Harlan Ellison
1
Esto
es una prueba. Pueden tomar notas. Esta prueba supondrá las tres cuartas partes
de su nota final. Pistas: recuerden que, en ajedrez, los reyes se anulan
mutuamente y no pueden ocupar cuadros contiguos, y son por tanto todopoderosos
y totalmente impotentes, no pueden influirse el uno al otro, producen tablas.
El hinduismo es una religión politeísta; la secta de Atman adora la llama
divina de la vida en el interior del Hombre; en efecto, dicen “Tú eres Dios”.
Las condiciones de igualdad de tiempo no se cumplen si una opinión llega por
los medios de comunicación a doscientos millones de personas antes que una
opinión contraria difundida desde una tribuna improvisada en cualquier rincón.
No todos dicen la verdad. Nota para realizar la prueba: las distintas partes no
siguen el orden numérico que indican; ordénenlas de nuevo para adaptarlas con
la mayor claridad posible. Vuelvan la página y empiecen.
2
Incontables
estratos de roca comprimidos sobre el magma. Éste escupía y vibraba al rojo
blanco con la ferocidad burbujeante del núcleo de níquel y hierro fundido, pero
no mellaba ni chamuscaba ni tiznaba ni dañaba en lo más mínimo la tersa y
bruñida superficie de la extraña cripta.
Nathan Stack yacía en aquella cripta,
silencioso, dormido.
Una sombra pasó a través de la roca. A
través del esquisto, a través del carbón, a través del mármol, a través de los
esquistos de mica, a través de la cuarcita, a través de los depósitos de
fosfatos de kilómetros de profundidad, a través de la tierra cargada de
diatomeas, a través de los feldespatos, a través de la diorita; a través de las
fallas y pliegues, a través de anticlinales y monoclineales, a través de
depresiones y sinclinales, a través del fuego infernal; y llegó al techo de la
gran caverna y pasó; y vio el magma y se sumergió en él, y llegó a la cripta.
La sombra.
Un rostro triangular dotado de un solo ojo
observó la cripta, vio a Stack y posó unas manos con cuatro dedos en la fría
superficie de la cripta. Nathan Stack se despertó ante el contacto y la cripta
se hizo transparente; se despertó, aunque el contacto no se había producido
sobre su piel. Su alma notó la presión de la sombra y abrió los ojos para ver
el brillo refulgente del núcleo del mundo a su alrededor, para ver la sombra y
su ojo solitario que lo observaba.
La sombra serpentina envolvió la cripta;
la oscuridad la levantó otra vez, a través de las capas geológicas, hacia la
corteza, hacia la superficie en cenizas, aquel juguete roto que era la Tierra.
Cuando llegaron a la superficie, la sombra
condujo la cripta a un lugar donde no llegaban los vientos ponzoñosos y la
obligó a abrirse.
Nathan Stack intentó moverse y sólo pudo
hacerlo con dificultad. Se agolparon en su cabeza recuerdos de otras vidas, de
muchas otras vidas, de muchos otros hombres; luego, los recuerdos fueron
suavizándose y se fundieron en un segundo plano que finalmente pudo ignorar.
La sombra extendió una mano y tocó la
carne desnuda de Stack. Con suavidad, pero con firmeza, aquella cosa le ayudó a
levantarse y le proporcionó ropa, una bolsa para el cuello que contenía un
cuchillo corto, una piedra para calentarse y varias cosas más. Le ofreció la
mano y Stack la tomó, y tras doscientos cincuenta mil años de dormir en la
cripta, Nathan Stack puso el pie en la superficie del enfermo planeta Tierra.
Entonces aquella cosa se inclinó contra
los vientos ponzoñosos y empezó a avanzar. Nathan Stack, sin otra elección, se
inclinó también y siguió a la sombra.
3
Habían
enviado un mensajero a Dira y éste acudió en cuanto se lo permitieron sus
meditaciones. Cuando llegó a la Cima, encontró a los padres esperando allí, y
éstos lo llevaron suavemente a su ensenada, donde se sumergieron y empezaron a
hablar.
–Perdimos el arbitraje –dijo el
padre-espiral–. Es necesario que vayamos y se lo demos.
Dira no podía creerlo.
–Pero, ¿no atendieron a nuestros
argumentos, a nuestra lógica?
El padre-colmillo negó tristemente con la
cabeza y tocó el hombro de Dira.
–Había que llegar a… acuerdos. Les tocaba
a ellos. Por eso tenemos que hacerlo.
El padre-espiral añadió:
–Hemos decidido que te quedes. Se nos
permite dejar a uno de vigilante. ¿Aceptas nuestro encargo?
Era un gran honor, pero Dira empezó a
notar la soledad en cuanto le dijeron que se marcharían. A pesar de ello
aceptó. Se preguntaba por qué lo habían elegido a él,
de entre toda la gente. Debía de haber razones, siempre las había, pero no
podía preguntarlas. Por ello aceptó el honor, con toda la tristeza que
acarreaba, y se quedó atrás cuando se fueron.
Los términos de su situación de vigilante
eran duros, puesto que especificaban que no podría defenderse de calumnia y
leyenda alguna que surgiera ni podría actuar a menos que estuviera claro que
los otros, que ahora tenían la posesión, rompieran el compromiso. Y no tendría
más amenaza que el Pájaro de la Muerte. Una amenaza final que sólo podría
usarse cuando se hicieran necesarias medidas definitivas, y fuera por ello
demasiado tarde.
Pero era paciente. El más paciente de su
gente.
Miles de años más tarde, cuando vio el
destino que esperaba en el futuro, cuando no hubo duda alguna de cómo
terminaría, comprendió que aquélla era la razón por la que había sido escogido
para quedarse.
Pero aquello no le ayudó en su soledad.
Ni salvó a la Tierra. Sólo Stack podía
hacer tal cosa.
4
1
Y la serpiente era la más astuta de las bestias del campo que el SEÑOR Dios
había creado. Y le había dicho a la mujer: “¿Esto dice Dios, que no puedes
comer de todos los árboles del jardín?”.
2 Y la mujer le dijo a la serpiente:
“Podemos comer del fruto de los árboles del jardín”.
3 “Pero del fruto del árbol que está en
medio del jardín, esto dice Dios, no comerás de él, ni lo tocarás o morirás.”
4 Y la serpiente le dijo a la mujer: “Ten
por seguro que no morirás”.
5 (Suprimido)
6 Y cuando la mujer vio que el fruto del
árbol era bueno para comer y que era agradable a los ojos y que era un árbol
deseable que le convertía a uno en sabio, tomó del fruto del árbol, y comió de
él, y dio también a comer a su esposo; y éste comió.
7 (Suprimido).
8 (Suprimido).
9 Y el SEÑOR Dios llamó a Adán junto a sí
y le dijo: “¿Dónde estabas?”.
10 (Suprimido).
11 Y Él dijo: “¿Quién te ha enseñado que
estabas desnudo? ¿Has comido del árbol a pesar de que te ordené que no lo
hicieras?”.
12 Y el hombre dijo: “La mujer que me
diste de compañera me dio a comer y comí”.
13 Y el SEÑOR Dios le dijo a la mujer:
“¿Qué es lo que has hecho?” Y la mujer respondió: “La serpiente me sedujo, y
comí”.
14 Y el SEÑOR Dios le dijo a la serpiente:
“Porque has hecho tal cosa, eres maldito entre todas las bestias y entre
todos los animales del campo; te arrastrarás sobre tu
vientre y comerás polvo todos los días de tu vida”.
15 “Y pondré la enemistad entre tú y la
mujer y entre tu semilla y la suya; y ella te pisará la cabeza, y tú le
morderás los tobillos.”
GÉNESIS. Cap. II
TEMAS A TRATAR
(5
puntos por cada respuesta correcta)
1.
La obra de Melville Moby Dick empieza con las siguientes palabras: “Me
llamo Ishmael”. Se dice que está escrito en primera persona. ¿En qué persona
habla el Génesis? ¿Desde el punto de vista de quién?
2. ¿Quién es el “muchacho bueno” del
relato? ¿Quién es el “malo”? ¿Puedes presentar argumentos convincentes para
invertir los papeles?
3. Por tradición, se dice que la manzana
es el fruto que la serpiente le ofreció a Eva. Sin embargo, las manzanas no son
propias de Oriente Medio. Selecciona uno de los siguientes sustitutos, más
lógicos, y escribe sobre cómo adquieren existencia los mitos y cómo se
corrompen tras largos periodos: aceituna, higo, dátil, granada.
4. ¿Por qué aparece siempre el vocablo
SEÑOR en mayúsculas? ¿Por qué la inicial de Dios también va en mayúscula?
¿Debería ir también en mayúscula la palabra serpiente? En caso negativo, ¿por
qué?
