-Obstáculos discurre
anonadar lo pasado y cambiar lo que fue en lo que debió haber sido, a la hora presente
careceríamos de imposible metafísico, yo os lo aseguro.
A decir verdad, no sé cómo era Salva-Obstáculos.
Le vi dos veces y tantas he hecho en conversaciones su pintura –añadiendo siempre
algún nuevo detalle– que he acabado por no saber si era alto o bajo de cuerpo, corcovado
o derecho como un huso.
La infancia de Salva-Obstáculos fue la de un hombre
de genio. No la hallaréis, sin embargo, en los libros para niños, al lado de la
infancia del inventor de la máquina de vapor, del inventor de la máquina de coser,
etc. Jamás partió Salva-Obstáculos con perros o gatos su pan ni su leche, ni compró
con sus ahorros libros de texto para niños pobres. En compensación y desquite de
esta dureza de condición, a los cuatro años fabricaba objetos de barro y de madera
con una perfección que nunca sospecharon el viejo Franklin ni el inventor del telégrafo.
Y a los cinco, tan ahincadamente se dio a componer, enderezar, remendar, completar
y renovar, cuanto veía, que cuando cumplió seis años no había en su casa, en su
pueblo, ni en veinte leguas a la redonda, relojes descompuestos, sillas rotas, puertas
que cerraran mal del torcimiento de sus maderas, cerraduras sin llave y viceversa,
etcétera.
Un día, jugando con una hermana menor, descubrió
que las niñas no sabían razonar correctamente, y en su interior resolvió componer
cuantas cabezas de niñas había en el mundo. A los pocos meses todas las niñas razonaban
con notable perfección y uniformidad –sí porque sí, no porque no, sí, pero no– como
relojes que señalan la misma hora. Hasta producían un ruido particular al pensar,
un ruido semejante al de una pistola que se amartilla.
A los quince años, Salva-Obstáculos reformó la conversación
de las gentes. Las pláticas fueron desde entonces rítmicas, justas, perfectas. Nunca
volvió a oírse una paradoja. Algunas que ya habían pasado a la categoría de lugares
comunes, de valores definitivos aun para las gentes del campo y los maestros de
escuela, fueron desenterradas de los bajos estratos de la sociedad y destruidas
en las plazas públicas. La familia, el orden, la buena fe, el espíritu de pesadez
recobraron a la muerte de la paradoja todos los fueros y privilegios que habían
tenido el primer día del mundo.
En su inclinación por la simetría y por la uniformidad,
un día se puso a igualar la densidad de la población en todas las regiones del planeta.
Desde entonces no se dio punto de reposo en medir tierras y distribuir en ellas
a las gentes; y a los pocos meses todos los hombres estaban repartidos en el globo
a razón de once por kilómetro cuadrado. Los libros de Geografía fueron corregidos.
Los amantes de la exactitud no cabían de gozo, y sin embargo, los míseros mortales,
señaladamente las gentes del campo, lloraban, reconocían que la simetría no constituye
la felicidad, y saludaban tristemente a sus amigos del kilómetro vecino, sin osar
traspasar los límites del propio, en su temor a quebrantar aquel orden que Salva-Obstáculos
había establecido sobre la tierra.
Otro día, el héroe de este sencillo relato se enamoró
de la hija de un molinero holandés. ¡Qué excelente ocasión para terminar aquí esta
historia, haciendo que Salva-Obstáculos, el acabador de las más difíciles hazañas,
sea vencido, humillado y confundido por el Amor! Moralidad es esta muy conforme
con el espíritu general de las fábulas a que estamos acostumbrados. Y la presente
relación podría ser asunto de una estampa en que hubiera un amorcillo que pone un
pie sobre un hombre caído, y una leyenda alrededor que dijera: Omnia vincit
amor, o cualquier otra cosa de este jaez. Desgraciadamente para el autor de
esta narración, para las estampas, y para el espíritu general de las fábulas, Salva-Obstáculos
se casó con la hija del molinero holandés y tuvo muchos hijos de ella.
Cuando Salva-Obstáculos murió, por solo efecto de
su voluntad siguió andando y pensando mucho tiempo, después de que su corazón había
dejado de latir.
Entre sus papeles se ha encontrado un proyecto para
simplificar los tratados de Astronomía –suprimiendo atracciones y repulsiones estelares–
por manera que la Cosmografía vendría a ser accesible aun para los poetas y las
señoras casadas. Un niño que no supiera sumar y restar, podría anunciar eclipses
y cometas con tanta seguridad por lo menos como cualquier director de observatorio
norteamericano.
Es opinión general que Salva-Obstáculos murió a
poco de haber escrito este proyecto. Lloremos la muerte de Salva-Obstáculos y guardémonos
de descubrir memorias y monografías sobre Astronomía.
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