Umberto Senegal
–Papá, quiero ser estatua cuando
esté grande –dijo el niño a su padre, señalando en el parque el alto monumento del
prócer.
–¿Para qué?
–preguntó este, sin tomar en serio la inquietud del niño.
–Quiero que
se me llenen de aves la cabeza y los brazos.
Sobre la estatua
había varias palomas.
Una semana más
tarde, el hombre condujo a su hijo hasta el bosque y lo acercó, en su silla de ruedas,
al más frondoso de los árboles, una ceiba bicentenaria habitada por decenas de aves.
–¿No te gustaría,
mejor, ser un árbol?
–¿Puedo, papá?
–¡Claro que
puedes, hijo!
El hombre regresó
a la ciudad con la silla de ruedas vacía.
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