5. Si Dios lo creó todo (ver Génesis,
cap. I), ¿por qué se buscó problemas a sí mismo al crear una serpiente que
podía llevar por el mal camino a sus criaturas? ¿Por qué creó Dios un árbol del
que no quería que Adán y Eva supieran nada, y luego se apartó de sus normas y
les advirtió contra él?
6. Compara el mural de Miguel Ángel del
techo de la Capilla Sixtina, “Expulsión del Paraíso” y “El jardín de
las delicias” de El Bosco.
7. ¿Se comportó Adán como un caballero al cargarle la culpa a Eva?
¿Quién hacía de colaboracionista? Habla de la condición de “soplón” como
defecto de carácter.
8. Dios se enojó cuando descubrió que
había sido desafiado. Si Dios es omnipotente y omnisciente, ¿cómo es que no lo
sabía? ¿Por qué no pudo encontrar
a Adán y Eva cuando éstos se escondieron?
9. Si Dios no quería que Adán y Eva
comieran el fruto del árbol prohibido, ¿por qué no se lo advirtió a la
serpiente? ¿Podía prevenir Dios a la serpiente de que no tentara a Adán y Eva?
Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué no lo hizo? Si la respuesta es no,
habla de la posibilidad de que la serpiente fuera tan poderosa como Dios.
10. Mediante ejemplos sacados de dos
periódicos diferentes, demuestra el concepto de “noticias tendenciosas”.
5
Los
vientos ponzoñosos aullaron y cayeron sobre el polvo que cubría el suelo. Allí
no había nada vivo. Los vientos, verdes y mortíferos, se cernieron desde el
cielo y escudriñaron la Tierra agonizante, buscando y buscando algo que se
moviera, algo todavía con vida. Pero no había nada. Polvo. Talco. Piedra pómez.
Y la aguja de ónix de la montaña hacia la
cual se habían estado dirigiendo Nathan Stack y la sombra durante toda la
primera jornada. Cuando cayó la noche cavaron un hoyo en la tundra y la sombra
lo cubrió de una sustancia lechosa que había estado guardada en la bolsa de
cuello de Stack. Éste sólo había dormido a ratos, con la piedra de calentarse
apretada junto al pecho y respirando por un filtro que también había estado
guardado en la bolsa.
En una ocasión se había despertado a causa
del ruido de unas criaturas enormes, parecidas a murciélagos, que volaban sobre
su cabeza; las había observado bajar con lentitud, en amplios círculos, sobre
el erial, en dirección al agujero del suelo en que se encontraba. Sin embargo,
no parecieron advertir que en el hoyo estaban él y la sombra. Los grandes
animales defecaron unos hilillos delgados y fosforescentes que bajaron con un
brillo intenso a través de la noche y se perdieron en el llano; entonces las
criaturas se elevaron de nuevo y se dejaron llevar por los vientos. Stack
recuperó el sueño con dificultad.
Por la mañana, helada por la fría luz que
daba a todas las cosas un tinte azulado, la sombra resurgió de entre el polvo
acumulado, se arrastró por el suelo y se estiró al máximo para alcanzar la
superficie batida por el viento con sus garras. Tras ella, Stack surgió también
del polvo y alzó la mirada hacia la salida del hoyo, extendió la mano y pidió
ayuda con un estremecimiento.
La criatura de sombras se deslizó por el
suelo en lucha con los vientos que durante la noche se habían hecho más fuertes
y regresó al hoyo que había sido su refugio aquella noche hasta alcanzar la mano
alzada entre el polvo. La asió y los dedos de Stack se contrajeron
convulsivamente. Entonces la sombra que se arrastraba hizo fuerza y extrajo a
Stack del polvo traidor.
Se echaron sobre la tierra el uno junto al
otro, luchando por ver algo, luchando por respirar sin llenar los pulmones con
aquella muerte sofocante.
–¿Por qué es así…? ¿Qué ha pasado? –gritó Stack contra el viento.
La criatura de sombras no le respondió,
pero se quedó observando a Stack un largo rato; luego, con movimientos muy
cuidadosos, alzó una mano, la puso ante los ojos de Stack y, poco a poco,
haciendo garras de sus dedos, fue cerrándolos primero en forma de jaula, luego
en un puño y luego en una masa compacta que era más elocuente que cualquier
palabra: destrucción.
Luego empezaron a arrastrarse hacia la
montaña.
6
La
aguja de ónix de la montaña surgía del infierno y pugnaba por alzarse contra el
cielo hecho jirones. Era de una arrogancia monstruosa. No era posible que nada hubiera
intentado surgir de la desolación de las llanuras, pero aquella montaña lo
había hecho, y el éxito la había acompañado.
Era como un anciano. Arrugada, vieja, con
el polvo sedimentado y endurecido en sus estrías, otoñal y solitaria; negra y
desolada, alzada golpe a golpe. No se entregaría a la gravedad, la presión o la
muerte. Luchaba por alcanzar el cielo. Ferozmente sola, era la única silueta que rompía la línea desolada del horizonte.
En otros veinticinco millones de años la
montaña se desharía en algo tan liso y sin huellas como un delicado ónix
ofrecido a la deidad de la noche. Pero hasta entonces, la acción de las
llanuras polvorientas y los vientos ponzoñosos que escupían los restos de
piedra pómez contra los flancos del pináculo, sólo habían servido para suavizar
los vértices del contorno de la montaña, como si una intervención divina
hubiera protegido la aguja.
Unas luces se movieron cerca de la cumbre.
7
Stack
descubrió de qué estaban hechos los hilillos fosforescentes que la noche
anterior viera defecar a las criaturas parecidas a murciélagos en la llanura
polvorienta. Se trataba de unas esporas que, a la pálida luz del día, se
convirtieron en extrañas plantas hemofílicas.
Cuando Stack y la sombra empezaron a
avanzar a la luz de la aurora, aquellas pequeñas cosas vivientes que estaban a
su alrededor advirtieron su calor y empezaron a echar brotes a través del
polvo. Cuando el embrión color rojo desvaído del sol agonizante se alzó
dolorosamente en el firmamento, las plantas de sangre alcanzaban ya su estado
adulto.
Uno de los tentáculos en forma de zarcillo
de aquellas plantas se enroscó en torno al cuello de Stack y éste gritó. Otro
zarcillo lo cogió por el tobillo, impidiéndole avanzar.
Unas delgadas capas de sangre negra como
jugo de zarzamora cubrían los zarcillos y dejaban sus marcas en la piel de
Stack. Aquellas marcas ardían de un modo terrible.
La criatura de sombras se volvió sobre su
estómago y regresó junto al hombre. Acercó la cabeza triangular al cuello de
Stack y mordió el tentáculo. Cuando éste se partió, de su interior brotó sangre
negra, y la sombra siguió royendo con sus dientes afilados como cuchillos hasta
que Stack volvió a respirar con normalidad. Con un violento movimiento el
hombre se encogió sobre sí mismo y sacó de la bolsa del cuello el cuchillo
corto que le proporcionara la sombra y lo clavó repetidamente en el zarcillo
que tenía asido inexorablemente al tobillo. La planta giró al sentir la herida,
con la misma voz que Stack oyera la noche anterior procedente del aire. El
tentáculo herido se retiró y volvió a hundirse en el polvo.
Stack y la sombra avanzaron lentamente una
vez más, con los vientres pegados a la Tierra agonizante: siempre en dirección
a la montaña. En lo alto, en el cielo de color de sangre, el Pájaro de la
Muerte daba vueltas en círculo.
8
En
su propio mundo habían vivido durante millones de años en cavernas luminosas de
paredes grasientas, y habían evolucionado y extendido su raza por el universo.
Cuando se cansaron por fin de construir el imperio, se encerraron en sí mismos
y la mayor parte de su tiempo se consumía en la intrincada construcción de
canciones de sabiduría y en el diseño de mundos adecuados para albergar muchas
razas distintas.
También había otras razas que se dedicaban
al diseño, y cuando surgía un conflicto sobre jurisdicciones, se apelaba a un
arbitraje, que era presidido por una raza cuya razón de ser era la
imparcialidad y la sabiduría de la resolución de casos conflictivos de
reclamaciones y contrarreclamaciones. Su honor racial dependía, de hecho, de la
aplicación impecable de tales cualidades. A través de los siglos habían
perfeccionado su talento en innumerables decisiones arbitrales, hasta que llegó
el momento en que se convirtieron en la autoridad máxima. Los litigantes se
veían impulsados a atenerse a las sentencias, no sólo porque éstas fueran
siempre sabias y estuvieran cargadas de razón y creatividad, sino también
porque, en el caso de que sus decisiones se tildaran alguna vez de sospechosas
o parciales, la raza de los árbitros se destruiría a sí misma. En el lugar más
sagrado de su mundo habían erigido una máquina religiosa. Podía ser activada
para que emitiese un tono que rompería los caparazones de cristal en que tenían
que vivir. Eran una raza de criaturas delicadas, parecidas a grillos, no
mayores que el pulgar de un hombre. Todos los mundos civilizados los apreciaban
como un tesoro sin igual y su pérdida hubiera significado una catástrofe para
el universo. Nunca se ponía en cuestión su honor ni su valor. Todas las razas
acataban sus decisiones.
