martes, 23 de agosto de 2022

La enfermedad

Verónica Ladrón de Guevara

 

A Cesáreo

 

Estábamos ya en su cama cuando me dijo de improviso que no podía tener relaciones sexuales conmigo. No supe si agradecer o no. Estaba habitado por una rara enfermedad contagiosa. No, no era sida, aclaró; era un tipo poco ordinario de hepatitis, que lo había invadido en un viaje a Cancún.

Era todo tan ilógico que lo primero que pensé era que me estaba evadiendo. Seguramente es impotente –concluí.

–No te preocupes –le dije–, y me levanté despacio de su lecho abotonándome la blusa azul.

–Esto no cambia las cosas, ¿verdad? –preguntó con un dejo de inquietud en la voz.

–No, seguimos tan amigos –le contesté con sinceridad.

Sin embargo, no volví a su departamento. Algunas veces llamó a mi oficina, pero coincidían sus telefonemas con reuniones de trabajo y en consecuencia nunca respondí.

Creo que fue una de sus estudiantes quien me lo dijo: “Guillermo se fue a vivir a Jerusalem.” ¿En serio? –exclamé asombrada–, ¿pero, por qué allá? Él tenía amigos en Italia, uno muy querido, Enrico; y en París estaban Emily, Sabine y Joel. ¿Por qué al Medio Oriente? Nadie me supo responder.

Una noche en que hubo una celebración por el cumpleaños de alguien, llegué a casa con un acompañante casual. Habíamos bebido y deseábamos estar a solas.

Preparé dos whiskys que quedaron intactos sobre la angosta barra de la cantina. En mi recámara nos debatíamos en una lucha de brazos y piernas entremezclados.

Fue al quedar yo boca arriba, jadeante y sintiendo el vigor de mi compañero, cuando de pronto la vi. Estaba en el techo, como estampada en él.

Era una imagen que resplandecía y que me miraba fijamente. No pude gritar, sólo quedé inmóvil, viendo cómo oscilaba la cabeza en señal reprobatoria. Una luz amarillenta la envolía y me señalaba con el dedo índice, parecía ordenarme que no.

La voz lejana del hombre que movía rítmicamente su anatomía sobre mí, me hizo salir del estupor.

–¿Qué te pasa, eh? Te quedaste como muerta –inquirió molesto.

–Lo siento –le dije decidida–, no puedo tener relaciones sexuales contigo. No, no es sida –le expliqué con vehemencia, mientras él se incorporaba en silencio y abotonaba su camisa azul–. Es un tipo raro de hepatitis que adquirí en un reciente viaje a Cancún.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario