Enrique Anderson Imbert
Zenón: Homero contó muy
bien cómo Héctor huyó al ver que Aquiles se le acercaba: tres veces dio vuelta a
las murallas de Troya, y Aquiles siempre persiguiéndolo. Lo que no contó es que
Aquiles, sintiendo que no podía estrechar la distancia, pensó: “¡Si Héctor fuera
una tortuga!”. Bien: en mi argumento contra el movimiento yo le he otorgado ese
deseo. Sólo que a Aquiles no le sirve de nada: cada vez que llega al punto en que
estaba la tortuga, esta ya se ha adelantado y así infinitamente.
Meliso: Tu argumento es
válido sólo a condición de que lo despojemos de sus disfraces. A unos meros puntos
en el espacio los disfrazaste de Tiempo. Les diste un pasado –la fama de los pies
ligeros de Aquiles y de las patas lentas de la tortuga–, un presente –la voluntad
que ambos tienen de correr– y un futuro –la meta que los espera al final de la carrera–.
Aquiles y la tortuga, psicológicamente, duran. No duran, matemáticamente, los infinitos
puntos en que se puede dividir una línea. Tu argumento, para ser lógico, debería
desprenderse de las imágenes temporales con que lo disfrazaste. Sólo que entonces
tu argumento no duraría. Quiero decir, por ser demasiado obvio nadie se acordaría
de él.
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