Por eso el pueblo de Dira entregó su
jurisdicción sobre aquel mundo y lo abandonó, dejando sólo a Dira y el Pájaro
de la Muerte, un cuidador especial que los árbitros habían urdido en un alarde
creador durante aquel juicio.
Se conserva un registro del último
encuentro entre Dira y los que le habían encargado aquella misión. Había
lecturas que no podían ignorarse –y que, de hecho, los árbitros habían expuesto
con urgencia a la atención de los padres de la raza de Dira– y por ello el Gran
Espiral le había contado a Dira en el último instante la
naturaleza del loco en cuyas manos se había dejado aquel mundo y lo que aquel
loco podía hacer.
El Gran Espiral, cuyos anillos eran signos
de sabiduría adquiridos a través de siglos de dulzura y percepción y
meditaciones profundas que habían dado como resultado multitud de mundos
diseñados con gran maestría, él que era el más santo entre la raza de Dira,
honró a éste al venir a él en lugar de hacer que acudiera Dira a su presencia.
Sólo tenemos un regalo que dejaros,
dijo, y es la sabiduría. El loco vendrá y mentirá y dirá: yo os he creado. Y
nosotros nos habremos ido y nada habrá entre ellos y el loco salvo tú. Sólo tú
puedes darles la sabiduría necesaria para vencerlo cuando llegue el momento
oportuno. Y luego el Gran Espiral golpeó con gran afecto la piel de Dira y
éste quedó profundamente conmovido y fue incapaz de contestar. Luego lo dejaron
solo.
El loco llegó, y se interpuso entre Dira y
ellos, y Dira los dotó de sabiduría y el tiempo pasó. Su nombre se convirtió en
otro diferente de Dira, y fue llamado Serpiente, y su nuevo
nombre fue despreciado, pero Dira pudo apreciar que el Gran Espiral había
acertado en sus predicciones. Por eso seleccionó a uno entre ellos. Un hombre,
uno de tantos, al que dotó del rayo.
Todo esto está registrado en alguna parte.
Es historia.
9
Y
aquel hombre no era Jesús de Nazaret. Pudo haber sido más bien Simón. No fue
Gengis Khan, sino quizá un soldado de a pie de sus hordas. No fue Aristóteles,
sino posiblemente uno de los que se sentaban a escuchar a Sócrates en el ágora.
Tampoco fue el cavernícola que descubrió la rueda ni el que por primera vez
dejó de pintarse de azul y aplicó los colores a las paredes de la cueva. Pero
pudo ser alguien cercano a él. El hombre no fue Ricardo Corazón de León,
Rembrandt, Richelieu, Rasputín, Robert
Fulton o el Mahdí. Fue sólo un hombre. Un hombre con el rayo.
10
En
una ocasión, Dira fue al hombre. Fue muy al principio. Aquel ser tenía el rayo,
pero la luz necesitaba convertirse en energía. Por eso Dira vino al hombre e
hizo lo que tenía que hacer antes de que el loco se enterara, y cuando éste
descubrió que Dira, la Serpiente, había entrado en contacto con el hombre,
rápidamente inventó una serie de fábulas para seguir sometiéndolo a su poder.
Esta leyenda nos ha llegado bajo el nombre
de la fábula de Fausto.
¿CIERTO O FALSO?
11
La
luz se convirtió en energía, y por ello:
En el cuadragésimo año de su quingentésima
encarnación, totalmente desconocedor de los eones de los que había formado
parte, el hombre se encontró vagando por un lugar terriblemente seco bajo un
disco de sol diáfano y abrasador. Era un bereber que nunca había pensado en las
sombras a no ser para gozar del placer que le proporcionaban cuando las
encontraba. La sombra vino a él arrastrándose por las arenas de aquel desierto
como el khamsin de Egipto, el simún de Asia Menor o el harmattan,
todos los cuales había conocido en sus varias vidas, de ninguno de los cuales
guardaba recuerdo. La sombra vino a él en forma de sirocco.
La sombra le robó el aliento de los
pulmones y los ojos del hombre se alzaron a mirarla. Luego cayó al suelo y la
sombra se lo llevó abajo, abajo, a través de la arena,
dentro de la Tierra.
De la Madre Tierra.
La Madre Tierra vivía. Aquel mundo de
árboles, ríos y rocas tenía profundos pensamientos de piedra. Respiraba,
sentía, soñaba, daba a luz, reía y se hacía contemplativa.
Durante milenios, aquella gran criatura que surcaba el mar del espacio lo había
hecho.
“Qué maravilla”, pensó el hombre, pues
nunca antes había comprendido que la Tierra era su madre. Nunca había
entendido, hasta aquel momento, que la Tierra tenía vida propia, a la vez parte
de la humanidad y totalmente separada de ella. Era una madre con vida propia.
Dira, la Serpiente, la sombra… llevó al
hombre a las profundidades e hizo que el rayo de luz se convirtiera en energía
al tiempo que el hombre se fundía con la Tierra. Su carne se deshizo y se
convirtió en tierra tranquila y fría. Sus ojos brillaron con la luz que
resplandece en los centros más oscuros del planeta, y vio el modo en que la
madre cuida de sus hijos: los gusanos, las raíces de las plantas, los ríos que
forman cascadas de kilómetros entre las grandes rocas de enormes cavernas, las
cortezas de los árboles. Una vez más fue llevado al seno de la gran madre
Tierra y comprendió la alegría que representaba la vida de ésta.
Recuerda esto,
le dijo Dira al hombre.
“Qué maravilla”, pensó el hombre…
…y fue devuelto a las arenas del desierto,
sin ningún recuerdo de haber dormido, amado y disfrutado del cuerpo de su madre
natural.
12
Acamparon
en la base de la montaña, en una cueva de cristal verde; no era un lugar
profundo, pero tenía unos ángulos muy agudos que hacían que el polvo llevado
por el viento no los alcanzara. Pusieron la piedra de Nathan Stack en una
escarpadura del suelo de la caverna y el calor se expandió con rapidez y los
calentó. La sombra de cabeza triangular se retiró a la oscuridad y cerró el ojo
y dejó que sus instintos cazadores salieran a buscar algo que comer. Un grito
agudo llegó del exterior.
Mucho después, cuando Nathan Stack ya hubo
comido, cuando se sintió razonablemente satisfecho y saciado, alzó la mirada
hacia la oscuridad y le habló a la criatura de sombras que allí reposaba.
–¿Cuánto tiempo he estado ahí abajo…? ¿Cuánto tiempo he dormido?
La sombra respondió en un susurro:
Un cuarto de millón de años.
Stack no replicó. Aquella cifra le
resultaba totalmente increíble. La sombra pareció comprenderlo.
En la vida de un mundo no existe el tiempo.
Nathan Stack era un hombre capaz de
adaptarse a las circunstancias. Sonrió rápidamente y dijo:
–Debía de estar muy cansado.
La sombra no contestó.
–No entiendo gran cosa de todo esto. Me
está resultando condenadamente terrible. Morir, luego despertar… aquí. No
entiendo…
No has muerto. Fuiste tomado y depositado
ahí abajo. Cuando lleguemos al final lo comprenderás todo, te lo prometo.
–¿Quién me depositó ahí?
Yo. Yo fui a ti y te encontré cuando fue
el momento y te deposité allí.
–¿Soy aún Nathan Stack?
Si quieres…
–Pero ¿lo soy o no?
Has sido tú siempre. Has tenido muchos
otros nombres, muchos otros cuerpos, pero el rayo ha sido siempre tuyo.
Stack pareció a punto de añadir algo, pero
la criatura de sombras añadió:
Siempre has estado en el camino de ser
quien eres.
–Pero ¿quién soy? Maldita sea, ¿sigo
siendo Nathan Stack?
Si quieres…
–Mira: no pareces estar muy seguro de eso.
Tú viniste y me despertaste; quiero decir que me desperté y tú estabas allí;
por tanto, ¿quién mejor que tú puede saber cuál es mi nombre?
Has tenido muchos nombres muchas veces.
Nathan Stack es sólo el que recuerdas. Hace mucho tiempo, al principio, cuando
vine por primera vez a ti, tenías otro muy diferente.
Stack dudó, temeroso de la respuesta, pero
acabó por preguntar:
–¿Cuál era mi nombre entonces?
Ish-lilith. Esposo de Lilith. ¿La recuerdas?
–No. Pero hubo muchas otras mujeres, en
otras ocasiones.
Muchas. Entre ellas la que reemplazó a
Lilith.
–No la recuerdo.
Su nombre… no importa. Pero cuando el loco
se la llevó de tu lado y la reemplazó por la otra… entonces supe que todo
acabaría así. Con el Pájaro de la Muerte.
–No quiero parecer estúpido, pero no tengo
ni la más ligera idea de lo que estás hablando.
Antes de que todo acabe, lo comprenderás
completamente.
–Eso ya lo has dicho antes.
Stack hizo una pausa, contempló un largo
instante a la sombra y prosiguió.
–¿Cuál era tu nombre?
Antes de encontrarte me llamaba Dira.
Lo dijo en su lengua nativa. Stack no pudo
pronunciarlo.
–Antes de que me encontraras… ¿Y ahora?
Serpiente.
Algo pasó deslizándose ante la boca de la
cueva. No se detuvo, pero emitió un susurro como de fango húmedo engullido por
un tremedal.
–¿Por qué me has puesto ahí abajo? Y antes
aun, ¿por qué viniste a mí? ¿De qué rayo me hablas? ¿Por qué no logro recordar
esas otras vidas o mis otras personalidades? ¿Qué quieres de mí?
Tienes que dormir. Será una escalada
larga, difícil y fría.
–He dormido durante doscientos cincuenta
mil años. No me siento cansado –dijo Stack–. ¿Por qué me cogiste?
Después. Ahora, duerme. El sueño sirve
para más cosas.
La oscuridad se acentuó alrededor de la
Serpiente y se filtró alrededor de la cueva y Nathan Stack se acostó cerca de
la piedra de calentarse y la oscuridad se apoderó de él.
13
LECTURA COMPLEMENTARIA
Lo que viene a continuación es el ensayo
de un escritor. En él se apela claramente a las emociones. Al leerlo pregúntese
qué relación tiene con el tema que estamos tratando. ¿Qué está tratando de
expresar el escritor? ¿Logra transmitirlo? ¿Nos ofrece este ensayo alguna luz
sobre el tema en discusión? Una vez lo haya leído, utilice el reverso de la
hoja de respuestas para escribir otro de su invención (máximo 500 palabras) sobre
el tema de la pérdida de un ser amado. Si no ha perdido nunca ninguno,
imagíneselo.
AHBHU
Ayer
murió mi perro. Durante once años Ahbhu fue mi amigo más íntimo. Fue él el
responsable de que yo escribiera un relato sobre un muchacho y su perro que
mucha gente ha leído. No era un animal de compañía, sino una persona. Sería
imposible convertirlo en antropomorfo, pues él no lo resistiría, pero era una
criatura tan absolutamente ella misma, estaba tan decidido a compartir su vida
sólo con las personas que escogía, tenía una personalidad tan sólidamente
formada, que resultaba imposible pensar en él como un simple perro. Aparte de
las características caninas a las que se veía obligado por su pertenencia a la
especie, su comportamiento era el de un ser absolutamente único.
Nos encontramos por primera vez en una
ocasión en que acudí al Centro de Recogida de Animales de Los Ángeles Oeste. Yo
deseaba un perro porque me sentía solo y recordaba que, cuando era niño, tenía
uno de mi propiedad que siempre era mi amigo cuando nadie quería serlo. Un
verano estuve en un campamento y cuando regresé descubrí que una vieja podrida
del vecindario que vivía en mi misma calle lo había hecho recoger y gasear
aprovechando que mi padre había salido a trabajar. Aquella noche me deslicé al
jardín trasero de la casa de la arpía y encontré una alfombra colgada del
tendedero. El sacudidor de alfombras colgaba de un poste cerca de allí. Robé
ambas cosas y las enterré en un descampado.
En
la cola del centro de recogida de animales había un hombre delante de mí. Había
traído un cachorro de sólo una semana o así. Era un puli, un perro pastor
húngaro, una cosita de aspecto triste. El hombre tenía tantos entre los
escombros que había llevado aquél para que alguien se hiciera cargo de él o
para que lo eliminaran. Se llevaron adentro al perrito y el empleado que había
tras el mostrador me preguntó qué deseaba. Le conté que quería un perro y me
envió al interior, donde pude pasar un rato entre las hileras de jaulas.
Habían metido un momento antes al pequeño puli en una de ellas, y en aquel instante se veía
atacado por los tres perros, mucho más grandes, que hasta aquel momento había
sido los habitantes de la jaula. Estaba hecho un ovillo en un rincón,
intentando quitarse de encima a sus avasalladores compañeros. Era diminuto,
pero luchaba con todas sus fuerzas. Era el enano de la camada.
–¡Sáquelo de ahí! –grité–. ¡Me lo llevo, me
lo llevo, sáquelo en seguida!
Me costó dos dólares. Fueron los dos
billetes más bien empleados de mi vida.
A la vuelta a casa en coche, el perro se
estiró en el asiento delantero y se me quedó mirando. Yo ya había pensado
vagamente en cómo llamaría al perro que comprara, pero al mirarlo y ver que me
devolvía la mirada se me apareció en la mente la escena de la película de 1939
“El ladrón de Bagdad”, de Alexander Korda, en la que el malvado visir,
interpretado por Conrad Veidt, transforma a Ahbhu, el ladronzuelo cuyo papel
hacía Sabú, en un perro. En la película salían superpuestas la cara humana y la
canina en el preciso instante en que la del perro tenía una extraordinaria
expresión de inteligencia. El pequeño puli me observaba con aquella misma
expresión.
–Ahbhu –le dije.
No reaccionó en absoluto al nombre, pero
eso lo tenía entonces sin cuidado. Sin embargo, aquél fue su nombre desde
entonces.
Nadie que viniera a mi casa lo dejaba
indiferente. Cuando advertía vibraciones buenas de alguien, no dudaba en acercarse
y tenderse a sus pies. Adoraba que le rascaran, y a pesar de años de
advertencias y reprensiones no dejó nunca de mendigar las sobras de la mesa,
pues había descubierto que la mayor parte de los que venían a comer a mi casa
eran gente insensible incapaz de escapar a su mirada desconsolada, como la de
Jackie Coogan en “El chico”.
Además era también un fiel detector de
vagos. En todas las ocasiones en las que yo encontraba a alguien que me gustaba
y Ahbhu se negaba a portarse bien con él, siempre acababa por demostrarse que
tal persona no valía la pena. Empecé a observar siempre su actitud hacia los
que aparecían por primera vez en mi casa y debo admitir que tenía cierta
influencia en mis decisiones. Siempre recelaba de aquellos a quienes Ahbhu volvía
la cola.
Había mujeres con las que había mantenido
algún asunto insatisfactorio que, sin embargo, volvían de vez en cuando por la
casa… a visitar al perro. Éste tenía su propio círculo íntimo de amistades, con
muchas de las cuales yo no tenía trato en absoluto, y entre sus compañías se
contaban algunas de las actrices más hermosas de Hollywood. Había una dama
exquisita que acostumbraba enviar a su chofer a recogerlo los domingos por la
tarde para ir a dar una vuelta por los rompientes de la playa.
Nunca le pregunté qué sucedía en tales
ocasiones. Además, no hablaba.
El año pasado empezó a decaer su ánimo, aunque
no lo advertí porque siguió manteniendo su actitud de perrito faldero hasta
casi el fin de sus días. Sin embargo, empezó a dormir mucho, y no podía ni con
su comida, ni siquiera con los platos húngaros que preparaban para él los
magiares que vivían en mi misma calle. Se hizo patente que algo no funcionaba
bien durante el tremendo susto que se llevó durante el gran terremoto de Los Ángeles
del pasado año. Ahbhu no tenía miedo a nada, atacaba al océano Pacífico y se
las tenía con gatos ariscos, pero el terremoto lo asustó de un modo terrible,
saltó a mi cama y me echó las patas al cuello. Estuve a punto de ser la única víctima
del terremoto por estrangulamiento animal.
A principios de este año se pasaba el día
entrando y saliendo del veterinario, y el idiota decía que estaba a régimen.
Y entonces, un domingo que había salido al
descampado que queda detrás de la casa, lo encontré al pie de la escalera del
porche cubierto de barro y vomitando con tanta energía que lo único que devolvía
era bilis. Estaba rodeado por sus propios excrementos y trataba
desesperadamente de hundir el morro en la tierra para refrescarse. Apenas
respiraba. Lo llevé a otro veterinario.
Al principio creyeron que era simplemente
senilidad… que podrían recuperarlo. Finalmente, le hicieron unas exploraciones
de rayos X y vieron el cáncer que se había apoderado de su estómago y su hígado.
Pospuse el día fatal cuanto pude. De algún
modo, no podía concebir un mundo sin él. Por fin, ayer fui a la consulta del
veterinario y firmé los papeles de autorización para la eutanasia.
–Me gustaría pasar antes un rato con él
–dije.
Lo trajeron y lo colocaron en la mesa de exploración
de acero inoxidable. Había adelgazado mucho. Siempre había tenido el vientre
salido, y ya no quedaba nada de aquello. Los músculos de las piernas estaban
débiles y flácidos. Se dirigió hacia mí y me puso la cabeza en el sobaco. Temblaba
violentamente. Le levanté el morro y me miró con aquella cara cómica que
siempre me había hecho pensar en Lawrence Talbot, el Hombre Lobo. Ahbhu sabía
lo que pasaba. Genio y figura… ¿eh, viejo amigo? Sabía lo que pasaba y tenía
miedo. Temblaba todo él, hasta las patas, que parecían ahora telarañas. Tenía
una mata de pelo que cuando se tumbaba sobre una alfombra oscura, lo hacía
parecer un manguito de piel de oveja, y que hacía imposible saber en qué extremo
tenía la cabeza y en cuál la cola. Estaba muy delgado, temblaba, y sabía
perfectamente lo que iba a pasarle. Y a pesar de todo seguía siendo un
cachorrillo.
Me puse a llorar, cerré los ojos y con la
nariz sorbí las lágrimas; enterró la cabeza entre mis manos porque ambos teníamos
mucha pena que compartir. Me avergoncé de no tomar las cosas tan bien como él.
–Tengo que hacerlo, pequeño. Tengo que
hacerlo porque estás sufriendo y no puedes comer. Es necesario.
Pero él no quería reconocerlo.
Entonces entró el veterinario. Era un
muchacho simpático que me preguntó si quería marcharme o prefería quedarme a
verlo.
Hay una escena en la película “Viva Zapata”
de Kazan en la que un íntimo amigo de Zapata, el papel de Brando, ha sido
condenado por conspirar con los federales. Es un amigo que ha estado con Zapata
desde los tiempos de las montañas, desde el inicio de la revolución. Y entonces
van a buscarlo a la choza para llevarlo ante el pelotón de fusilamiento, y sale
Brando, y Zapata lo detiene posándole la mano en el hombro, y el amigo le dice
con un tono de gran camaradería: “Emiliano, hazlo tú mismo”.
Ahbhu me miró y comprendí que era sólo un
perro, pero si hubiera podido hablar con lenguaje humano, no hubiera sido más
elocuente que aquella mirada que decía “no me dejes con extraños”.
Por eso lo sostuve mientras los
veterinarios lo acostaban y el joven ceñía el elástico a su pata delantera
derecha y la palpaba para localizar la vena, y le acaricié la cabeza, que se
apresuró a volver en cuanto penetró la aguja. Fue imposible saber el momento en
que pasó de la vida a la muerte. Simplemente recostó la cabeza en mi mano, fue
cerrando lentamente los ojos y murió.
Con la ayuda del veterinario lo envolví en
una sábana y me dirigí a casa con Ahbhu en el asiento de al lado, como habíamos
ido a casa por primera vez once años antes. Lo llevé a la parte de atrás de la casa
y empecé a cavar su tumba. Cavé durante horas, entre el llanto y los recuerdos,
hablándole todavía. Era una tumba muy limpia, rectangular, con los costados bien
marcados y todas las malas hierbas arrancadas a mano.
Lo
deposité en el hoyo y allí dentro aquel perro, que en vida había parecido tan
grande, tan divertido y tan peludo, daba ahora la impresión de ser tan
delicado… Y luego lo tapé y cuando tuve el hoyo bien apisonado volví a colocar en
el recuadro un pedazo de césped como el que arrancara al empezar a cavar. Y eso
fue todo.
Pero no pude dejarlo con extraños.
FIN
CUESTIONES A TRATAR
1.
¿Tiene algún significado que la palabra inglesa god (dios) sea dog (perro) al
revés? Si lo considera así, ¿cuál es?
2.
¿Está tratando el escritor de transferir cualidades humanas a una criatura no
humana?
3.
Hable del tipo de amor que el escritor muestra en el ensayo que antecede.
Compárelo con otras formas de amor; el amor de un hombre por una mujer, el de
una madre por un hijo, el de un hijo por su madre, el de un botánico por las
plantas, el de un ecologista por la Tierra.
14
Durante
el sueño, Nathan Stack habló:
–¿Por qué me cogiste? ¿Por qué…?
15
Igual
que la Tierra, su madre agonizaba.
El caserón estaba tranquilo. El médico se
había ido y los parientes habían salido a comer a la ciudad. Él se sentó al
lado de la cama y la miró fijamente. Su madre parecía gris, vieja y ajada; su
rostro tenía el color ceniciento del polvo de las polillas. Él se puso a llorar
en silencio.
Notó la mano de la enferma sobre su
rodilla y alzó la vista hasta que quedó clavada en la de ella, que lo miraba
fijamente.
–Pensaba que no me llamarías –dijo él.
–Me hubiera enfadado conmigo misma si no
lo hubiera hecho –contestó la madre.
Tenía la voz muy débil, muy suave.
–¿Cómo te encuentras?
–Me hace daño. Ese Ben no me droga muy
bien.
Él se mordió el labio inferior. El médico
había utilizado dosis masivas, pero el dolor era todavía más masivo. Ella dio
varios respingos, como si temblores de una repentina agonía la golpearan. Como
impactos. Él vio cómo la vida se escapaba por aquellos ojos.
–¿Cómo lo toma tu hermana?
Se encogió de hombros.
–Ya conoces a Charlene. Lo siente mucho,
pero todo esto es para ella algo intelectual.
La madre dejó
escapar una leve sonrisa por la comisura de sus labios.
–Es terrible decir esto, Nathan, pero tu
hermana no es precisamente la persona más agradable del mundo. Me alegro de que
tú estés aquí. –Hizo
una pausa, pensativa, y añadió–: Creo que podría ser que tu padre y yo nos
equivocáramos con ella en la tómbola de los genes. Charlene no está completa.
–¿Puedo hacer algo por ti? ¿Quieres un poco de agua?
–No, gracias. Me encuentro bien.
Él miró la ampolla de narcótico contra el
dolor. Junto a ésta, silenciosa y mecánica sobre una toalla limpia, había una
jeringa. El hijo sintió la mirada de su madre posada en él. Ella sabía en qué
estaba pensando. El hombre apartó la mirada.
–Mataría a cualquiera por un cigarrillo
–dijo la enferma.
Él se rio. A sus sesenta y cinco años, con
ambas piernas amputadas y lo que quedaba del lado izquierdo de su cuerpo
paralizado, con el cáncer extendiéndose como una crema mortífera hacia el
corazón, seguía siendo la matriarca.
–No puedes fumar ni uno, así que olvídalo.
–Entonces, ¿por qué no coges esa
hipodérmica y dejas que me largue de este mundo de una vez?
–Calla, madre.
–Oh, ¡Por el amor de Dios, Nathan! Si
tengo suerte duraré unas horas, si no, unos meses. Ya hemos tenido antes esta
conversación, y sabes que siempre acabo ganando yo.
–¿Te he dicho alguna vez que eres una
especie de vieja insoportable?
–Muchas veces, pero yo te amo a pesar de
todo.
El hombre se levantó y se dirigió a la
pared. No pudo atravesarla, así que se volvió hacia el interior de la
habitación.
–No te escaparás.
–¡Madre, por favor! ¡Jesús!
–Muy bien. Hablemos entonces de negocios.
–Es el asunto que menos me preocupa en
este momento.
–Entonces, ¿de qué podemos hablar? ¿De los sublimes pensamientos que invaden
a una anciana en sus últimos momentos?
–Eres espantosamente sádica, ¿sabes? Creo
que estás disfrutando de todo esto de un modo enfermizo.
–¿Y de qué otra manera se podría
disfrutar?
–Como una aventura.
–Lo es. La mayor de todas. Es una pena que
tu padre no tuviera la oportunidad de saborearla.
–No creo que tuviera mucho interés en
saborear la sensación de ser comprimido hasta morir por una prensa hidráulica.
El hombre volvió a pensar entonces en
aquel suceso, porque advertía en los labios de su madre una ligera sonrisa.
–Sí, probablemente le hubiera gustado.
Ustedes dos son tan irreales que se hubieran sentado en un rincón y hubieran
hablado del tema, e incluso hubieran analizado la pulpa en que quedó
convertido.
–Y tú eres hijo nuestro.
Lo era, y no podía negarlo, ni nunca
podría. Era duro, amable y salvaje como ellos, y tenía los recuerdos de los
días en la jungla, más allá de Brasilia, y la caza en la cañada del Caimán, y
los restantes días en el molino, trabajando junto a su padre. Se dio cuenta de
que cuando le llegara el momento, él saborearía la muerte como lo estaba
haciendo su madre.
–Dime una cosa que siempre quise saber. ¿Mató papá a Tom Golden?
–Coge la aguja y te lo diré.
–Soy un Stack, no intentes sobornarme.
–Y yo también soy una Stack y sé cuál es
la curiosidad que te corroe. Utiliza la aguja y te lo diré.
El hombre se paseó nervioso por la
habitación, ella lo observaba con ojos brillantes como las tinajas del molino.
–Eres una puta.
–Me avergüenzas, Nathan. Tú ya sabes que
no eres un hijo de puta, lo que es más de lo que tu hermana puede decir. ¿Ya había
contado alguna vez que tu hermana no es hija de tu padre?
–No me lo habías dicho, pero ya lo sabía.
–Seguramente te hubiera gustado su padre.
Era sueco, y a tu padre le caía muy bien.
–¿Por eso te rompió los brazos papá?
–Posiblemente. Sin embargo, nunca oí una
queja del sueco. En aquellos tiempos por pasar una noche conmigo valía la pena
perder ambos brazos. Utiliza la aguja.
Por fin, mientras la familia iba saltando
de un tema a otro, el muchacho fue llenando la jeringa y le inyectó su contenido.
La vieja abrió exageradamente los ojos cuando el narcótico le alcanzó el
corazón. Antes de morir, reunió todas las energías que se le acababan y dijo:
–Bueno, una promesa es una promesa, así
que te lo voy a contar. No fue tu padre el que mató a Tom
Golden, sino yo. Eres un diablo, Nathan, y luchabas contra nosotros como a
nosotros nos gusta ver pelear, y ambos te queríamos más de lo que te imaginas.
Excepto, maldita sea, que, hijo de perra, ya lo sabes, ¿no?
–Sí, lo sé –dijo él–; ella murió.
Así de poética fue aquella muerte.
16
Él
sabe que venimos.
Estaban subiendo la cara norte de la montaña
de ónix. La Serpiente había cubierto los pies de Nathan Stack con una especie
de goma y, aunque no estaban dando precisamente un paseo tranquilo, el hombre
había sido capaz de servirse de él para seguir escalando. Al llegar a un
saliente en forma de espiral se habían detenido unos instantes a descansar, y
allí la Serpiente le había hablado por primera vez de lo que les esperaba en el
lugar al que se dirigían.
–¿Eh?
La Serpiente no contestó. Stack se dejó
caer pesadamente contra el muro del saliente. Al pie de la montaña había tenido
un encuentro con unas criaturas parecidas a babosas que habían intentado asirse
a la carne de Stack, pero en cuanto la Serpiente las obligó a soltarse habían vuelto
a chupar las rocas. No se habían vuelto a acercar a la criatura de sombras. Más
arriba, Stack entrevió las luces que parpadeaban en la cumbre y una sensación
de miedo atroz encogió su estómago. Poco antes de alcanzar el saliente en el
que se encontraban habían dado un rodeo para evitar una caverna horadada en la
montaña en la que descansaban las criaturas semejantes a murciélagos que vieran
la noche anterior. Ante la presencia del hombre y la sombra parecieron volverse
locos y emitieron unas oleadas de náuseas que afectaron a Stack. La Serpiente
lo había ayudado de nuevo y había logrado pasar. En aquel momento se hallaban
detenidos y la Serpiente no respondió a las preguntas de Stack.
Tenemos que seguir subiendo.
–Porque él sabe que venimos.
Había en la voz de Nathan Stack un tono de
sarcasmo.
La Serpiente empezó a moverse. Stack cerró
los ojos. La Serpiente se detuvo y volvió atrás, donde él se encontraba. Stack alzó
la mirada de un solo ojo a la sombra.
–Ni un paso más.
No hay razón alguna por la que no debas
saber las cosas.
–Excepto, amigo mío, que tengo la sensación
de que no vas a decirme nada.
Todavía no es hora de que lo sepas.
–Mira: el hecho de que no te haya hecho
preguntas no quiere decir que no quiera saber. Me has contado cosas que soy
incapaz de asimilar… Cosas de una majadería increíble… Que tengo… no sé cuántos
años. Tengo la sensación de que intentas decirme que soy Adán.
Así es.
–… ¡Uh!
Dejó de agitarse y devolvió la mirada de
la sombra. Luego, dando por bueno mucho más de lo que nunca hubiera pensado, dijo:
–Serpiente. –Nuevamente se hizo el
silencio. Un poco más tarde siguió preguntando–: ¿Por qué no me das otro sueño
y me dejas conocer el resto de la historia?
Debes tener paciencia. El que vive en la
cumbre sabe que venimos, pero he conseguido que no se entere del peligro que tú representas para él sólo gracias a que tú
mismo no sabes bien quién eres.
–Entonces dime una cosa: Ese tipo de la
cumbre… ¿quiere que subamos hasta allí?
Nos lo permite. Sólo porque no sabe nada.
Stack asintió, dispuesto a seguir la guía de
la sombra. Se puso de pie e hizo una reverencia de mayordomo:
–Después de ti, Serpiente.
Y la Serpiente pasó delante con sus manos
planas pegadas al saliente, y siguieron subiendo en espirales que los iban
acercando a la cumbre.
El Pájaro de la Muerte cayó en picada y se
elevó otra vez hacia la Luna. Todavía había tiempo.
17
Dira
vino a Nathan Stack a la hora justa de la aurora y apareció en el despacho del
consorcio industrial que Stack había creado para el imperio familiar.
Stack estaba sentado en la silla neumática
que dominaba el escenario donde se tomaban las decisiones de alto nivel. Estaba
solo. Los demás se habían marchado horas antes, y el desnudo resplandor de las
luces ocultas que brillaban apenas a través de los débiles muros daba a la sala
un aspecto mortecino.
La criatura de sombras pasó a través de
los muros, que a su paso se convirtieron en cuarzo rosa, para volver a lo que
siempre habían sido en cuanto la sombra los atravesó.
Tienes que ir ahora,
dijo la Serpiente.
Stack alzó la mirada con los ojos desorbitados
de horror y en su mente se formó la imagen inconfundible de Satán, con una boca
sonriente llena de colmillos, cuernos llenos de luces brillantes como
caleidoscopios, cola como de cuerda terminada en una especie de flecha, enormes
patas hendidas cuyas pezuñas dejaban huellas radiantes en la alfombra, ojos
profundos como pozos de petróleo, tridente, capa de satén, piernas velludas de
carnero y unas enormes garras en las manos. Stack trató de gritar, pero ningún sonido
salió de su garganta.
No, dijo la Serpiente, así
no. Ven conmigo y lo comprenderás.
Había en su voz un tono de tristeza, como
si Satán hubiera sido dolorosamente agraviado. Stack hizo un violento gesto de
negación con la cabeza.
No había tiempo para discutir. Había llegado
el momento y Dira no podía vacilar. Hizo un gesto y Nathan Stack se elevó de su
sillón neumático y dejó atrás algo que parecía ser Nathan Stack dormido, y se
acercó a Dira y la Serpiente lo tomó de la mano y pasaron por el cuarzo rosa y
salieron de allí.
Y la Serpiente se lo llevó más y más abajo.
La Madre sufría. Durante eones había estado
enferma, pero había llegado al punto en que la Serpiente sabía que era una
enfermedad definitiva, y la Madre también lo sabía. Pero estaba dispuesta a esconder
a su hijo, e intercedería por él en provecho de sí misma, y lo escondería en lo
más profundo de su ser, donde nadie, ni siquiera el loco, pudiera encontrarlo.
Dira se llevó a Stack al Infierno.
Y era un lugar muy placentero.
Era caliente y seguro y estaba alejado de
las intrigas de los locos.
Y la enfermedad prosiguió sin remedio
alguno. Las naciones se desmoronaron, los océanos hirvieron y luego se
enfriaron y se cubrieron de una capa de espuma y el aire se llenó de polvo y
vapores mortales y la carne se derritió como aceite y los cielos se cubrieron y
se hicieron oscuros y el sol se oscureció y se fue apagando. Y la Tierra gimió.
Las plantas padecieron y se consumieron, y
las bestias se paralizaron, y se volvieron locas, y los árboles se quemaron y
de sus cenizas surgieron cristales que se hicieron añicos al contacto con el
viento. La Tierra moría, con una muerte lenta, prolongada y dolorosa.
En el centro de la Tierra, en el punto más
protegido, Nathan Stack dormía. No me dejes con extraños.
Por encima de su cabeza, no muy lejos, bajo
las estrellas, el Pájaro de la Muerte daba vueltas y más vueltas, esperando la
palabra.
18
Cuando
llegaron al pico más alto, Nathan miró a través del frío terrible y ardiente y
del polvo feroz de aquel viento demoniaco y vio el santuario de siempre, la catedral
de la eternidad, el pilar del recuerdo, el puerto de la perfección, la pirámide
de las bendiciones, la juguetería de la creación, la bóveda de la liberación,
el monumento de la nostalgia, el receptáculo del pensamiento, el laberinto de
las maravillas, el catafalco de la desesperación, el podio de las declaraciones
y el horno de los últimos intentos.
En una ladera que llevaba a un pináculo
estrellado vio la casa de uno de los que allí moraban –unas luces que resplandecían
y parpadeaban, unas luces que podían verse desde muy lejos en la desierta
superficie del planeta–, y empezó a sospechar el nombre de quien la ocupaba.
De repente, todo fue rojo para Nathan Stack. Como si sobre sus ojos hubiera bajado un
filtro, el cielo negro, las luces parpadeantes, las rocas que formaban la gran
explanada en la que estaban, incluso la Serpiente, todo se hizo rojo, y el
color se convirtió en dolor. Un dolor terrible que quemaba todos y cada uno de
los canales del cuerpo de Stack, como si toda su sangre se hubiera transformado
en fuego. Gritó y cayó de rodillas mientras el dolor se le metía en el cerebro
más y más, siguiendo cada nervio y cada vaso sanguíneo y cada ganglio y cada
trayectoria nerviosa. Sus huesos quemaban.
Lucha, dijo la Serpiente.
¡Lucha!
“No puedo”, gritó en silencio la mente de Stack,
cuyo dolor era tan grande que le impedía hablar. El fuego lo lamió y lo inundó
y notó que se le marchitaban los delicados tejidos del cerebro. Trató de
enfocar su pensamiento en el hielo. Se asió al hielo en busca de salvación, a
pedazos de hielo, a montañas de hielo, a icebergs de hielo semihundidos en agua
helada. Aunque su alma ardía, pensaba en el hielo. ¡Hielo! Pensó en millones
de partículas de granizo que caían como una tormenta contra el huracán de fuego
que invadía su mente, y hubo un punto en el que una llama empezó a ceder, un
rincón que se enfrió… y se asió desesperadamente a aquel rincón, siempre
pensando en hielo, pensando en bloques y pedazos y monumentos de hielo que hacía
avanzar para ampliar su círculo de frío y seguridad.
Entonces las llamas comenzaron a
retroceder, a abandonar sus venas, y envió hielo con el pensamiento allí donde
advertía el fuego, y lo hizo revivir, y lo enterró entre hielo y agua helada.
Cuando abrió los ojos estaba todavía arrodillado,
pero volvía a pensar normalmente y las superficies rojas volvieron a parecer
normales otra vez.
Lo intentaré de nuevo. Tienes que estar
preparado.
–¡Dímelo todo! ¡No podré hacerlo si no lo
sé! ¡Necesito ayuda!
Puedes ayudarte a ti mismo. Tienes la
fuerza necesaria, y yo te daré el rayo.
…¡Y de repente llegó el segundo trastorno!
El aire se volvió hediondo y se le llenó
la boca de apestosos pedazos de excrementos, y la náusea que causaban lo hizo sentirse
enfermo. Los músculos le tiraban del esqueleto en todas direcciones y al
partirse los huesos una serie de agudísimos dolores le sobrevinieron con gran rapidez,
hasta confundirse en un solo y prolongado tormento. Trató de escabullirse, pero
sus ojos sólo lograron hacer más grande el surtidor de luces que lo golpeaba. Se
desmoronó la visión de sus ojos y empezó a perder el juicio.
El dolor era increíble.
¡Lucha!
Stack rodó por tierra y envió cilios y
tentáculos para tocar el suelo, y durante un instante advirtió que estaba
mirando a través de los ojos de otra criatura, de otra forma de vida que no era
capaz de describir. Pero estaba bajo el cielo y tal cosa le producía terror, y
estaba rodeado de un aire que se había vuelto venenoso y eso le producía miedo,
se estaba volviendo ciego y eso producía temor, y era… era un hombre…
empezó a luchar contra la idea de ser otra cosa diferente… era un hombre
y no iba a tener miedo, sino que aguantaría.
Se rehízo, se olvidó de los cilios y
tentáculos y luchó por dominar los músculos. Sus huesos rotos rechinaron y tronaron
por todo su cuerpo. Se esforzó por ignorar tal sensación y por fin los músculos
volvieron a su posición habitual y volvió a respirar, y notó que su cabeza iba
recobrando la lucidez…
Y cuando volvió a abrir los ojos era
Nathan Stack otra vez.
…y llegó el tercer trastorno:
La desesperación.
Y de la más profunda miseria volvió a
levantarse para seguir siendo Stack.
…Y llegó el cuarto trastorno:
La locura.
Y a pesar de la demencia más furiosa,
encontró un modo de seguir siendo Stack.
Y el quinto trastorno, y el sexto,
y el séptimo, y las plagas, y los torbellinos, y los pozos de malicia,
y la reducción de tamaño acompañada de una caída continua por infiernos submicroscópicos,
y las cosas que se lo comían por dentro, y el vigésimo y el cuadragésimo, y el
aullido de su voz pidiendo que lo dejaran y la voz de la Serpiente siempre junto
a él, susurrando ¡Lucha!
Por fin, todo cesó.
Rápido, ahora.
La Serpiente tomó de la mano a Stack y
corrió con Nathan casi a rastras hasta alcanzar el gran palacio de luz de la
ladera, que brillaba espléndidamente bajo el pináculo estrellado, y pasaron por
un arco de metal radiante hasta llegar a la sala de ascensión. El portal se
selló tras ellos.
En los muros se advertían temblores. Los
suelos, cargados de piedras preciosas, empezaron a temblar y a tambalearse. Comenzaron
a caer grandes trozos de techo. El palacio tembló con una sacudida
horrible y se hundió a su alrededor.
Ahora, dijo la
Serpiente. Ahora es cuando lo sabrás todo.
Y se olvidó de todo lo que había alrededor.
Flotando helado en el aire, las ruinas del palacio cayeron a su alrededor. Hasta
el aire dejó de arremolinarse. El tiempo pasaba tranquilamente. El movimiento
de la Tierra se había detenido. Todo quedó inmóvil mientras a Nathan Stack se le permitía comprenderlo todo.
19
SELECCIONE LA RESPUESTA
(Cuenta la mitad del título final)
1.
Dios es:
A. Un espíritu invisible dotado de luenga
barba.
B. Un perrito muerto y enterrado.
C. Todos los hombres.
D. El mago de Oz.
2.
Nietzsche escribió “Dios ha muerto”. Con esto quería decir:
A. La vida no tiene sentido.
B. La creencia en deidades supremas ha
desaparecido.
C. Nunca hubo un Dios del que partir.
D. Tú eres Dios.
3.
La ecología es el nombre por el que se conoce también:
A. El amor de madre.
B. Egoísmo iluminado.
C. Una buena ensalada con especias.
D. Dios.
4.
¿Cuál de las frases siguientes tipifica de manera más profunda el amor?
A. No me dejes con extraños.
B. Te quiero.
C. Dios es amor.
D. Utiliza la aguja.
5.
¿Cuál de las facultades que aquí se citan acostumbra relacionarse más con Dios?
A. Poder.
B. Amor.
C. Humanidad.
D. Docilidad.
20
Nada
de lo anterior. La luz de las estrellas brilló en los ojos del Pájaro de la Muerte y a su paso por la noche dejó una
sombra en la Luna.
21
Nathan
Stack alzó la cara de entre las manos. A su alrededor, el aire era tranquilo y
el palacio seguía desmoronándose. Ahora ya sabes todo lo que hay que saber,
dijo la Serpiente, al tiempo que se inclinaba hasta posar la rodilla en tierra en
señal de devoción. Pero allí no estaba más que Nathan Stack para recibir tal muestra
de devoción.
–¿Siempre estuvo
loco?
Desde el principio.
–En ese caso, los que le
entregaron nuestro mundo estaban locos, y tu propia raza estuvo también loca al
permitirlo.
La Serpiente no tenía respuesta.
–Quizá las cosas tenían que suceder así
–dijo Stack.
Extendió
los brazos y alzó a la Serpiente sobre sus pies y tocó la cabeza de aquella
criatura de sombra.
–Amigo –dijo Nathan.
La raza de la Serpiente era incapaz de
derramar lágrimas. Dijo como respuesta:
He esperado más tiempo del que imaginas a
que me dirigieran esa palabra.
–Lamento que llegue al final.
Quizá las cosas tenían que ser así.
En aquel instante hubo un remolino de
aire, un fulgor en el palacio arruinado, y el amo de la montaña, el poseedor de
aquella Tierra arruinada vino a ellos en forma de zarza ardiente.
–¿OTRA VEZ, SERPIENTE? ¿OTRA VEZ ME MOLESTAS?
Ha terminado la hora de los juegos.
–¿Y TRAES A NATHAN STACK PARA DETENERME?
YO DIRÉ CUÁNDO ES HORA DE ALGO. YO SERÉ QUIEN LO DIGA:
COMO SIEMPRE HA SIDO.
Y luego se dirigió a Nathan Stack:
–ESCAPA. ESCÓNDETE EN ALGÚN LUGAR HASTA QUE
VENGA POR TI.
Stack hizo caso omiso de la zarza que
ardía. Movió la mano y el cono de seguridad en que todos ellos habían estado se
desvaneció.
–Antes que nada, encontrémoslo, y luego ya
sabré qué hacer.
Al viento de la noche, el Pájaro de la Muerte
afilaba unas garras y surcaba los aires vacíos hasta el suelo polvoriento de la
Tierra.
22
Nathan
Stack había tenido una pulmonía en cierta ocasión. Había tenido que acudir al quirófano,
donde el cirujano había realizado una pequeña incisión en su tabique pectoral. De
no haber sido tan testarudo, de no haber continuado trabajando sin falta
mientras una vulgar infección pulmonar se iba desarrollando hasta formar un empiema,
nunca se le hubiera ocurrido ponerse bajo un bisturí, aun para una operación
tan sencilla como una toracotomía. Pero él era un Stack, y por eso no dudó en
ir al quirófano, donde se encontraba con un tubo para drenar el pus de la
cavidad pleural cuando oyó que alguien pronunciaba su nombre.
NATHAN STACK.
Lo oyó como si llegara de muy lejos, de la
vastedad del Ártico; lo oyó rebotar e ir de eco en eco por un corredor sin
fondo, como un cuchillo cortante.
NATHAN STACK.
Recordó a Lilith y su cabello del color
del vino tinto. Recordó las horas que tardó en morir bajo la roca mientras sus compañeros
de caza de la tribu acababan con los restos del oso y no atendían sus gritos y
rugidos en demanda de ayuda. Recordó el impacto de la flecha disparada por la
ballesta que le desgarraba la cazadora y se clavaba en su pecho cuando murió en
Agincourt. Recordó el agua helada del Ohio que se cerraba sobre su cabeza y la
barcaza que desaparecía de su vista sin que sus compañeros advirtieran su
falta. Recordó el gas mostaza que devoraba sus pulmones mientras trataba de
salir de las trincheras junto a una granja de Verdún. Recordó su mirada directa
al estallido de la bomba y la sensación de que la carne de su rostro se fundía.
Recordó a la Serpiente que acudía a él en su despacho y lo extraía de su cuerpo
como un grano de trigo de la espiga. Recordó su sueño en el centro fundido de
la Tierra durante un cuarto de millón de años.
Durante décadas había oído a su madre rogarle
que la liberara, que acabara con su dolor. Utiliza la aguja. Su voz se
mezclaba con la de la Tierra que gritaba con dolor infinito que su carne había sido
violada, que sus ríos se habían convertido en arterias de polvo, que sus
gráciles colinas y sus verdes campos se habían transformado en cristales y
ceniza. La voz de su madre y de la Madre que
era la Tierra se fundieron en una sola, que a su vez se confundió hasta ser la de la Serpiente que le decía
que él era el único hombre de la Tierra –el último hombre de la Tierra–, el que
pondría fin al caso definitivo en que se había convertido la Tierra.
Utiliza la aguja. Acaba con la miseria de esta
Tierra doliente. Ahora te pertenece.
Nathan Stack se sentía seguro del poder que
tenía. Era un poder que sobrepasaba en mucho al de los dioses o Serpientes o creadores locos que clavaban aguijones en sus
creaciones, que rompían sus juguetes.
NO PUEDES. NO TE LO PERMITIRÉ.
Nathan Stack caminó en torno a la zarza encendida
que crepitaba impotente de rabia. La miró casi con lástima, una lástima que le
hacía recordar al Mago de Oz y su enorme y ominosa cabeza separada del cuerpo
que flotaba en la bruma, siempre encendida, y el pobre hombrecito que, tras la
cortina, apretaba los mandos que creaban aquellos efectos. Stack caminaba
alrededor del efecto con el convencimiento de que él tenía
más poder que aquella cosa triste y pobre que había tenido a la raza humana en la
esclavitud desde antes de que Lilith le hubiera sido arrebatada.
Y entonces salió en busca de aquel loco que
se había hecho con el nombre que le correspondía a él.
23
Zarathustra
descendió solo de las montañas, sin encontrar a nadie. Cuando llegó al bosque,
apareció de repente ante él un viejo que había dejado su santo refugio en busca
de raíces entre los árboles. Y así le habló el viejo a Zarathustra.
–No es ningún extraño para mí este caminante:
muchos años ha pasado de esta manera. Se llamaba Zarathustra, pero ha cambiado.
En aquella época llevaste tus cenizas a las
montañas; ¿vas a traer ahora tu fuego a los valles? ¿No temes ser castigado
como incendiario?
“Zarathustra ha cambiado. Zarathustra se
ha vuelto niño, Zarathustra ha despertado; ¿qué quieres ahora de los
durmientes? Vivías en tu soledad como entre las aguas del mar, y éste te
llevaba. ¿Acaso vas a subir ahora a la orilla? ¿Acaso vas a arrastrar tu cuerpo
otra vez?
Y Zarathustra respondió:
–Yo amo a los hombres.
–¿Por qué –inquirió el santo–
si no
fui yo al bosque y al desierto? ¿No fue por el hombre al que tanto amaba? Ahora
amo a Dios, y no al hombre. El hombre es un ser demasiado imperfecto. El amor al
hombre me mataría.
–¿Y qué está haciendo un santo como tú en
este bosque? –preguntó Zarathustra.
Y el santo contestó:
–Hago canciones y las canto; y cuando hago
mis canciones río, lloro, canto y murmuro, pues ello complace a Dios. Con mis
risas, lágrimas, canciones y murmullos complazco al dios que es mi dios. Pero
¿qué nos traes como regalo?
Cuando Zarathustra escuchó estas palabras le
dijo adiós al santo y añadió:
–¿Y qué tendría que darte? Mejor será que me marche de prisa antes
de que requiera alguna cosa de ti.
Y así se separaron, el viejo y el hombre,
riendo como niños.
Pero cuando Zarathustra estuvo lejos y
solo le habló así a su corazón:
–¿Es posible? ¡Ese viejo del bosque
todavía no ha escuchado la buena nueva, que Dios ha muerto!
24
Stack
encontró al loco que caminaba por el bosque de los momentos finales. Era un
viejo decrépito y cansado, y Stack se dio cuenta de que con un solo movimiento
de la mano podía acabar en un momento con aquel dios. Sin embargo, ¿qué razón
había para ello? Era demasiado tarde incluso para la venganza. Desde el
principio había sido demasiado tarde. Por eso dejó al viejo proseguir su
camino, vagar por el bosque murmurando para sí NO TE DEJARÉ HACERLO con la voz
de un niño maniático o con un patético OH, POR FAVOR, NO QUIERO IR TODAVÍA A LA
CAMA, AÚN NO HE TERMINADO DE JUGAR.
Y Stack regresó a donde estaba la Serpiente,
que había cumplido su misión y había protegido a Stack hasta que éste había
aprendido que era más poderoso que el Dios al que había adorado durante toda la
historia de los seres humanos. Regresó adonde la Serpiente y sus manos se
tocaron y el lazo de su amistad se selló para siempre, al fin.
Luego trabajaron juntos y Nathan Stack
utilizó la aguja con un rápido movimiento de la mano y la Tierra no debió dejar
escapar ni siquiera un suspiro de alivio cuando por fin acabó su dolor
infinito… pero sí suspiró, y se abrió, y surgió el corazón fundido y murieron
los vientos y desde las alturas Stack oyó el cumplimiento del acto final de la Serpiente:
escuchó el descenso del Pájaro de la Muerte hacia la Tierra.
–¿Cuál era tu nombre? –le preguntó Stack a
su amigo.
Dira.
Y el Pájaro de la Muerte se deslizó por la
corteza cansada de la Tierra y abrió sus alas y las posó encima de todas las
cosas y abrazó a la Tierra como una madre abraza a su hijito fatigado. Dira se situó
en el suelo de amatistas del palacio envuelto en sombras y cerró su único ojo
con gratitud. Dormir al fin, en el final de todo.
Todo esto sucedió, y Nathan Stack siguió
mirando. Era el último, el que quedaba en el momento final, y al haber llegado
a poseer, aunque hubiera sido por unos breves instantes, lo que pudo haber sido
suyo desde el principio, no quería sino saber, no quería dormir sino ver. Saber
al fin, en el punto final, que había hecho bien y no había errado.
25
El
Pájaro de la Muerte cerró sus alas sobre la Tierra hasta que al fin, en el momento
final, sólo hubo un gran pájaro posado sobre las cenizas muertas. Entonces el Pájaro
de Fuego alzó la cabeza al cielo repleto de estrellas y repitió el suspiro de
alivio que la Tierra había exhalado al morir. Y entonces cerró los ojos,
escondió la cabeza bajo el ala con gran cuidado y todo terminó.
Lejos de allí, las estrellas esperaron a
que el grito del Pájaro de la Muerte llegara hasta ellas para poder observar el
final, por fin, de la raza de los hombres.
26
PARA
MARK TWAIN
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